Hace dos años, producto de un golpe de estado tradicional, el presidente en ejercicio Evo Morales debía dejar Bolivia en un contexto turbulento en el cual su vida pendió de un hilo, y sólo un acuerdo entre presidentes de la región permitió su salida del país. Sin embargo ese proceso, que nos recordaba a similares del siglo XX, tuvo algunas particularidades: los militares decidieron no ocupar ellos mismos el poder y, a la vez, no parecían contar con un proyecto político propio que les permitiera abrir una nueva etapa de manera decidida. Por otra parte, desde hace más tiempo las protestas en Venezuela, Colombia, Chile y Ecuador son duramente reprimidas por las Fuerzas Armadas, que se han convertido en las principales fuerzas del orden en cada uno de estos países. El Gobierno brasileño tiene actualmente más militares en su Gabinete que la dictadura militar que gobernó entre 1964 y 1985.
Desde la asunción de Hugo Chávez en Venezuela en 1999, un grupo de militares (algunos retirados, otros no)
han intentado con éxito dispar volver a incidir en política, esta vez vía electoral. Algunos fracasaron, como fueron los casos de Lino Oviedo en Paraguay, Aldo Rico o Antonio Bussi en Argentina (aunque con algunos éxitos a escala provincial), Guido Manini Ríos en Uruguay; pero también exitosos, como el mismo Chávez, Hugo Banzer en Bolivia u Ollanta Humala en Perú. La carrera militar continúa siendo, en varios casos, un camino de formación política relevante. Sin embargo, ¿estamos hablando de un proceso semejante al que vivimos en el siglo XX? ¿Qué está sucediendo con las Fuerzas Armadas en Sudamérica? ¿Qué factores novedosos emergen hoy con una fuerza que no tenía en las últimas décadas? ¿Por qué las protestas sociales son reprimidas cada vez de forma más violenta?
¿Ha cambiado el rol de los militares desde hace un lustro en la región? Trabajamos aquí algunas respuestas iniciales.
Los militares han vuelto a tomar un protagonismo singular como no acontecía, al menos, desde hace tres décadas. Los gobiernos de Venezuela y Brasil los tienen como protagonistas principales; los de Ecuador, Colombia, Chile y Perú como salvaguarda cardinal de las administraciones en curso; en Paraguay continúan teniendo una preeminencia como es tradicional en el país; en Uruguay se han involucrado como nunca antes en el
juego democrático; en Bolivia protagonizaron un golpe hace dos años.
Sólo en Argentina aparecen ajenos a la disputa política. La pandemia inaugurada en marzo de 2000 en nuestras latitudes no hizo más que revitalizar este fenómeno en un contexto político sumamente complejo e indescifrable desde el retorno a la democracia en la década de los 80.
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El golpe de Estado en Bolivia actualizó una temática que había estado relativamente ausente en los debates regionales
: la participación de las Fuerzas Armadas en las grandes definiciones políticas de manera 'anti-institucional' ya que, como hemos visto, habían desplegado algunos avances pero a través de partidos democráticos. En el caso boliviano, los militares fueron la pieza decisiva que dio lugar a la renuncia forzada de Morales. Este hecho, por tanto, nos sumerge en la reflexión acerca del rol que van asumiendo las Fuerzas Armadas en esta etapa, un actor que deviene central en la estabilidad política de los mandatarios sudamericanos. Ilustremos esta novedad en un cuadro explicativo. Elegimos cuatro categorías sobre el rol de las FF.AA.: determinantes, decisivas, importantes, marginales.
Como se observa en el cuadro, la incidencia actual de las Fuerzas Armadas en la dinámica política regional es muy relevante, y supera con creces la de otros contextos democráticos de años recientes. En estas categorías que hemos propuesto encontramos que los militares son un factor determinante en dos casos, decisivo en tres; importante en dos y marginal en tres. El fiel parece inclinarse más hacia una situación de militares interviniendo como actores relevantes que hacia una que los deje en el lugar de las burocracias armadas. Es cierto que, de acuerdo a las diferentes transiciones que se desarrollaron durante la década del 80 en cada país, las relaciones entre civiles y militares no fueron unívocas, pues en algunos países nunca perdieron influencia política (Chile, Brasil, por mencionar dos) y en otros como el argentino, sí lo hicieron desde principios de los 90.
Sin embargo, parece evidente que la presencia militar ha ido aumentando al calor de los últimos años, donde se combina con el retorno de gobiernos de orientación neoliberal.
¿Es este regreso de la derecha lo que explica el nuevo protagonismo militar? Nos parece que no, ya que el neoliberalismo hoy no opera como una variable suficiente para dar cuenta de este fenómeno. Durante la década de los 90, la aplicación de políticas semejantes no fue de la mano de una presencia militar estelar, no tuvo tampoco la entidad ni la injerencia que se observa en la actualidad. De hecho, fracasaron varios militares que intentaron una construcción política.
Entonces ¿cuál es el contexto de esta nueva intervención de los militares en la dinámica política sudamericana? ¿Cómo explicar las protestas y la insatisfacción popular que se observa con la mayoría de los gobiernos en la región?
Desde el triunfo electoral de Mauricio Macri en Argentina, en noviembre de 2015, se han sucedido 12 elecciones presidenciales en Sudamérica. En nueve de ellas han ganado candidatos opositores (75%) y sólo en tres ha habido continuidad oficialista: el triunfo de Lenin Moreno en 2017 (luego éste se alejó del
correísmo), el de Abdo Benítez en 2018 (ganándole la interna al delfín de su antecesor Cartes) y la reelección de Maduro en el mismo año. Es decir, a pesar de la prolongación del ciclo oficialista en los tres países, las dificultades para dar continuidad a las políticas públicas de su antecesor (Paraguay y Ecuador) o los conflictos para estabilizar la posición política presidencial (Maduro) evidencian que los oficialismos no estarían nadando en aguas calmadas en su ejercicio del poder.
La evidencia empírica revela que el último lustro ha sido un escenario sumamente complejo para los gobiernos y muy favorable para las propuestas opositoras. En ese marco, las protestas que se desplegaron en todos los países de la región muestran que el grado de insatisfacción con los oficialismos no sólo se expresa en lo electoral. Asimismo, éstas han estado teñidas de una violencia no observada en las décadas precedentes. En ese sentido, las manifestaciones actuales que se despliegan en Sudamérica parecen acercarse menos a una lógica de protestas (con el peso de la organización sindical y de movimientos sociales) y más a insurrecciones (con presencia de aquéllos, pero con mucho de
espontaneísmo). Está claro que no poseen el alcance ni la cohesión ideológica anti-insurgente de los 60 y 70, pero se percibe un rechazo notable a las instancias institucionales. En ese marco, las calles de la región requieren hoy del concurso activo de las fuerzas del orden como nunca antes desde el periodo democrático abierto a partir de 1979 en Ecuador, en el sentido de que sucede en varios países a la vez. En cualquier caso, habla de un creciente descontento social, de la mano de la falta de oportunidades y evidentes situaciones de injusticia social. La pandemia sólo agudizó un proceso iniciado hace unos años atrás.
En línea con lo analizado, y asociado a estos factores, la disputa geopolítica mundial entre EE.UU. y China (e incluyendo a Rusia) ocupa un lugar relevante en el proceso explicativo y alienta, sin duda, la presencia de los militares en los conflictos internos. En este marco, Venezuela resulta ser un caso paradigmático, ya que en este país el enfrentamiento geopolítico se torna más visible y las fuerzas en disputa no disimulan sus estrategias políticas. El discurso oficial de Estados Unidos en relación a que "los militares depongan a Maduro" evidencia las necesidades apremiantes del coloso del norte en relación a uno de los países estratégicos (sobre todo en petróleo) de la región. Por otro
andarivel ideológico, Brasil emerge como la contracara del caso venezolano
. El alineamiento del presidente Bolsonaro con la política externa norteamericana (a pesar del giro de Joe Biden) sobresale por su singularidad histórica. Brasil ha tenido a lo largo de la historia una relación de acercamiento y distancia con los EE.UU,, pero nunca ha practicado el
seguidismo que se observa desde que la derecha brasileña retomó el gobierno en el país.
En ese marco, la estabilidad política de un conjunto de primeros mandatarios (hoy Piñera, Duque y Lasso; ayer, Lenin Moreno y Añez) se explica en gran medida a partir de las necesidades norteamericanas de no volver a perder el control sobre su
patio trasero. La reciente gira del secretario de Estado, Antony Blinkin, por Colombia y Ecuador con el objetivo de
apuntalar la democracia en la región reafirma la línea de continuidad de la Administración Biden con la de su antecesor Donald Trump en relación con Sudamérica. En ese contexto se observa en la región, como en buena parte de Occidente, un descreimiento en la democracia; una cierta desafección, particularmente entre sus elites.
Neoliberalismo, elites, geopolítica, pérdida de apoyo social, crisis económicas, críticas a la democracia. Varios factores concurren en este renovado protagonismo político de las Fuerzas Armadas en la región. La historia no se repite, pero sí es necesario preguntarnos en que derivará este protagonismo militar creciente en este contexto crítico.