26 de Marzo de 2020, 20:21
El Ejército de Liberación Nacional (ELN) surge como una guerrilla, a mediados de los años 60, inspirada en la experiencia revolucionaria de Cuba. Sus primeros líderes y fundadores, entre los que destacan Fabio Vásquez Castaño, Víctor Medina Morón, Ricardo Lara Parada o Heriberto Espitia, entienden que la revolución debe venir inspirada por el asentamiento del foco revolucionario; esto es, identificar el escenario donde mejor se podía capitalizar el proyecto guerrillero. Por eso, su primer escenario de acción gravita en torno al Departamento colombiano de Santander, entre las ciudades de Barrancabermeja y San Vicente del Chucurí. Este primer proyecto, secundado por unas decenas de combatientes (en alguna ocasión entrevisté a alguno de ellos) se nutre de un marcado sesgo marxista, integrando una ortodoxia mucho más poderosa cuando el sociólogo y sacerdote Camilo Torres se une a sus filas a finales de 1965. Resultado de lo anterior, se incorporan elementos teóricos provenientes de la teología de la liberación.
Desde sus inicios, el ELN transita por serias dificultades. Primero, por sus limitaciones operativas; después, por el descontento que generaba el violento liderazgo de Fabio Vásquez Castaño y, por último, porque la guerrilla está a punto de desaparecer, en 1973, cuando tiene lugar la operación Anorí, tras la que pierde importantes referentes, como Manuel Vásquez Castaño, y dos terceras partes de su estructura. Este acontecimiento obligará a la guerrilla a buscar nuevos escenarios que le alejen de la presión del Estado, cobrando importancia, con el paso de los años, el Departamento de Arauca, frontera con Venezuela.
En 1980 se constituye el Frente Domingo Laín, integrado en el conocido como Frente de Guerra Occidental. Esta estructura experimenta en esos años un crecimiento notable gracias al descubrimiento de petróleo en la región y la construcción del oleoducto Caño LimónCoveñas, que permite importantes réditos económicos fruto, sobre todo, de la presencia de capital foráneo y extractivo relacionado con el petróleo. De hecho, pudiera decirse que es en esta región nororiental donde el ELN consolida una posición de poder nada comparable respecto al resto de escenarios. Mientras que en buena parte del litoral Pacífico su posición queda subsumida a la condición hegemónica de las Farc-EP, en otros lugares como Antioquia, Bolívar o Santander se encuentra fuertemente afectada por el fenómeno paramilitar y las políticas de seguridad de inicios de la década de los 2000.
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Así, Arauca y la región de Norte de Santander operan desde los años 90 como feudos del ELN, donde las principales fuentes de financiación son el cultivo cocalero de la región del Catatumbo, el secuestro y el tejido extorsivo y el contrabando con Venezuela. Estas razones no sólo permiten consolidar su posición en esta parte del país sino, igualmente, sobreponerse al fenómeno paramilitar e, incluso, a la confrontación que mantuvieron con las Farc-EP hasta el año 2010.
Allí se ubica no sólo su frente armado más poderoso sino que, igualmente, se encuentra la figura de uno de sus líderes más beligerantes: Gustavo Aníbal Giraldo, alias Pablito. Una figura controvertida, caracterizada por haber mantenido una oposición de notable distanciamiento con cualquier atisbo de negociación. Buena prueba de ello tuvo lugar cuando los diferentes intentos por dialogar de parte del entonces presidente colombiano Juan Manuel Santos y su delegado, Juan Camilo Restrepo, terminaron siempre de forma infructuosa. Y ello, en parte, porque cuando se trataba de desescalar el conflicto y hacer algún guiño a la sociedad respecto de su intención por negociar, esta estructura del ELN se desmarcaba y protagonizaba acciones y secuestros que afectaban no tanto a su voluntad de negociar sino que, más bien, daban cuenta de la ausencia de un liderazgo férreo y centralizado, con capacidad real de interlocución. Y es que, como algún día me recordaría un ex comandante del ELN, la diferencia con las Farc-EP era clara: mientras que éstas tenían poca ideología pero mucha organización, al ELN le sucedía precisamente todo lo contrario.
Desde mediados de la década de los 2000, el ELN se encuentra muy alejado de la ortodoxia guerrillera que le caracterizó en algún momento. Esto es, fundamentación política, proximidad a la sociedad, civil, rechazo al negocio cocalero o ausencia de la reclusión forzosa. Todo lo contrario: la guerrilla terminó por desnaturalizarse y asumir una deriva criminal que, cada vez más, dificulta cualquier posibilidad de defender y legitimar un escenario de solución negociada como sucedió con las Farc-EP.
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Buena parte de lo anterior se debe a las ventajas que le ha ofrecido al ELN la desmovilización de aquella guerrilla. Ello le ha permitido consolidar su posición en Arauca y Norte de Santander, en donde se encontraban los Frentes 10 y 33 de las Farc-EP y, asimismo, restablecer una mayor notoriedad territorial, por ejemplo, en los departamentos del litoral Pacífico.
A tal efecto, la situación que desde hace años atraviesa Venezuela ha favorecido la porosidad de una frontera colombo-venezolana de la cual el ELN se aprovechó durante décadas, si bien hoy en día lo hace de un modo si cabe más notorio. Hasta la llegada de Hugo Chávez no se puede decir que hubiera, ni mucho menos, connivencias entre el Gobierno venezolano y la presencia de esta estructura armada. Baste a tal efecto recordar la masacre de Cararabo, cuando el ELN lleva a cabo una acción en el Departamento de Apure en la que son asesinados ocho militares venezolanos.
Hay constancia, y hace algunos años pude constatarlo de forma física, que existen campamentos del ELN en la frontera con Venezuela, lo cual sirve de subterfugio idóneo para la subsistencia de la guerrilla. Ello goza con el beneplácito del presidente, Nicolás Maduro, por varias razones. La primera, la misma que argüía en su momento Rafael Correa, es la relativa a cómo entender la ocurrencia del fenómeno guerrillero en la frontera. Fruto de la política de seguridad desplegada por Álvaro Uribe entre 2002 y 2010, acontece un proceso de reubicación de las guerrillas en entornos fronterizos. Ecuador o Venezuela, en un marco de erosión de las relaciones vecinales, podían hacer dos cosas: repeler la presencia guerrillera y, por ende, securitizar la frontera, integrando una amenaza más, o todo lo contrario, dejarlo estar y tratar de conseguir que, a cambio, las guerrillas no actuasen contra la población civil ni afectasen su bienestar. En el caso de Venezuela hay que añadir un elemento más, y es que los departamentos de la frontera con Colombia, como son Táchira o Apure, son de marcada impronta opositora, de forma que el ELN pudiera erigirse como potencial aliado en caso de un escalamiento del conflicto con ciertas regiones del país.
Hoy en día, el ELN actúa como actor paraestatal, con sus particulares fuentes de poder social. Un poder territorial perceptible a ambos lados de la frontera, un poder económico proveniente de la extorsión, el contrabando y el narcotráfico, y un poder militar que le convierte en garante de la actividad delincuencial de este escenario. Hay voces que llegan a afirmar que existen connivencias con el sistema de inteligencia venezolano o con los mandos locales de la Guardia Nacional Bolivariana. A falta de que eso resulte cierto o no, lo que sí resulta presumible es que el oportunismo local y la coyuntura marcan el sentido y alcance de estas posibles relaciones, tal y como sucede, en territorio colombiano, cuando el ELN colabora o se enfrenta con otras estructuras armadas en función de las necesidades del momento.
Así, recuérdese cómo a finales de 2018 un operativo de este Frente de Guerra Oriental actuó contra la Guardia venezolana, ocasionando cuatro muertos. Se llegó a afirmar, incluso, que cuando Iván Márquez y Jesús Santrich, junto con otros destacados líderes de las Farc-EP, retomaron la senda de las armas el verano de 2019, una relación con el ELN resultaba más que predecible. Nuevamente, conviene apuntar del oportunismo y la inmediatez de este tipo de alianzas, pues no queda tan lejos una década pasada en la que, muy lejos de alianzas y camaraderías, Farc-EP y ELN se enfrentaron durante años por el control de Arauca. De esta forma, ahora que el ELN opera como protagonista hegemónico, cuesta pensar que vaya a permitir un colaboracionismo sin más, como si se tratara de estructuras al mismo nivel.
En conclusión, el ELN ha encontrado en la frontera con Venezuela un escenario invaluable, de control estratégico, obtención de recursos y seguridad frente a la fuerza pública colombiana. Ello ofrece una serie de ventajas a efectos de proseguir en su activismo armado y, por ende, alejarse de una solución negociada. Lo anterior no quiere decir que el Gobierno de Maduro considere al ELN formalmente como su aliado, pero sí lo trata como un actor al cual recurrir informalmente en caso de que pudieran sucederse episodios de violencia política en departamentos de clara impronta opositora. La minería ilícita, el contrabando o las salidas del negocio cocalero hacia Venezuela son prioridades de segundo orden para el Gobierno actual. Un Gobierno que tampoco encuentra en el Ejecutivo de Iván Duque un incentivo para colaborar, habida cuenta de su posición de desacreditación y demonización, lo cual ha terminado por alimentar la ausencia de confianza y la imposibilidad de impulsar herramientas de cooperación reforzada a ambos lados de la frontera.
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