Pareciera que la rentrée del curso político francés imite la vuelta a la normalidad post-crisis sanitaria: escalonada, con imprevistos y nuevas variantes víricas. Será el reflejo después de más de año y medio de pandemia. Salvo la estable intención de voto que los sondeos prevén para el actual presidente de la República, Emmanuel Macron, la carrera al Elíseo está siendo protagonizada por algunos imponderables, sobre todo en el espectro de la extrema derecha. Todo apunta a que las elecciones presidenciales de abril de 2022 contarán al menos con dos candidatos ultras: la presidenta de la Reagrupación Nacional, Marine Le Pen, y el polemista Éric Zemmour. No en vano, ante un clima en el que dominan los discursos sobre la identidad, la inmigración y la seguridad, éste será el idioma de la campaña, liderada por quienes lo hablen con más soltura.
Mientras, las alternativas a la izquierda no terminan de encontrar su hueco. El Partido Socialista de Anne Hidalgo y Europa Ecología Los Verdes de Yannick Jadot, representantes del ala moderada de sus respectivas formaciones, parecen repetir recetas que no han terminado de funcionar desde el gobierno de François Hollande (2012-2017). Por su parte,
el líder de La Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, puede llegar a beneficiarse de la división del campo ultra y llegar a la segunda vuelta, si bien este análisis puede pecar de optimista según las encuestas.
El liderazgo en solitario de Macron parece haberse consolidado en torno a una amalgama de soberanismo, seguridad y ciertas dosis de identitarismo.
La legislatura del presidente francés ha sido un esfuerzo por devolver a Europa y Francia a la primera línea de la escena internacional. Macron fue uno de los principales protagonistas que impulsó los
fondos europeos para paliar los efectos de la pandemia en los países más perjudicados. La
re-localización industrial ha sido una constante en su discurso estos últimos años, habiendo plantado algunas semillas de un proyecto que tardará años en germinar, si es que llega a hacerlo. Respecto a la seguridad, el
macronismo ha endurecido su línea desde la llegada del nuevo ministro de Interior, Gérald Darmanin, en el verano de 2020. La aprobación de una reforzada
'Ley de seguridad global' o la dotación para los Cuerpos de Seguridad del Estado de
500 millones de euros para, entre otras cosas, doblar la presencia de Policía y Gendarmería a pie de calle, son algunas de las medidas aprobadas en este último año, potencialmente
atractivas para el electorado de derecha y extrema derecha preocupado por la seguridad.
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El Gobierno de
Macron no se ha privado en abordar las cuestiones identitarias tan recurrentes en el campo ultra. Antes de la llegada de Darmanin, Macron ya concedió una entrevista al hebdomadario de extrema derecha
'Valeurs Actuelles' sobre el islam, después de una serie declaraciones con respecto a la inmigración que
incluso perturbaron a un sector de su partido. Con el relevo en el Ministerio del Interior, queda para el recuerdo el rostro atónito de Marine Le Pen al ser acusada por Darmanin en un cara a cara de ser
"blanda" (
molle) con el islamismo. El ministro de Economía, Bruno Le Maire,
afirmaba recientemente que las soluciones a los problemas de los franceses se encontraban más allá del
clivaje derecha-izquierda, una
consigna histórica de la extrema derecha francesa y muy similar a la
campaña del RN de 2012: "
Ni droite ni gauche, Front National".
El juego de espejos del
macronismo y la ultraderecha ha llegado también al ámbito universitario: las declaraciones de la ministra Frédérique Vidal sobre la supuesta influencia de la
"ideología islamo-izquierdista" en las facultades parecía diseñada por el polemista de ultraderecha
Éric Zemmour, que ya había
recurrido anteriormente a este giro narrativo de poco fuste.
Este último,
Zemmour, se ha beneficiado de la centralización de los temas identitarios. Sin haberse presentado oficialmente, su apoyo electoral no para de crecer en los sondeos. El que se beneficiara antaño de una enorme difusión mediática, fruto de su participación como tertuliano en formatos de tipo debate-espectáculo, se ha encontrado con un importante lecho de votantes fieles a sus emisiones.
Los medios de comunicación franceses, cegados por la cuota de pantalla, han contribuido a banalizar el discurso ultra de Zemmour, dándole espacios privilegiados para airearlo y situándolo en igualdad de condiciones que el del resto de ponentes.
Al mismo tiempo, el polemista no sólo crece en las encuestas por su repercusión mediática. Si a medida que mejora su marca las cifras de Le Pen van a peor es porque los votantes del RN estaban cada vez menos convencidos con su candidata. La estrategia de
desdiabolización de la lideresa, aunque leve y opaca, junto a su imagen deteriorada desde el
cara a cara contra Macron de 2017, han sido los detonantes de la fuga de votos hacia Zemmour.
De cerca les ronda Xavier Bertrand, representando a la derecha conservadora con su candidatura en solitario. Aprovechando su buen resultado en las pasadas elecciones regionales y jugando la carta localista, el presidente de los Altos de Francia encarna una ambigua moderación dentro de la derecha. Bertrand no es ni Le Pen ni Zemmour, pero
como ha apuntado ya Sami Naïr,
la estrategia de solapamiento de la derecha tradicional con la extrema derecha, que ya empezara en tiempos de Nicolas Sarkozy, está llegando a su clímax. Sólo algunos matices diferencian la forma de abordar las cuestiones de seguridad o inmigración en todo el espectro de la derecha.
"Si no hacemos nada, será la guerra civil", declaraba Bertrand en un discurso crítico con el nuevo plan de seguridad de Macron.
La izquierda en este momento brilla por su ausencia. En el umbral del centro-izquierda, el Partido Socialista y Europa Ecología Los Verdes profundizan en su estrategia de moderación sin perspectivas demasiado prometedoras. Sus cifras son relativamente bajas según los sondeos y no se prevé un margen de mejora importante. Hidalgo (PS) se ha rodeado de los antiguos asesores de Manuel Valls, el ala dura del socialismo que ya perdió en las primarias de 2017 frente al entonces candidato presidencial, Benoît Hamon. ¿Por qué apostar por una fórmula parecida a la que ya perdió hace cuatro años?
Según el círculo de Hidalgo, el objetivo de esta presidencial no es ganar, sino esperar a 2027 y resurgir en el momento en el que se derrumbe el
macronismo (según sus pronósticos).
Por parte de EELV, su reciente proceso de primarias se ha decantado por la mínima por el continuismo moderado: Jadot se llevó la victoria por apenas unas décimas contra Sandrine Rousseau, (51,03% del voto frente al 49,97% respectivamente). El pragmatismo de Jadot, cercano al PS de 2017, para el que pidió entonces el voto renunciando a presentarse, contrasta con la agenda eco-feminista de
Rousseau, crítica con el rol de las empresas en la transición ecológica y menos pro-
business que su rival.
La división del voto de ultraderecha puede convenir a la candidatura de Mélenchon, con oportunidades de llegar a la segunda vuelta. Previsiblemente, su estrategia se orientará a capitalizar el
abstencionismo, uno de sus nichos predilectos. Es cierto que las elecciones regionales del pasado junio dejaron un nuevo récord de abstención; pero la motivación por ir a votar en unos comicios presidenciales es mucho más fuerte en un sistema tan centralista como el francés. En cualquier caso, Mélenchon
critica desde su cuenta de Twitter los sondeos que lo sitúan en torno a la quinta posición, al no reflejar la opinión de hasta el 48% de los franceses que pudieren no ejercer su derecho al voto. Pero de ir, ¿votarían por él?
Mélenchon llega también con una imagen bastante deteriorada a las próximas presidenciales, siendo el candidato que
mayor animadversión despierta de todos los aquí nombrados (sin contar Zemmour, al no haberse presentado). Incluso después del cara a cara en el que se enfrentó a este último el mes pasado, que el estudioso de la extrema derecha Aurelien Mondon
ha considerado temerario, sus cifras no han mejorado demasiado.
"La Francia de Emmanuel Macron no es ciertamente la Hungría de Orbán o la Rusia de Putin, pero
". Con estas palabras comienza Philippe Marlière
un análisis recientemente publicado en el que pormenoriza, echando la vista atrás,
las características del proceso de radicalización que está viviendo Francia. Los valores asociados a la República, que antaño eran propiedad discursiva de la izquierda (especialmente la laicidad), han sido capitalizados por la totalidad del espectro de la derecha para instrumentalizarlos y convertirlos en arma arrojadiza contra el
militantismo antirracista y feminista. La oposición a un
macronismo que aprieta cada vez más el puño, proveniente del espacio de izquierda y de derecha, está más cerca del odio que de la crítica política. Tal es la situación que convendría, quizás, no preguntarse qué pasará en abril de 2022, sino después. Sombrío futuro el del
país de las luces.