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Iglesias evangélicas y política en América Latina

Claudia Zilla

8 mins - 25 de Febrero de 2020, 21:09

Una transformación demográfica profunda viene teniendo lugar con especial fuerza desde la década de los 70 en América Latina: la pérdida constante de fieles de la Iglesia católica apostólica romana. Como consecuencia, no aumenta el número de personas ateas o sin religión, sino el de miembros de denominaciones evangélicas de orientación pentecostal y neo-pentecostal. A su vez, prolifera la diversidad evangélica como producto de escisiones en torno a líderes carismáticos que crean su congregación o nueva iglesia. Esto se debe a que, en general, en el mundo evangélico se prioriza el carisma pastoral sobre la competencia teológica y la formación formal.

Además, el mundo evangélico es sumamente variado: existen las mega-iglesias, ubicadas en antiguos teatros o nuevos edificios monumentales en centros urbanos, como así también los templos de garaje en zonas periféricas. Las pastoras y los pastores están presentes en los barrios marginales, a menudo dominados por bandas criminales, y también en las cárceles, donde brindan atención pastoral, social y sanitaria. La palabra evangélica logra un alcance masivo a través de la radio y la televisión.

Según datos de Latinobarómetro (2018), de esta dinámica regional se apartan sólo cuatro países: por un lado, en México y Paraguay la Iglesia católica no ha sufrido pérdidas considerables, y entre aproximadamente el 80% y 90 % de la población sigue perteneciendo a la misma. Por el otro, en Chile y Uruguay la proporción de gente atea y agnóstica ha aumentado sensiblemente, alcanzando hoy en día el 38% y el 41%, respectivamente.

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En el resto de la región, sin embargo, se observa un significativo desplazamiento del catolicismo al (neo)pentecostalismo, considerablemente fuerte en América Central. En Honduras, El Salvador, Nicaragua, Guatemala y la República Dominicana ya menos de la mitad de la población se considera católica; a lo que corresponde una proporción notablemente alta de evangélicas y evangélicos, que va del 20% al 40%. En Brasil, Panamá y Costa Rica, la mayoría se sigue considerando católica, pero incluso allí más de un cuarto de la población se describe como evangélica.

Se trata de una migración religiosa con implicaciones sociales y políticas. En primer lugar, con este desarrollo no sólo se profundiza en la diversidad religiosa, sino también en la religiosidad de la sociedad. La opción por el evangelismo consiste en un acto consciente de personas adultas que suele ir acompañado de una intensificación de la identidad y práctica religiosas. Entre los motivos de los fieles para la conversión se destacan, según una investigación del Pew Research Center (2014), la búsqueda de una conexión personal con Dios; la satisfacción de celebrar la misa en una nueva Iglesia, la necesidad de poner más énfasis en la moralidad, el deseo de pertenecer a una Iglesia que ayude más a sus miembros y el haber recibido una invitación personal por parte de la nueva Iglesia.

En segundo lugar, las congregaciones evangélicas ganan reconocimiento como agentes de solución de problemas cotidianos para los sectores sociales más desfavorecidos. Estudios cualitativos muestran que las generan un vínculo emocional, un sentido de pertenencia que hoy en día ni la Iglesia católica ni el Estado pueden brindar. No son pocas las personas en situación vulnerable, afectadas por el alcoholismo y la violencia doméstica, que logran escapar de la miseria e integrarse en el mundo laboral después de haberse acercado a una congregación evangélica. La creencia pentecostal de que el bienestar material es una prueba del favor de Dios (evangelio de la prosperidad) funciona aquí como una especie de profecía auto-cumplida.

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Este bienestar material tiene también validez para la congregación en su conjunto: por esta razón, la aportación del diezmo desempeña un papel central en los círculos evangélicos. Sus fieles suelen considerarlo como el equivalente funcional a la contribución a un sistema de Seguridad Social, como una inversión que vale la pena realizar ya que, en casos de necesidad, se recibe ayuda de la propia Iglesia.

En tercer lugar, el nuevo pluralismo religioso gana expresión y visibilidad en distintos ámbitos de la sociedad. Se instalan instituciones educativas evangélicas, periódicos, emisoras de radio y televisión, surge toda una industria evangélica de música, de indumentaria y de productos de life style sagrado para las y los fieles. Esta mayor orientación al cliente de las iglesias va acompañada de una individualización y fragmentación de la oferta religiosa.

En el plano político-institucional, donde persiste la sub-representación evangélica, la pretensión de estas iglesias de influir en el destino político del país y de asumir responsabilidades en las instituciones del Estado se hace cada vez más evidente. Por un lado, mientras que en el siglo XIX en América Latina los protestantes históricos lucharon desde su posición de minoría religiosa junto a los liberales por un Estado laico, claramente separado de la Iglesia, los evangélicos de la actualidad demandan más bien igualdad legal y política con respecto a la Iglesia católica (isonomía) e inducen la entrada de argumentos religiosos en la esfera política.

Una alianza con la Iglesia católica se busca sólo en marco del 'lobby' cristiano-conservador por una agenda moral 'pro-familia' y 'pro-vida'. Juntas se oponen a la legalización del aborto, al reconocimiento legal como familia de modelos no hetero-normativos y a la ampliación de derechos asociada a la pluralidad de género (política que denominan peyorativamente ideología de género). Este posicionamiento se ha puesto en evidencia en los últimos años en numerosas movilizaciones en distintos países latinoamericanos. Si bien también existen iglesias evangélicas progresistas, incluso lideradas por homosexuales, éstas representan una minoría menos visible y oíble en la política de la región.

Por el otro lado, las iglesias evangélicas hacen valer su peso demográfico en el ámbito electoral. Según el país, sus líderes buscan acuerdos con candidatos presidenciales con probabilidad de éxito, apoyan candidaturas a ejecutivos y legislativos informal u oficialmente o bien fomentan la cooperación corporativa en los parlamentos.

Es en Brasil donde el involucramiento político de las mega-iglesias evangélicas –como la Universal de Reino de Dios y la Asamblea de Dios– se da con especial ímpetu. Éste ha sido coronado con la elección de Jair Messias Bolsonaro como presidente, quien fuera bautizado en el Río Jordán por un pastor evangélico. Tanto durante las elecciones como hoy en su Gobierno, Bolsonaro contó y cuenta con apoyo evangélico sobre-proporcional. La relevancia política de las mega-iglesias evangélicas en Brasil radica no sólo en las preferencias políticas de sus fieles, sino también en la dimensión de su voto cautivo: una encuesta realizada por Datafolha (2017) reveló que, en términos generales, sólo el 19% del electorado brasileño considera seriamente las candidaturas propuestas o recomendadas por la propia iglesia. Esta obediencia confesional-electoral se eleva al 31% para los miembros de iglesias evangélicas neopentecostales.

Así, en América Latina el catolicismo, una religión dominante altamente institucionalizada, con organización jerárquica centralizada, se encuentra en declive mientras gana terreno una multiplicidad heterogénea y descentralizada de denominaciones y congregaciones evangélicas de baja institucionalización. La creciente segregación de las sociedades latinoamericanas, es decir, la separación espacial de grupos sociales, tiene correspondencia con un mercado espiritual cada vez más segmentado. El monopolio religioso de una iglesia global con una visión del mundo que acuña toda la sociedad es cosa del pasado. Está siendo reemplazado por una gran variedad de ofertas religiosas que se orientan a las necesidades y preferencias especiales de diversos grupos sociales. Paralelamente, aumenta la permeabilidad entre las esferas religiosa y política y recibe un nuevo impulso una agenda moral tradicional-conservadora contraria a la ampliación de derechos, al reconocimiento social, político y legal de la diversidad.

(Este análisis está basado en un estudio más amplio de la autora)

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