18 de Marzo de 2020, 15:08
El Covid-19 ha llegado a América Latina. La revisión de los datos en 17 países continentales, más República Dominicana y Cuba, muestra que hay casos de contagio en casi todos. Dos apuntes: primero, la propagación dista de ser masiva, lo que sólo debe entenderse como una oportunidad de actuar a tiempo. El domingo, Argentina registraba 34 contagios, el lunes 46 (con dos muertos); Chile pasó de 61 a 75; Colombia, de 22 a 34; México, de 26 a 43. El mayor número de casos por población se da en Panamá, con 43. Otros países se mantienen estables, con números poco significativos en Cuba (10), Guatemala (uno), Paraguay (seis), e incluso nulos en El Salvador y Honduras.
Fuente: arcgis.com.
El segundo apunte cae por su propio peso: ¿podemos confiar en los datos? Por muchas razones, empezando por las características del virus, que puede estar presente y ser asintomático en muchas personas, es difícil dar una respuesta adecuada. A ello se suma la velocidad de expansión: si para Chile cité 75 casos, esta tarde el presidente Sebastián Pinñera habló de 155.
Sin embargo, el virus de momento ha llegado por avión, lo que sugiere que se inserta en las brechas que separan grupos de población: los que viajan a Europa, Estados Unidos y/o China, a los que puede atribuirse aceptando un buen margen de error que disponen de la abundante información que ha circulado en los últimos días y son, por tanto, conscientes de su potencial propagador, toman las medidas adecuadas e informan a las autoridades. Pero dejemos a las personas de las que la opinión pública en los últimos días parece esperar muy poco en el individualista mundo occidental (léase la ironía) y pasemos a observar qué están haciendo los gobiernos de la región.
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La velocidad de contagios y el incremento del número de fallecimientos en Italia y España encendieron las alarmas en casi todos los países latinoamericanos. Salta a la vista en la cantidad de decretos aprobados en los últimos días. La emergencia sanitaria ha sido declarada en Colombia, Perú, Ecuador, Venezuela y Uruguay. La emergencia nacional en Panamá y el estado de excepción, en uno de los pocos países en que aún no se ha registrado ningún caso, El Salvador. Nayib Bukele ha propuesto la medida al Congreso y ha recibido respaldo, a un mes de haber enviado el Ejército al recinto para pedir apoyo (queda abierta la pregunta sobre la convicción con que se haya aprobado; segunda invitación a la ironía).
Las medidas se han orientado al cierre o control de aeropuertos y fronteras, al cierre de centros educativos y la cancelación de eventos masivos. El jueves 12 de marzo, Argentina suspendió vuelos provenientes de todos los países de Europa, Estados Unidos, Corea del Sur, Japón, China e Irán, y hoy lo ha extendido a todos los vuelos, además de cerrar fronteras. En Bolivia, la lista incluye China, Corea, Italia y España. En Panamá, primero se suspendieron vuelos desde y hacia Europa y Asia, pero luego se matizó el decreto para permitir la entrada de panameños y residentes. También El Salvador cerró las fronteras. Hay restricciones en Ecuador, Chile, Guatemala, Honduras, Paraguay, Perú y Venezuela. Ésta suspendió todos los vuelos provenientes de Europa y también los de Colombia, Panamá y República Dominicana. Además, quienes hayan llegado de los países listados en cada país están en cuarentena.
Los centros educativos se han cerrado en Brasil, Chile, Ecuador, El Salvador, México, Panamá, Perú, Paraguay y Uruguay. República Dominicana los cerró por dos días para desinfectarlos (queda pendiente aquí averiguar cómo se están interpretando las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud). En Chile, se han cerrado por la presión de académicos e instituciones que, una vez más, han tomado la delantera. En Argentina como antes en Chile primero las autoridades señalaron que cerrar escuelas implicaba dejar a muchos niños al cuidado de los abuelos y esto podía ser contraproducente. Hubo cambio de planes y se ha anunciado que se suspenderá el inicio de clases (recuérdese que, debajo de la línea del Ecuador, varios países estaban hasta ahora en vacaciones de verano).
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Dicho bien claro: los gobiernos latinoamericanos no permanecen indiferentes a esta crisis global y están tomando decisiones para evitar la propagación del virus. Pero no faltan los despropósitos, encabezados por los presidentes de Brasil, Nicaragua y México. En Brasil, con 200 contagios, desde el 11 de marzo se suspendieron las clases (por cinco días) y la celebración de eventos públicos. Sin embargo, no se suspendió la marcha contra el Congreso, que el presidente Jair Bolsonaro apoyó inicialmente y ayer celebraba en Twitter, posteando fotos de los centenares de movilizados en todo el país; incluso, y a pesar del consejo de sus médicos, salió a saludarlos.
En Nicaragua, la dictadura encabezada por Daniel Ortega y Rosario Murillo convocó una manifestación para orar por los afectados por la pandemia en el mundo (parece increíble, pero así fue). Ellos no asistieron, pero obligaron a los funcionarios públicos a hacerlo, incluyendo a los trabajadores de sanidad.
En México, pese a que el Gobierno ha anunciado medidas acordes con las tomadas en otros países, el domingo el presidente Andrés Manuel López Obrador se pasó un buen rato dando abrazos y besos a cuanta persona se le cruzó en el camino. Como Bolsonaro, un valiente AMLO (tercera y última ironía).
Este breve repaso ubica a América Latina en el mapa, con más similitudes que diferencias con el resto del mundo occidental. La gestión de Bolsonaro, siendo muy mala, puede que sea menos dañina que la de Boris Johnson, que se resiste todavía a tomar medidas con teorías que han sido descalificadas por los científicos. Y si fue mala idea que ayer tuvieran lugar las elecciones municipales en República Dominicana, otro tanto se puede decir de Francia.
En el plano de los efectos, hay que comenzar por la siempre vulnerable economía de la región. La dependencia creciente de China es conocida. La evaluación de daños dependerá de muchos otros factores, incluyendo los endógenos (si se logra controlar la pandemia), pero no hay duda de que los habrá. En otro plano, algunos países ya han modificado su calendario electoral, como Paraguay. Chile y Bolivia tendrán los procesos electorales (plebiscito y elección presidencial) con mayor carga simbólica de la región. Habrá que ver cómo evoluciona la situación.
Hay otros efectos colaterales negativos, que se suman a los humanitarios y económicos: en primer lugar, al asociarse el virus con la llegada de gente de fuera, puede incrementar el creciente rechazo a la inmigración (en Panamá ya hubo un ataque a un autobús turístico que salía del aeropuerto, pero también en los pueblos se ha intentado evitar la entrada de gente de la metrópolis). En segundo lugar, el Ejército ya ha asumido, en países como Bolivia y El Salvador, un rol en la protección de las fronteras que puede también incrementar aún más su presencia y prestigio. La irresponsabilidad de los líderes populistas que han menospreciado la crisis, y la disputa de los neopentecostales por otorgar a dios lo que es del césar (o mejor dicho, de los científicos y médicos), tendrá consecuencias también, pero habrá que ver en qué sentido. Una buena: en países como Argentina y Uruguay, Gobierno y oposición unidos parecen haber dejado a un lado la grieta, al menos por un rato, para velar por la salud pública.
Finalmente, y central: ¿cuán preparados están los sistemas sanitarios de estos países para una pandemia? En Paraguay, por ejemplo, el coronavirus se suma a otras epidemias locales a las que no se ha logrado todavía dar la respuesta apropiada, como el sarampión y el dengue. El acceso a la salud es una de las claves del descontento de la ciudadanía en países como Chile, Colombia o Brasil. Incluso es la primera fuente de descontento en Panamá, mientras Uruguay y Costa Rica apenas invierten en sus sistemas sanitarios en la medida sugerida por la OMS. En el plano más micro, no hay camas suficientes en los hospitales. Así, aunque la respuesta varíe entre estados, a la vista de la experiencia europea puede asumirse que los países de América Latina no están suficientemente preparados, y por eso es clave activar las medidas de prevención: hay que evitar la propagación del virus.