Mientras la crisis de la Covid-19 avanza por Estados Unidos, Donald Trump ha decidido paralizar al Gobierno federal y dedicarse a sus negocios. Éste es el motivo por el cual la crisis sanitaria hace estragos en el país, propagándose a una velocidad considerablemente mayor al de otras regiones del mundo. La respuesta sanitaria, al entender de Trump, debe ser responsabilidad de los estados. Desde Los Ángeles hasta Boston, de Florida a Illinois, cada ciudad ha sido librada a su suerte, cada gobernador obligado a defender a su población con lo propio. No importa que el virus no reconozca fronteras internas, que las familias estén fragmentariamente distribuidas por todo el país o que las empresas produzcan en múltiples estados. En EE.UU., cada localidad negocia para aumentar el número de ventiladores, y todas ellas compiten entre sí subiendo el precio de las mascarillas mientras buscan acuerdos internacionales para mantener operativos sus hospitales.
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Al tiempo que la economía colapsa y el Congreso vota fondos extraordinarios para mantener las empresas a flote, Donald Trump despide al funcionario de carrera a cargo de ejercer el control de gastos, Glenn Fine, para poner a un loyalist, Sean ODonnell. Mientras el sector privado y los organismos internacionales invierten sumas millonarias para descubrir vacunas y evaluar tratamientos, Trump promueve una droga anti-malaria que no es anti-viral y que es producida por compañías en las cuales él tiene paquete de acciones. ¿Acaso alguien duda de que las medidas de rescate van a incluir millonarias inversiones para sus empresas?
El federalismo fiscal de Daniel Lavette
Hace unos días, en un intercambio con Jonnathan Rodden, discutíamos sobre cuánto del abandono de Trump depende de la estructura federal de Estados Unidos, que da altos niveles de autonomía administrativa y fiscal a cada Estado, y cuánto depende de las idiosincrasias del Partido Republicano y de Donald Trump. Las bases estructurales de la desorganización federal ante el coronavirus, argumentaba Rodden, se encuentran en la relación entre autonomía administrativa y predominancia del voto republicano en los estados menos afectados por el virus, al menos hasta hace un par de semanas (el sur y medio oeste). Sin embargo, como argumenté en su momento, si los demócratas hubieran estado a cargo de la crisis habríamos visto una intervención federal mucho más activa.
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Posiblemente Hillary Clinton, en un universo paralelo en el cual hubiera sido presidenta, hubiese declarado el mandato federal de cuarentena, shelter in place, en lugar de dejar a cada Estado a sus propias decisiones. Muy posiblemente, en este universo paralelo los republicanos hubieran acusado a Clinton de extender el poder del Gobierno federal y vulnerar sore los derechos de cada Estado. Pero hay pocas dudas de que EE.UU. es un federalismo funcional cuando gobiernan los demócratas y un federalismo disfuncional cuando lo hacen los republicanos. No hay duda de que los sistemas federales tienen más dificultades que los unitarios para implementar respuestas colectivas a las crisis, pero el ejercicio de una política federal no depende tan sólo del diseño institucional. Es por eso que el federalismo fiscal de estadounidense presenta distintas caras bajo administraciones demócratas y republicanas.
En esta particular crisis, sin embargo, no es sólo el conflicto entre ambos partidos lo que explica el quiebre de la intervención federal. En su novela 'Los Inmigrantes', Howard Fast narra la historia de Daniel Lavette, quien, durante el gran terremoto de San Francisco en 1906, hace una pequeña fortuna transportando supervivientes en su bote y cobrando por ello grandes sumas de dinero. Como Lavette, Trump ve en la crisis del coronavirus una oportunidad para aumentar su fortuna personal. Al igual que Lavette, que se sentía menospreciado por las viejas fortunas de San Francisco, Trump se siente despreciado y ninguneado por las elites intelectuales y económicas de su país. Puede ser paranoia, no hay duda, pero ¿qué hay para apreciar o respetar en este sociópata que muestra en cada acción un profundo desprecio por sus semejantes?
La desidia del Gobierno federal es estructural, debido a los grados de autonomía de los distintos estados. Es también ideológica, en virtud de la estrategia republicana de abandonar a los gobernadores demócratas y subsidiar a los propios. Pero es también personal, liderada por un outsider de la política que es profundamente despreciado por las élites de las grandes ciudades estadounidenses.
El vengador, Malthus
Es por ello que la decisión de liberar a Malthus en Nueva York, para que la enfermedad mate a los que tenga que matar, es visto como un acto de venganza personal y no tan sólo de egoísmo y ceguera ideológica. Cuando hace tan sólo seis meses Donald Trump se mudó a Florida, presentó esta decisión como un desplante a la ciudad que lo ha despreciado como ser humano, como comerciante y como político.
En cada estado de situación de Trump ante los medios de comunicación de Estados Unidos, lo notable es la falta de empatía por la crisis de Nueva York y la clara decisión de abandonar a los que son 'sus' ciudadanos a la suerte que les ha tocado. A diferencia de otros políticos, Trump no pierde el tiempo lamentando la pérdida de vidas humanas. No se lo escucha dar descripciones vívidas del cariño que tiene por la ciudad en la que vivió 70 años. No habla de la pérdida y el sufrimiento de sus vecinos, no hay mención de los trabajadores que han quedado desempleados. No hay sufrimiento en sus mensajes sino hastío, enojo por esta maldita enfermedad que complica su año electoral, para el que tenía un plan de batalla claro. El mundo ha conspirado contra sus aspiraciones políticas y, si bien también ha creado oportunidades para cruzar miles de millones de dólares con su barquito para depositarlos en el banco de la otra orilla, el virus pone en entredicho el futuro que se había dado a sí mismo entre las élites del mundo.
Malthus camina en Nueva York porque el Gobierno federal ha abandonado sus responsabilidades políticas y porque el presidente de Estados Unidos tiene cosas más importantes que hacer que ocuparse de algunos millones de trabajadores desempleados y cientos de miles de muertos. No es desidia lo que mata en Nueva York, sino el abandono estratégico de sus ciudadanos por parte de un Partido Republicano que sostiene y aplaude a Trump. Un partido dispuesto a reelegir a este sociópata inseguro y querulante, permanentemente ofendido y dispuesto a la venganza en medio de una crisis global.
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