La crisis climática resuena cada vez más fuerte en Europa y, con ella, los paquetes de medidas para promover las energías renovables como una de las piezas clave para fomentar la sostenibilidad. Sin embargo, la lucha contra el cambio climático ha ido cambiando y la apuesta por las renovables ha pasado de declaraciones de intenciones a propuestas vinculantes para todos los estados miembros en función de complejos factores económicos y políticos. Esto ha llevado a que los países miembros desarrollen políticas de transición energética cambiantes y a veces divergentes a lo largo de los últimos 40 años. La opinión pública también ha cambiado, pasando de la apuesta bucólica por las energías limpias como uno de los ingredientes clave en la receta para salvaguardar la biodiversidad del planeta a la oposición frontal de muchos colectivos, habitantes e incluso ayuntamientos al desarrollo de proyectos cerca de sus casas para proteger sus paisajes, la biodiversidad local y el turismo (fenómeno nimby).
La inestabilidad normativa, unida a la oposición pública, ha generado un desgaste político y una elevada falta de confianza empresarial en la seguridad de las inversiones. De esta forma, hemos pasado de apostar únicamente por grandes proyectos de producción energética renovable, aparejados a subestaciones eléctricas de transformación que llevarían la energía a todas partes mediante líneas de alta tensión, a un prolongado parón renovable en algunos países que ha provocado que, al volver las políticas propulsoras, se apueste por proyectos cada vez más innovadores y resilientes que sean capaces de aprovechar al máximo la capacidad de vertido de las redes eléctricas y que tengan una mayor capacidad de regulación y almacenaje energético (por ejemplo, el hidrógeno verde).
Sin embargo, el paradigma es distinto en territorios de montaña, donde la conservación de la naturaleza y el paisaje han desempeñado siempre un papel esencial en las prioridades de la población local. En estos territorios, donde sus habitantes eran más reacios a las energías renovables, se está empezando a apostar cada vez más por los proyectos pequeños, siguiendo la filosofía que una vez tuvieron las viejas
fábricas de la luz antes de que la corriente continua diera paso a la corriente alterna. Los proyectos energéticos de montaña serán aquellos que puedan
abastecer la demanda local sin necesidad de seguir forzando la capacidad de acogida del territorio con líneas y subestaciones eléctricas. Las corporaciones municipales y supralocales junto a asociaciones, empresas y la población local se están uniendo para apropiarse de sus recursos energéticos en un nuevo paradigma que les va a permitir
ser más libres y menos dependientes de los grandes centros económicos circundantes. Cada vez más refugios, hoteles, alojamientos rurales, empresas, habitantes y corporaciones locales apuestan por la transición energética y ecológica y están instalando energía solar fotovoltaica, hidroeléctrica e incluso mini-eólica para poder mantener su modo de vida en las montañas. Hacen así frente a los grandes proyectos energéticos renovables y a las líneas eléctricas de alta tensión por sus impactos ambientales y paisajísticos, aceptando y promoviendo aquellos pequeños proyectos que atienden a la lógica de lo local.
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Recientes investigaciones llevadas a cabo en algunas poblaciones de montaña del Parque Nacional de Les Ecrins en los Alpes franceses y de Sierra Nevada en España, muestran cómo bajo un mismo marco común europeo, los territorios de montaña han encontrado soluciones novedosas convergentes para
sembrar energía y, con ello,
recolectar sostenibilidad, entendida como equidad ambiental, económica y social.
En los Alpes Franceses, y en concreto en el valle de la
Haute Romanche, perteneciente al Parque Nacional de Les Ecrins y a la Comunidad de
Briançonnaiss (perteneciente al PETR, un proyecto de equilibrio territorial que agrupa tres comarcas y más de una treintena de pueblos), han apostado por un elaborado plan de transición energética según el cual reciben asesoramiento técnico y financiación los municipios, empresas y habitantes para puedan desarrollar proyectos energéticos renovables y sostenibles.
En Sierra Nevada, en el valle del río Monachil, un único municipio (el que da nombre al río) liderado por una corporación municipal entusiasta y apoyado por una cooperativa de servicios energética, ha creado una Oficina Municipal de la Energía (OME Monachil) mediante la que se promueve el ahorro y la eficiencia energética municipal, ha ayudado a desarrollar proyectos de energías renovables en alojamientos, restaurantes, viviendas particulares y edificios de la corporación local y desarrollado una comunidad energética como asociación local sin ánimo de lucro para producir entre las personas socias y la municipalidad y donar una parte para hacer frente a la pobreza energética en la localidad. Esta estrategia de éxito ha convertido a la OME Monachil en un proyecto piloto que está siendo replicado por otros municipios e incluso por la Diputación Provincial, para asesorar a todas las entidades de población que lo requieran.
Estos territorios montañosos del
Haute Romanche en Francia y el valle del Monachil en España presentan una gran variedad de recursos energéticos renovables: sol para producir energía solar fotovoltaica y térmica, saltos de agua (energía hidroeléctrica), viento (eólica) y biomasa forestal. Sin embargo, no todo es color de rosa: también existen limitaciones relacionadas con las características geográficas, medioambientales, socio-económicas, culturales y digitales, algunas de las cuales se están convirtiendo en oportunidades gracias a la innovación técnica, la arquitectura vernácula, las estrategias de participación pública, los hábitos energéticos de la población y su actitud proactiva para promover la autosuficiencia energética.
En estos territorios se ha estudiado la percepción que tiene la población de los proyectos energéticos y demostrado que es un factor clave, así como el fomento de las renovables para casi la totalidad de los encuestados y entrevistados; también, la utilización de energías que no emitan CO2 a la atmósfera y la renuncia a los combustibles fósiles. Con una sensibilidad ambiental y paisajística muy alta en ambos territorios,
una gran mayoría prefiere que la población se apropie de sus recursos energéticos y que los proyectos de energías limpias sean de pequeño tamaño.
Diferente es la trayectoria en materia de participación pública, muy arraigada en Francia y muy poco en España, que sigue un modelo de arriba abajo. De esta forma,
en los Alpes franceses el proyecto de línea de alta tensión fue consensuado desde el principio con los residentes, consiguiéndose que se removieran más de 600 torres antes de instalar las 314 nuevas y cambiando, además, la tipología de los postes eléctricos para que se mimetizasen mejor con el entorno. Sin embargo,
en Sierra Nevada, la participación de la población no fue más allá del periodo de información pública al que obliga la ley.
El resultado fue la constitución de una plataforma ciudadana de oposición a las líneas de alta tensión que logró parar el proyecto inicial y forzó su replanteamiento.
Mientras tanto, las ciudades van un paso por detrás, aunque cada vez hay más conciencia sobre la sostenibilidad. A los ciudadanos les sigue costando perder parte de su anonimato e independencia para tejer redes con sus vecinos que les permitan promover comunidades energéticas o pequeños proyectos colaborativos. Sin embargo, y gracias a la crisis energética, la población ha empezado a mirar hacia sus tejados.