No es una buena noticia, pero es la mejor decisión. La situación de alarma global generada por la pandemia de 'Covid-19' ha impuesto la suspensión de la cumbre del clima (COP26) que debía celebrarse en Glasgow (Reino Unido) en noviembre de 2020.
El aplazamiento se conjuga mal con la concertación de esfuerzos y la acción urgente que exige la emergencia climática; algo tan indiscutible como el hecho de que hoy nos enfrentamos un desafío global aún más perentorio.
Pero ni suspender es cancelar, ni posponer la COP26 significa posponer la acción por el clima, ni este paréntesis será el retraso más grave de la historia de las negociaciones climáticas; si lo empleamos con responsabilidad e inteligencia.
El mandato de los gobiernos de cara a la COP26 es registrar una revisión al alza en sus planes de reducción de emisiones: existe una necesidad urgente de salvar la brecha que media entre los compromisos actuales y los que harían alcanzables los objetivos del Acuerdo de París.
Es lo que prescriben los informes científicos, lo que exige la ciudadanía y lo que marca para 2020 el calendario de las negociaciones. La necesidad de enfocar los esfuerzos a escala global y doméstica hacia la resolución de la pandemia para proteger nuestra salud y bienestar implica postergar la COP26. Pero ello no debe implicar la relajación de las metas arduamente alcanzadas en París, ni la firmeza del compromiso de orientar nuestro progreso de manera compatible con el clima.
[Con la colaboración de Red Eléctrica de España]
Es imprescindible que la recuperación económica que vendrá tras la crisis sanitaria y el esfuerzo inversor que servirá para relanzar el sistema respalden al mismo tiempo soluciones climáticas. Los momentos de reconstrucción son propicios para liberarse de inercias del pasado y asentar pilares más sostenibles para el futuro.
¿Cómo hacemos para reiniciar el sistema de otro modo? El pasado 31 de marzo, el Consejo de Ministros acordó remitir a Bruselas la actualización del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima 2021-2030, que implica eliminar una de cada tres toneladas de gases de efecto invernadero que España emite actualmente (reducción del 23% respecto a 1990).
El Plan documenta el análisis de los efectos macroeconómicos (el impulso del Producto Interior Bruto y la generación de empleo sobre los que sustentar una transición justa), así como los beneficios asociados de salud pública. Esta ha de ser una referencia fundamental en un proceso de transición económica sostenible que no deje a nadie atrás.
También en Europa, el vicepresidente ejecutivo Frans Timmermans ha refrendado el Pacto Verde Europeo y el aumento de su ambición: en septiembre, la Comisión presentará un plan para el horizonte 2030 que amplía el recorte de emisiones europeas hasta un 50%-55% con respecto a niveles de 1990. Es indispensable que todos los países actúen con igual seriedad.
Disponemos de un margen precioso para transformar en oportunidad (al menos parte) la tragedia que vivimos. Más tiempo para ultimar los planes de reducción de emisiones y para acoplar la inversión verde a los planes de estímulo que han de sacarnos del parón económico al que la crisis sanitaria nos está sometiendo a todos.
Los países más vulnerables, en particular los países en desarrollo, necesitarán una mano tendida para afrontar este doble desafío, como los vicepresidentes Timmermans y Borrell también han reconocido. Tanto en salud como en clima, nuestro futuro está unido. Éste sería un buen momento para impulsar planes conjuntos de salud y medio ambiente.
Este año, el mundo se enfrenta a un desafío global desconocido, que aún estamos comprendiendo, para el que no estábamos preparados y que estamos aprendiendo a resolver. Algunas observaciones sobre lo que nos está pasando sugieren aprendizajes interesantes: la enorme capacidad de regeneración de la naturaleza en cuanto dejamos de someterla a presión; el bien que nos hace la re-colonización de flora y fauna: al ecosistema, a la salud, física y mental; la importancia del principio de precaución, de reducir la vulnerabilidad del sistema sobre el que construimos nuestra sociedad; la necesidad de invertir en resiliencia para vivir más seguros.
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Los expertos en la materia manejan esas mismas herramientas en una caja a la que llaman adaptación al cambio climático. No debemos ignorar que en el trasfondo de esta pandemia hay una crisis ecológica que amenaza la vida de muchas personas y que exacerba los riesgos que la sociedad afronta. Resulta ahora visionaria la cita que la Organización Mundial de Salud tenía convocada en el marco de la COP26 de Glasgow: 2020 Conferencia Global sobre Salud y Cambio Climático. Tengo la certeza de que se celebrará en 2021. Acudiremos mejor equipados.
Entre las lecciones que van emergiendo de esta crisis sanitaria, hay dos que son capitales para los responsables políticos: la importancia de la escucha activa a la Ciencia y la necesidad insoslayable de la acción colectiva y global.
Hoy, tenemos la necesidad de actuar con urgencia ante la pandemia. Mañana, la emergencia climática no concederá el lujo del tiempo ni para optimismos vacuos ni para fatalismos inmovilizantes: tenemos la responsabilidad de explorar todos los márgenes de maniobra que existen entre medias.