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La respuesta ciudadana a la 'autocratización' en América Latina

Armando Chaguaceda, José Del Tronco

7 de Mayo de 2020, 19:26

La pandemia autocratizante.- Mayo de 2020. El mundo está clausurado. La pandemia de la Covid-19 ha detenido el tiempo y suspendido –por unos meses, al menos– la dinámica conflictiva que atraviesa los regímenes políticos en todas partes, y especialmente las democracias y no democracias latinoamericanas. En este contexto, los equipos académicos a cargo de los proyectos Varieties of Democracy (V-Dem) y Latin American Public Opinion Project (Lapop) han hecho públicos los resultados de sus investigaciones sobre El estado de política en el mundo y La democracia en América Latina, respectivamente.

Los resultados de ambos estudios, desarrollados con metodologías diferentes, son relevantes y, además, complementarios para evaluar los modos en los que la actual crisis global –sanitaria, económica, social– se combina con el crecimiento de la desafección ciudadana. Según el estudio de V-Dem, el proceso de desdemocratización –entendido como la extensión de gobiernos no responsivos, irrespetuosos con el pluralismo y adversos al equilibrio de poderes– se ha acelerado en la última década a escala global. Por primera vez desde 2001, los regímenes no democráticos son mayoría: 92 países, en los que habitan el 54% de la población mundial. La Unión Europea cobija hoy su primer autoritarismo electoral (Hungría) y varios países del G-20 (Brasil, Turquía, India y EE.UU.) se han subido a la ola 'autocratizante' con matices populistas o abiertamente autoritarios. Por su parte, América Latina ha retrocedido a los estándares de 1990, y los países ex comunistas caen al nivel más bajo desde su transición. 

Consistente con estos hallazgos, en la primera frase del informe de Lapop se afirma que "el pulso de la democracia –en América Latina– se mantiene débil". Ello supone, de acuerdo con el contenido general de ese trabajo, que los regímenes democráticos de la región experimentan una clara disminución de su energía. Los ciudadanos valoran menos la democracia que hace una o dos décadas y, entre ellos, los más jóvenes resultan ser los más críticos. En este contexto, la metáfora médica del pulso débil representa que hay padecimientos que afectan negativamente la vitalidad democrática. Dicho en otros términos, para los autores del informe que analiza la opinión pública de una veintena de países de América Latina y el Caribe, la democracia en la región no goza de buena salud.

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Los indicadores desarrollados por V-Dem indican –en la misma dirección– un proceso de retracción, erosión o debilitamiento institucional de las democracias latinoamericanas. Este proceso, que algunos autores (Luhrmann y Lindberg, 2019) han llamado recientemente de "autocratización", radica en la producción de dinámicas excluyentes desde el seno de los gobiernos, que limitan la posibilidad de los ciudadanos y los partidos de oposición para expresar su voz disonante frente a las decisiones, muchas veces impopulares, de los poderes ejecutivos.

Movilizaciones sociales y protestas callejeras en América Latina en 2019. ¿Debilidad o vitalidad?.- En este contexto, el año pasado estuvo caracterizado por la multiplicidad de movilizaciones y protestas ciudadanas en diversos países de la región frente a lo que consideraban medidas inaceptables y/o formas de abuso de poder por parte de los gobiernos. 

En Ecuador, campesinos y organizaciones sociales y sindicales se movilizaron durante casi un mes para manifestar su descontento frente a la propuesta del Gobierno encabezado por Lenín Moreno para retirar el subsidio a los combustibles, elemento que desencadenaría el riesgo de un encarecimiento general, con el consiguiente impacto sobre el poder adquisitivo de las familias, especialmente de las de menores ingresos. 

En Chile, las protestas populares –con Santiago, su capital, como principal epicentro– se extendieron durante más de 70 días y aislaron al Gobierno de Sebastián Piñera, más preocupado por pacificar y recuperar el espacio público a través de la acción policial que de escuchar los reclamos –algunos de larga data– de la ciudadanía chilena. Irónicamente, como resultado de estas movilizaciones, se ha aprobado la convocatoria a una Asamblea Constituyente que modifique algunos de los pilares institucionales que sostienen el régimen político chileno, cuando el motivo que dio origen a las primeras protestas fue la iniciativa gubernamental de encarecer el boleto estudiantil de transporte público. Sólo a través de la postergación continuada de demandas ciudadanas en torno a derechos (civiles, políticos y sociales) puede entenderse que una medida menor de política pública pueda desencadenar reclamaciones sociales que acaben en una reforma constitucional. Entender esta secuencia implica reconocer que los niveles de desencanto ciudadano con el funcionamiento de la democracia son profundos, y las exigencias, por tanto, eran previsibles.

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El caso venezolano es el ejemplo perfecto de la tendencia autocratizadora señalada por V-Dem. Incluso la exclusión del país del estudio de Lapop –por los riesgos y dificultades para realizar los sondeos tradicionales– da cuenta de cómo el cierre de los espacios y derechos democráticos afecta no sólo a las opciones para incidir políticamente, sino a la posibilidad misma de producir y difundir conocimiento situado sobre su realidad. En el último año, los desafíos derivados de una dualidad de poderes –el Gobierno, empresas y aparatos coactivos en manos de Nicolás Maduro, apoyados por autocracias globales, versus la autoridad paralela de Juan Guaidó, anclada en el Parlamento y respaldada por organismos y gobiernos liberales– se suman al deterioro de los derechos socioeconómicos –laborales, alimenticios, sanitarios–, el bloqueo a los intentos de diálogo y transición políticos y la imposibilidad de informarse, manifestarse y votar. En Venezuela, por tanto, no es sólo el proceso político –en sus dimensiones electoral o contenciosa– el que se ha deteriorado; también el marco general –régimen– y la calidad de la ciudadanía –en dimensiones de cultura y derechos–, configurando un escenario de oclusión de cualquier noción democrática.

A ello hay que sumar la conversión del país en escenario de disputa geopolítica de los distintos poderes globales –Estados Unidos, Rusia, China, Europa– y sus modelos autocrático y poliárquico de gobernanza. 

¿Una salida democrática?.- Sin embargo, es muy probable que –siguiendo la metáfora epidemiológica– la insatisfacción ciudadana con el funcionamiento de las democracias evidenciado por el estudio de Lapop no signifique necesariamente un pulso más débil –como reza el Iinforme– ni una menor vitalidad. Por el contrario, una lectura posible es que algunas sociedades latinoamericanas –a través del repudio de las democracias existentes– están sirviendo de barrera de contención, desarrollando los anticuerpos necesarios para inmunizarlas frente al riesgo del contagio 'autocratizante'. En estos países (Ecuador, Chile, Colombia, Bolivia, Brasil, Venezuela) aumenta la tensión, y sube la temperatura de los conflictos entre el Gobierno y la ciudadanía. Pero, más que un signo de debilidad, esta respuesta febril pudiera ser vista como un proceso natural de nuestro cuerpo social para enfrentarse a los agentes (actores, procesos, decisiones) considerados extraños y, por tanto, inaceptables, en un régimen democrático. 

A cuatro décadas de iniciadas las transiciones, el paulatino (pero aún incierto) arraigo de ciertos principios y valores, sumado al cambio generacional, parecen haber disminuido el temor –presente en las dictaduras– al ejercicio de la accountability vertical (Smulowitz y Peruzzotti, 2000), más allá de la asistencia periódica a las urnas. Si esto es así, la debilidad del pulso democrático será pasajera y, probablemente la vitalidad de nuestras democracias (como resultado de la mayor propensión al control y exigencia de cuentas de nuestras sociedades) pueda llegar a ser mayor al terminar la crisis. No obstante, las tendencias de autocratización, por un lado, y de desencanto con las actuales democracias, por el otro, confluyen en diversos casos y grados en la realidad latinoamericana, moderando el potencial democratizador de las recientes movilizaciones. Como en el caso de la actual pandemia de la Covid-19, el futuro inmediato es incierto y hace difícil pronosticar cuál será la salida a semejantes desafíos.

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