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La mayor caída del petróleo en 30 años

Pedro Fresco

9 de Marzo de 2020, 21:06

En medio de la crisis sanitaria mundial por el coronavirus SARS-CoV-2, y ante los temores a una recesión derivada de esta situación, era cuestión de tiempo que se produjese una de las consecuencias habituales de las crisis económicas mundiales: la caída del precio del petróleo. Ya sucedió durante la crisis financiera internacional de 2008, cuando el precio del barril de Brent, la referencia europea, pasó de más de 130 dólares en julio de 2008 a menos de 40 a final de ese mismo año. También pasó durante la crisis de los tigres asiáticos en 1997 y en otras anteriores. La razón parece intuitiva: las crisis hacen reducir la demanda y, a menor demanda, menor precio.

Sin embargo, el petróleo es un producto que tiene unas características especiales a causa de la cartelización de los productores. Desde los años 60 existe la Opep, organización de los países productores de petróleo de lo que tradicionalmente se conocía como Tercer Mundo (es decir, aquéllos que no formaban parte ni de la esfera de influencia estadounidense ni del bloque soviético) que se creó para maximizar sus ingresos que, anteriormente, estaban sometidos al poder de mercado de las compañías petroleras occidentales, conocidas como las siete hermanas. Los países de la Opep poseen alrededor del 80% de las reservas de petróleo del mundo, aunque no llegan ni a la mitad de la producción mundial debido a que algunos grandes productores, fundamentalmente Rusia y los EE.UU., no forman parte del grupo. Por esta razón, la Opep y otros países productores, el más importante de ellos Rusia, intentan coordinar políticas de producción para que sus decisiones tengan verdadero efecto sobre los precios del mercado. Este nuevo grupo de países se conoce de forma informal como el grupo de Viena u Opep+, grupo del que no forma parte Estados Unidos.

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Lo que pretenden hacer grupos como la Opep o la Opep+ es acordar políticas de extracción para influir en los precios. Cuando el del petróleo cae por una crisis o por cuestiones de demanda, la tendencia normal es reducir la producción para encarecerlo. En otras situaciones sucede lo contrario, se aumenta la producción para intentar maximizar los ingresos, entendiendo que la caída del precio será menor y no excederá las ganancias. Esto, que parece muy sencillo sobre el papel, no lo es realmente, ya que una reducción de la producción puede generar a corto plazo menores ingresos a pesar de hacer subir el precio del barril; y, por otro lado, un aumento de la producción no es viable para todos los países, por lo que estos pactos no son sencillos.

Ya hubo bastante desacuerdo en los últimos años entre los que son quizá los dos países más importantes de esta organización, Arabia Saudí y Venezuela, ya que el primero era partidario de subir la producción mientras el segundo, extremadamente dependiente de los ingresos del crudo para mantener a flote su economía, no lo era porque sabía que una caída del precio mermaría sus ingresos al no poder aumentar la producción de forma suficiente para compensar el abaratamiento. Lamentablemente, los países cuyo monocultivo económico es el petróleo suelen caer en una dependencia extrema de sus ingresos y acaban siendo rehenes de ellos a corto plazo. Es la conocida como maldición de los recursos naturales o, más concretamente, maldición del petróleo.

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Ante la caída de la demanda de crudo a causa del coronavirus, los países de la Opep querían reducir la producción para evitar una caída de los precios. Ya se comenzaba a notar esta caída, desde los 60 dólares/barril de enero hasta los 50 en los que acabó febrero, abaratamiento que podía agudizarse y no ser coyuntural si la crisis sanitaria perduraba. El 5 de marzo, la Opep aprobó un recorte de la producción de millón y medio de barriles diarios, pero sólo iba a ser aplicada si Rusia aceptaba el recorte. Sin embargo, ésta se negó a aceptarlo (era mucho mayor del que se estaba especulando semanas antes), lo que provocó que Arabia Saudí diese por roto lo acordado e hiciese lo contrario, aumentando la producción y provocando así la mayor caída del precio del petróleo en 30 años.

Parece bastante claro que la estrategia de Arabia Saudí es un golpe de fuerza para obligar a Rusia a aceptar los nuevos recortes de la producción. Puede parecer que actúa contra sus propios intereses, pero no es la primera vez que lo hace así para reorganizar el mercado a su conveniencia. A finales de 2014 también incrementó la producción e hizo bajar deliberadamente el precio para recuperar el liderazgo mundial en la producción de crudo, que había retomado EE.UU. gracias al auge del fracking. Los saudíes saben que con precios inferiores a 40-45 dólares/barril, muchos pozos que extraen petróleo mediante esta técnica en Estados Unidos no son rentables y, sin embargo, sí es un precio aceptable para Arabia Saudí.

Éste es el coste de extracción de un barril de petróleo para distintos países (ver gráfico), según un estudio de la consultora Rystad Energy de 2016. Como se puede observar, Arabia Saudí tiene el más bajo del mundo, no llega a nueve dólares/barril, casi la mitad del ruso. Otro estudio más reciente de la propia compañía petrolera saudí Aramco indicaba que, a principios de 2019, el coste de extracción para un nuevo pozo petrolero en Arabia Saudí seguía siendo el mismo, mientras en el caso de Rusia superaba los 40 dólares/barril.

Más allá de los costes de extracción, Arabia Saudí es un país rico que puede soportar mucho mejor que Rusia una reducción de los ingresos, como pudo demostrarse en 2014, cuando el rublo ruso se devaluó fuertemente precisamente por esa política de hundimiento de precios promovida por Arabia Saudí. Por contraintuitivo que pueda parecer, estos costes saudíes de extracción, casi ridículos, le permiten hundir los precios del crudo sin afectación aparente y ganando posiciones a medio plazo.

Es difícil predecir qué puede pasar durante los próximos días y meses. En interés de Rusia está sentarse a negociar y pactar una reducción de cuotas, sobre todo porque hay una enorme incertidumbre sobre el efecto que puede tener el coronavirus en la economía (y, por tanto, en la demanda de petróleo), pero los rusos no suelen aceptar bien este tipo de medidas agresivas y nada garantiza que vayan a negociar.

En todo este juego geopolítico hay un tercer actor, EE.UU., principal productor en la actualidad y que, poco a poco, ha ido robando cuota de mercado a Arabia Saudí y Rusia. Esta caída del precio del barril daña a la industria del 'fracking' estadounidense, pero saudíes y norteamericanos son aliados geopolíticos con vínculos muy importantes que van desde la fijación del dólar como moneda para las transacciones petroleras hasta los enemigos comunes que comparten.

Si el precio no se recupera, bien porque no hay un pacto entre Rusia y Arabia Saudí, bien porque se inicia una crisis económica producto de la crisis sanitaria del coronavirus, toda la industria petrolera puede sufrir un duro 'shock'. La industria del fracking estadounidense está altamente endeudada y un precio bajo sostenido en el tiempo podría llevar a la quiebra a varias explotaciones.

Por otro lado, se observa a nivel mundial una desinversión lenta, pero constante, en la industria petrolera. Desde el fondo soberano de Noruega hasta multitud de fondos de pensiones han anunciado que dejarán de invertir en combustibles fósiles por cuestiones esencialmente medioambientales. Ya hay compromisos de desinversión en este sector de al menos 11 billones de dólares. Si a esta retirada ya en marcha, con precios superiores a los 60 dólares/barril, le añadimos un hundimiento a la mitad de ese valor, este proceso no puede sino aumentar.

Para los países importadores como España, la bajada del petróleo es una buena notica a corto plazo porque será positivo para la economía, pero este sistema por el que el coste del suministro energético de un país está sometido a decisiones arbitrarias e intereses ajenos es potencialmente perverso. Una bajada ahora será la antesala de una nueva subida, que afectará negativamente a nuestra economía cuando se produzca.

En nuestro interés está reducir al máximo posible nuestra dependencia de los combustibles fósiles, y eso sólo pueda pasar por la potenciación de las energías renovables, la eficiencia energética y la electrificación. Nuestro petróleo es el sol y nuestro gas es el viento, y no debemos perder un minuto para seguir reduciendo nuestra dependencia energética exterior. La transición energética también es esto.

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