Este domingo da comienzo la Cumbre Climática de Glasgow (Escocia), la 26ª conferencia de Naciones Unidas sobre cambio climático o COP-26.
De esta cumbre se espera, básicamente, que se siga avanzando en la implementación del Acuerdo de París, aprobado en 2015 con el objetivo de que la temperatura media del planeta no supere los 2oC (e, idealmente, los 1,5 oC) en 2100 respecto a la época pre-industrial.
El principal avance desde París ha sido que la práctica totalidad de países del mundo han presentado sus planes para descarbonizar sus economías (los conocidos como NDCs, en sus siglas en inglés). El problema es que estos planes son claramente insuficientes y nos llevarían, según el análisis presentado el martes por Naciones Unidas, a un incremento de la temperatura de 2,7oC.
Han sido tres los problemas que han limitado los avances: la salida de Estados Unidos del acuerdo en 2016, debilitando el proceso negociador; la crisis de la Covid-19, que ha ralentizado la inversión en soluciones limpias; y la crisis actual de los precios de las materias primas y el transporte, que está afectando a la inversión.
[Con la colaboración de Red Eléctrica de España]
A pesar de todas estas dificultades, se ha conseguido mantener vivas las negociaciones internacionales y avanzar en la implementación de una parte importante del articulado del Acuerdo, que no es poco, en gran parte gracias al papel dinamizador y de liderazgo que ha desempeñado la UE.
Afortunadamente, hay motivos positivos que pueden contribuir a cambiar esta tendencia:
- Estamos viviendo una revolución tecnológica en energías limpias sin precedentes, siendo actualmente la opción más competitiva en muchos casos.
- Nueve de las 10 principales economías del mundo han anunciado en los últimos meses planes para alcanzar la neutralidad climática a mediados de siglo, lo que afecta ya al 70% de las emisiones mundiales.
- Una presión creciente de los inversores sobre las industrias fósiles que refleja que el mundo financiero está internalizando los riesgos climáticos en sus decisiones.
- Y, por último, una conciencia ambiental creciente, en especial entre los jóvenes, de que es posible un cambio radical si nos lo proponemos.
Ante este panorama, la COP-26 debería producir, a mi entender, cuatro resultados:
- Que se empiecen a concretar en políticas y regulaciones concretas los compromisos de los diferentes bloques económicos a 2030, en la línea de lo que ha realizado ya la Unión Europea: un objetivo de neutralidad de emisiones a 2050, pero con un objetivo intermedio 20 años antes y un conjunto de políticas y normativas para lograrlo y para movilizar la inversión. Esto es importante por la urgencia del reto: hay que actuar desde ya para poder llegar a ambas fechas con los deberes cumplidos.
- Concretar la dotación de 100.000 millones de dólares anuales de los países más avanzados para que los menos desarrollados avancen en su descarbonización y adaptación al cambio climático.
- Que se actúe a todos los niveles, no sólo desde los gobiernos: con compromisos reales y tangibles de empresas, financiadores, gobiernos regionales y ciudades de medidas y objetivos.
- Que se alcancen acuerdos sobre las cuestiones pendientes del Acuerdo y se avance en la creación de coaliciones y declaraciones multilaterales en ámbitos concretos a nivel global, como el cierre del carbón o la descarbonización del transporte.
En la COP-26 no se van a poder resolver todas estas cuestiones, pero será una buena ocasión para hacer balance y visibilizar lo logrado durante estos últimos meses, que ha sido mucho, para crear nuevas alianzas entre gobiernos, empresas, ONG, sindicatos y para dar un impulso político, económico y social al proceso internacional de lucha contra el cambio climático.
Hay una cuestión importante que rondará la cumbre y es la crisis internacional de todo tipo de materias primas y el encarecimiento generalizado de los hidrocarburos, los minerales, los medios de transporte, etc., que está afectando gravemente a la economía mundial.
Frente a la crisis de los hidrocarburos, es evidente que
habrá que apostar más por las energías renovables y la mejora de la eficiencia energética en los usos finales, para reducir la dependencia y sus riesgos asociados.
En relación con los precios elevados de otras
materias primas y servicios, puede encarecer la inversión a corto plazo pero en unos meses volveremos, con seguridad, a una situación de cierta normalidad, una vez se equilibren la oferta y la demanda. Lo positivo de esta crisis es que ha abierto los ojos a países y empresas para que gestionen estratégicamente todos los
inputs en sus planes de transición energética, permitiendo el desarrollo y mantenimiento de su soberanía estratégica, como ya están haciendo la Unión Europea y otros países. Para ello, deberán tener claros sus objetivos de medio plazo y definir planes con los que asegurar los suministros necesarios y capacidad industrial propia, apostando por economía y empleos locales.
Entramos en la década clave para cumplir con el Acuerdo de Paris. La COP-26 de Glasgow tiene que servir para acelerar el proceso de lucha contra el cambio climático con medidas urgentes; si hacemos lo que hay que hacer, con el liderazgo adecuado y aprovechando los avances tecnológicos, podremos avanzar hacia un mundo más sostenible, más resiliente y próspero. No hay economía sostenible sin medioambiente sostenible.
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