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con la colaboración de

La necesaria reconstrucción de la izquierda checa

Katerina Smejkalova

8 mins - 29 de Noviembre de 2021, 17:58

A primera vista, las elecciones parlamentarias checas de octubre nos han dado esperanzas. El electorado ha echado al ex primer ministro, el magnate de los medios de comunicación y oligarca Andrej Babiš, que parece haber pasado la mayor parte de su tiempo en el cargo ampliando su imperio empresarial.
 
Pero al analizar los resultados con más detalle, el panorama no parece tan halagüeño. El resultado de las elecciones no ha sido rompedor. En realidad, Babiš no perdió mucho apoyo de su base de votantes; sólo fue expulsado por los pocos votos adicionales conseguidos por la oposición. Si se comparan los de los cinco partidos que derrotaron a Babiš con el número de sus apoyos, el SPD, populista de derechas, y otros partidos nacionalistas de protesta que no alcanzaron el umbral del 5%, entonces Babiš sigue teniendo una clara mayoría. Sólo han perdido por la división de sus electores.

Una historia de ganadores y perdedores
Las elecciones demostraron, una vez más, que la sociedad checa está dividida en dos bandos. Si se analizan superficialmente, da la impresión de que hay un bando pro-Babiš y otro anti-Babiš, y los comicios se entendieron ampliamente como un referéndum sobre su popularidad. Sin embargo, la división es mucho más profunda. Babiš es sólo un síntoma, pero no la causa, como expone con gran detalle el estudio Una sociedad-mundos diferentes. En cambio, el resultado electoral sólo puede conducir a que estos frentes se fortalezcan. Y si no se pueden cerrar las fisuras, las fuerzas ahora derrotadas podrían volver pronto más fuertes y unidas.

¿De dónde viene este conflicto en la sociedad checa? Depende de si se considera que al país le ha ido mejor o peor desde la Revolución de Terciopelo de 1989. Los optimistas dicen que se han producido avances en las libertades personales y civiles, olvidando a menudo mencionar los numerosos problemas sociales del país. Los críticos afirman que las importantes convulsiones sociales ocurridas desde 1989 han hecho menos tangibles todas esas libertades y las han relegado a un segundo plano; también porque muchos de los logros, como la libertad de circulación y de empresa, no han beneficiado a estos grupos sociales, ya que su situación económica no les permitía disfrutar de esos éxitos.

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Ya es bastante malo que los políticos hayan permitido que surja esta desigualdad; pero, lo que es peor, este conflicto tiene un enorme impacto en la política, porque la división del país, tal como se deduce de los resultados de los comicios, se reduce esencialmente a los que ganaron y a los que perdieron cuando cayó el Telón de Acero. El problema es que esto no ha estado tan claro hasta ahora, y mucho menos se ha abordado.

Y así, los dos bandos siguen hablando en voz alta: las fuerzas ahora victoriosas representan a los optimistas y prometen una vuelta a la normalidad, es decir, a la época inmediatamente posterior a la Guerra Fría. En aquella época, su imagen social (una siniestra combinación de neoliberalismo económico y, en cierta medida, de liberalismo cultural de influencia occidental) no era aún objeto de protestas tan ruidosas.

Ahora no entienden de dónde viene la protesta. Lo significativo es que los que participaron en el estudio y pertenecen a este bando dan gran importancia al papel de la concienciación para contrarrestar la polarización social. Esto revela una impresionante incomprensión de los que salieron perdiendo tras la caída del muro y su muy diferente experiencia de la transición; no se trata simplemente de exponer los beneficios de la pertenencia a la UE, uno de los temas más debatidos entre los bandos.

Los críticos, en cambio, ven los últimos 30 años como una pérdida de control (al romper con los logros de un Estado social que fue fuerte hasta 1989) pero también, en un plano más profundo, como un cambio masivo en las demandas de su mentalidad e identidad, como aceleración y disolución. Sus declaraciones muestran que la libertad que celebran unos no es motivo de celebración para otros. Muchos de los argumentos de los críticos son infundados, aunque contienen algunas críticas sociales justificadas. Sin embargo, como los políticos las ignoran en gran medida y no se plantean soluciones adecuadas, sacan sus propias conclusiones y confían en falsos profetas como Babiš y su absurda retórica antisistema, o en los nacionalistas que se manifiestan contra los refugiados.

Dar esperanza
No parece que las fuerzas políticas vencedoras estén aún dispuestas a resolver este conflicto fundamental; muy al contrario, parece que no han aprendido nada. Incluso durante la campaña contra Babiš, hubo pocas pruebas de que supieran cómo cambiar realmente la opinión de sus votantes; el hecho de que, aun así, les fuera bien en las elecciones es una prueba de ello. Las fuerzas nacionalistas no son tomadas en serio en absoluto; sus votantes han sido completamente abandonados. Y ahora, los ganadores de las elecciones están empezando a gobernar con la misma agenda que Babiš y los otros partidos reinvindicativos: una política de austeridad que probablemente golpeará con más fuerza a los ya desfavorecidos social y económicamente; como ocurrió tras la Guerra Fría.

No queremos imaginar la frustración y la radicalización que esto puede provocar en este espectro en los próximos años. Tras las elecciones, muchos se sintieron aliviados al creer que su temor sobre que la República Checa siguiera el mismo camino que Polonia y Hungría, que han vivido conflictos políticos similares en esta dirección, habían resultado infundados. De hecho, lo cierto es lo contrario. Tal vez sólo se están afianzando en la nueva alineación política: los ganadores neoliberales, por un lado, y una oposición cada vez más desafiante, por el otro. Y no hay ningún compromiso a la vista porque los bandos carecen de la más mínima premisa para entenderse.



No hay duda: la izquierda necesita reconstruir sus cimientos en los próximos meses y años. Ha sido diezmada, como en muchos otros países post-comunistas, y ahora completamente aniquilada, ya sin representación en el Parlamento checo. No es casualidad que la izquierda ni siquiera desempeñe un papel en este conflicto. Ella misma se vio empujada en exceso en una dirección neoliberal. Esto es así en toda Europa occidental, pero aún más en los países post-comunistas, porque el comunismo anterior a 1989 había limitado mucho el margen de maniobra para una política de izquierdas más radical. Además, la gran mayoría de las élites influyentes, incluidos los medios de comunicación, son liberales de derechas. Presienten una vuelta a la totalidad estatal-socialista, incluso cuando sólo se proponen medidas sociales más benignas.

¿Qué hay que cambiar ahora?
La izquierda debe convertirse explícitamente en la voz de los que no han sido capaces de capitalizar sus nuevas libertades, y atreverse a desafiar a los neoliberales. El primer paso es trivial, pero al mismo tiempo extremadamente difícil en realidad, porque los que han salido bien parados de la transición a la democracia de la República Checa no se han mostrado dispuestos a entrar en un debate matizado sobre el periodo post-comunista.

Hay que hablar abiertamente del hecho de que no todo el mundo está contento con los supuestos progresos, y que están enfadados con razón. No sólo han sufrido los trastornos, sino que durante mucho tiempo han sido ignorados, incomprendidos e incluso despreciados. La izquierda debe convertirse en defensora de la reparación de las injusticias tangibles y percibidas y desarrollar una narrativa positiva para el futuro, que en los difíciles tiempos actuales alivie las legítimas preocupaciones sobre nuevos trastornos.

De lo contrario, las fuerzas autoritarias, populistas y nacionalistas seguirán ganando los votos que hasta ahora han satisfecho la necesidad de refugio y respeto. No será nada sencillo, pero los recientes éxitos del SPD en Alemania del este demuestran que, en última instancia, éste es el único camino prometedor. Al fin y al cabo, ya lo hemos visto antes.
 
(Este análisis se publicó originalmente en International Politics and Society, IPS)

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