Es pronto todavía para saber con exactitud las repercusiones políticas de la crisis económica provocada por la irrupción del Covid-19. De momento, la crisis parece haberse politizado más rápidamente en España que en la mayoría de países europeos; o al menos la actuación del ejecutivo se ha puesto antes en entredicho. Pero es posible que estas transformaciones no se produzcan de la noche a la mañana. Como tampoco lo hicieron, al menos electoralmente, después de la crisis de 2008.
Incluso en el sur de Europa, donde los sistemas de partidos acabarían saltando por los aires, los cambios en la primera convocatoria electoral después de la crisis fueron más bien moderados (Grecia en 2009 o España en 2011), con un fuerte castigo al gobierno de turno y la oposición haciéndose con el poder. No es hasta las elecciones generales de 2012 en Grecia y 2015 en España cuando el viejo sistema de partidos se desvanece y da paso a uno nuevo. Esta vez no hay elecciones previstas en el sur de Europa en el corto plazo pero sí en Alemania en 2021 y en Francia en 2022.
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Políticamente en Europa nos encontramos todavía en la primera fase de la crisis. Observamos que muchos líderes son hoy más populares que ayer. Sucede así con mandatarios tan distintos como Giuseppe Conte en Italia, Boris Johnson en Reino Unido o Angela Merkel en Alemania. Como explicaba Pablo Simón hace unos días, "cuando hay una situación percibida como de amenaza existencial para la comunidad, todos los ciudadanos apoyan temporalmente a sus gobiernos para superarla".
Es probable, sin embargo, que este fenómeno tenga sus días contados en la mayoría de países. Conforme avancen las semanas de confinamiento, el consenso social existente hoy en día incluso en España en torno a su idoneidad podría comenzar a evaporarse. Hasta ahora los partidos de la oposición han cooperado con los gobiernos en los principales países europeos. En España el Partido Popular ha sido crítico con la gestión del gobierno, pero de momento no ha obstaculizado la aprobación de ninguna medida de calado. Pero este aparente consenso empezará a resquebrajarse cuando se torne inevitable un debate profundo sobre cuándo (y especialmente cómo) poner fin a las estrictas medidas de confinamiento.
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Una vez iniciado el proceso de politización del conflicto será difícil que haya vuelta atrás. Por varios motivos. En primer lugar, una vez que la pandemia se considere bajo control, los partidos de la oposición comenzarán a actuar con más determinación, sin miedo ya de ser acusados de estar rentabilizando políticamente una tragedia. En segundo lugar, llegados a este punto los ciudadanos dispondrán de datos objetivos para evaluar la actuación de los gobiernos respecto a su respuesta en el plano sanitario si fueron efectivas las medidas de confinamiento para salvar vidas; si se hicieron el número de pruebas de detección del virus suficientes y económico. Algunos países podrían carecer de la capacidad institucional suficiente para poner en marcha con la rapidez necesaria planes económicos y sociales tan ambiciosos; si fuera así, el debate económico y político se tensaría todavía más en estos países.
Este proceso de politización seguirá distintos ritmos en diferentes países. Ello dependerá, entre otras, del grado de polarización del sistema político así como del éxito de las políticas implementadas por los gobiernos en la primera fase de la crisis. En Alemania, por ejemplo, parece existir un apoyo mayoritario a la gestión del gobierno de Merkel. Prueba de ellos es que el 81 por ciento de los votantes de la izquierda radical (Die Linke) apoyan su gestión durante esta crisis. El hecho de que Alemania presente una de las tasas de mortalidad de Covid-19 más bajas del mundo contribuye a este fenómeno. ¿Qué sucedería en las próximas semanas si el número de fallecidos en este país se disparase?
Por último, la evolución política (y sanitaria) de la crisis en España contrasta con el caso de Alemania u otros países. Por un lado, los datos de opinión pública no muestran que la popularidad de Sánchez (o de su gobierno) haya aumentado durante estas semanas. Además, la valoración de la gestión del gobierno español por parte de los votantes sigue una lógica estrictamente partidista: los votantes socialistas y morados la valoran positivamente y los del resto de partidos la critican ferozmente. Esto podría deberse simplemente a que en nuestro país la situación es más dramática que en otros y que ello haya elevado rápidamente el tono de la conversación; aunque en Italia, con una situación equivalente, la popularidad de Conte sí ha aumentado. Por otro lado, la polarización política que caracteriza la política española en los últimos tiempos explica también por qué todo lo miramos con gafas partidistas (algo similar sucede en Estados Unidos).
En las próximas semanas el gobierno de España se enfrenta a importantes retos que requerirán de un diálogo fluido con los partidos de la oposición. Un dialogo que ha estado ausente en algunas de sus últimas decisiones. Más allá de que la excepcionalidad de la situación lo requiera, la búsqueda del diálogo podría ser también una decisión estratégica inteligente. En el futuro, cuando los ciudadanos atribuyan responsabilidades, las culpas estarán más repartidas si las decisiones fueron apoyadas por un número más amplio de actores. En cambio, si Sánchez conduce solo, sin copiloto y los asientos traseros vacíos, tendrá difícil mirar hacia otro lado si el coche descarrila.
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