En 1975, la Organización de Naciones Unidas institucionalizó el 8 de marzo como día Internacional de la Mujer, pero desde mucho antes se registran reinvindicaciones sociales, económicas y políticas orientadas a conseguir la igualdad. Agenda Pública tiene un compromiso firme con esos reclamos (por ejemplo, trabajamos para publicar tantas voces de mujeres como de varones) y seguimos de cerca las investigaciones que permiten comprender mejor los techos, brechas, acantilados y demás obstáculos de diverso orden que impiden la paridad. Porque lo hacemos todos los días, hoy hemos querido presentarles algo distinto: le pedimos a prestigiosas analistas, expertas en temas que consideramos clave economía, auge de la extrema derecha, elecciones, comunicación política, transición energética y derechos humanos, que nos sugieran dónde tenemos que poner la mirada. Y para darle la vuelta a como se hacían las cosas hasta hace poco, cuando sólo las mujeres hablaban de género, como si fuera una cuestión exclusivamente femenina, esto se lo pedimos a un varón.
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Cuando se escribe sobre mujeres, la regla número uno es no escribir sin mujeres. De personas sin útero pontificando sobre el aborto está azulejado el infierno. Por eso, me limitaré a escribir sobre los hombres.
Hay tres actitudes que los hombres debemos adoptar para respetar.
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La primera es evitar el mansplaining, la explicación que un hombre ofrenda a una mujer que sabe más que él. El mansplaining tiene dos primos hermanos: el manspreading, que consiste en desparramarse en un espacio público invadiendo el lugar de los demás, y el manterrupting, que se produce cuando un hombre habla por encima de una mujer como no haría ante otro hombre. El tratamiento de estas inconductas es simple y tiene dos pasos: primero, imaginemos cómo obraríamos si la otra persona que está hablando fuera un hombre; segundo, callémonos hasta que termine de hablar. El primer paso es prescindible.
La segunda actitud consiste en combatir la exclusión física. Desde los patios de juego de las escuelas, los chicos aprenden a desarrollar actividades físicas que impulsan a las chicas hacia los bordes, hacia la pasividad, hacia la invisibilidad. De grandes, algunos de esos chicos se convierten en periodistas o académicos que aceptan participar en all-male panels. Tales eventos deben ser desterrados. Si no hay mujeres en el panel, que no haya hombres. Esto puede resultar duro cuando la participación es paga, como en los congresos empresariales o sindicales. Pero entonces que prime el escarnio: todo panel que carezca de mujeres tiene que ser inmortalizado en el infierno de las redes sociales.
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La tercera actitud exige combatir la exclusión intelectual. Cada vez hay más mujeres en la Academia, aunque disciplinas religiosas como la economía tengan en sus altares casi tan pocas como una madrasa. La presencia de mujeres no atenta contra la calidad, sino que la potencia: los estudios sobre toma de decisiones colectivas demuestran que la diversidad de los participantes mejora el resultado. Pero, a estas alturas del desarrollo social, la presencia de mujeres también se justifica a nivel individual: si tu organización no las incluye en puestos directivos, es injustificado inferir que los hombres a cargo son más competentes; estadísticamente, lo más probable es que haya incompetentes. Lo mismo se aplica a coautorías y, sobre todo, a citas bibliográficas: si en un artículo académico mencionamos pocas obras escritas por mujeres, existen una posibilidad y una certeza: la posibilidad de que no haya muchas especialistas y la certeza de que no buscamos lo suficiente. La pereza intelectual es una actitud que, en sus resultados, no se diferencia de la ideología de la discriminación.
Y si tu ideología desvaloriza la diversidad de género, tu ideología es degenerada.