La Covid-19 ha llegado para quedarse. Los grupos de investigación nacionales e internacionales trabajan para encontrar soluciones y nutrir a los gobiernos para la toma de decisiones informadas. Y, como es habitual en momentos de crisis, resurge de forma repentina el carácter fundamental de la investigación científica. Poco importa que los presupuestos nacionales asignados a Investigación y Desarrollo (I+D) muestran que no es, ni ha sido, un asunto prioritario en las agendas.
En la última década, el sistema de I+D español ha sufrido sustanciales recortes presupuestarios, como se puede observar en los
informes sobre Ciencia y Tecnología. En Uruguay, el 11 de marzo de este año se aprobó un
decreto de austeridad fiscal que amenaza con reducir hasta un 15% el presupuesto para el Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas (Pedeciba). En Chile, paradójicamente, como parte del plan de austeridad ante la crisis del Covid-19, el Ministerio de Ciencia y Tecnología anunció
la suspensión durante este año de los instrumentos de investigación con vinculación internacional, incluidas las becas para estudios en el extranjero.
Día tras día estamos pendientes de los nuevos
avances científicos para evitar la propagación del virus y proteger a los grupos más vulnerables a la ser Covid-19: la efectividad del uso de mascarillas y guantes, el distanciamiento recomendado entre las personas, el uso de desinfectantes, los avances hacia una vacuna.
En tiempos de tanta incertidumbre, las comunidades científicas están cumpliendo un rol fundamental en la divulgación de información. Es más, en varios países han demostrado generar más confianza entre la población que los propios agentes gubernamentales.
Si bien su representación ha aumentado en las últimas décadas, la representación de las mujeres en los equipos de investigación científica sigue siendo alarmantemente baja. Del número total de personas empleadas en I+D en el mundo, incluido tanto el personal a tiempo completo como a tiempo parcial, la proporción de investigadoras es de tan sólo 29,3% (
Unesco, 2019). Es aún más desalentador que ese porcentaje vaya disminuyendo a medida que el cargo que ocupan representa mayor poder en el ámbito científico. Esto se da a nivel mundial, y el caso español no es una excepción (ver Figura 1).
En todo el mundo,
las mujeres tenemos hoy un nivel educativo mayor que en cualquier otro momento de la historia (como muestran estas autoras al comparar
datos de 126 países). Incluso en la mayoría de los países de altos ingresos, y en varios de ingresos bajos, más mujeres que hombres completan la educación superior (
Unesco, 2018). Pero, como en muchos otros ámbitos, se mantiene la disparidad en la participación en ciencia.
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El conocido fenómeno del
techo de cristal, ese muro invisible que imposibilita que las mujeres obtengan las mismas posiciones de poder que los hombres, no es ajeno al campo científico. Un
informe de la OECD con indicadores experimentales muestra que sólo es mujer el 21% del personal científico identificado como
autor para correspondencia (líderes o responsables de la investigación). Asimismo, el porcentaje baja a un chocante 13,6% cuando se trata de los miembros remunerados de comités editoriales de revistas científicas (ver Figura 2).
Los 'puntos altos' de la carrera profesional requieren el acumulado de un rol político, la inversión de horas de exposición en la vida pública y la validación de estas bases invisibles de la confianza, asentadas en un modelo patriarcal.
El citado informe de la OECD muestra también que, de los productos de la investigación científica citados en los medios de comunicación, menos de un 19% es de autoría femenina. Y esto resulta difícil de obviar, incluso en medio de la emergencia socio-sanitaria, por un hecho recurrente en las entrevistas a profesionales en el área de la ciencia: preguntas diferentes a hombres y mujeres por parte de algunos medios de comunicación. En contraste con las entrevistas a varones, que generalmente se mantienen en el marco de la investigación (Covid-19),
a las científicas frecuentemente se les pregunta acerca de la conciliación entre su vida profesional y familiar.
Este elemento es problemático por su carácter esencialista, es decir, porque se basan en la presunción, profundamente arraigada, de que ser mujer conlleva cumplir el rol de cuidadora, madre y criadora, cuyo ámbito es el privado. Preguntas como ésta también revelan el sesgo de género sobre el que se construye la actividad científica, donde se jerarquizan valores tradicionalmente asociados a lo masculino (abstracción y objetividad) por encima de los considerados tradicionalmente como femeninos (concreción y subjetividad).
Aunque este tipo de preguntas nazcan de la admiración por los logros de la entrevistada, lo que hace es cuestionar el lugar de las mujeres en el espacio profesional (actividad científica) y público (de opinión y autoridad).
La prensa desempeña un rol relevante en la divulgación de los avances científicos que nos ayudarán a tomar decisiones informadas; pero también un papel fundamental en la visualización de las mujeres científicas, en la democratización del acceso a la arena política.
Tomar la palabra y ser parte de la opinión pública es justo y necesario para un cambio cultural que contribuya a que las mujeres accedan a los espacios que les han sido históricamente arrebatados.