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Chile y la ley del desplazamiento a la izquierda

Marcelo Mella Polanco

20 de Febrero de 2020, 20:29

Históricamente, el sistema político chileno se ha desarrollado creciendo hacia la izquierda. Considerando las aportaciones de Timothy R. Scully, se observa que sus crisis políticas de 1857-1961 (conflicto clerical/anticlerical), de 1920-1932 (conflicto de clases urbano) y de 1958 (conflicto de clases rural) tuvieron como una de sus consecuencias el surgimiento de nuevos actores partidarios con programas progresistas. Estos actores surgidos de coyunturas críticas permitieron nuevos equilibrios y la adaptación del sistema a las nuevas condiciones políticas. 

Como señala Scully, el desarrollo del sistema político chileno se caracteriza por tres rasgos: a) la estabilidad de las preferencias y la configuración del espacio electoral en una lógica de tres tercios (derecha, centro, izquierda), b) el impulso adaptativo generado por las coyunturas críticas durante los siglos XIX y XX, y c) la propensión del sistema a crecer hacia la izquierda.

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Se puede observar en el Cuadro 1 que, en general, los nuevos partidos surgen por la izquierda, como ocurre con el PC y el PS en la fisura de clases urbana y con el Frap y la UP en la tercera coyuntura crítica. A su vez, con el paso del tiempo las organizaciones tienden a moverse hacia la derecha; algunos llaman a esto envejecer en términos organizacionales o políticos. Por ejemplo, los Radicales surgen en la coyuntura 1857-1961, ubicándose en la siguiente (1920-1933) en el centro del sistema y en el último clivaje (1958) en tránsito hacia la derecha. Otra de las características del sistema chileno es el rol crucial de los partidos de centro para generar estabilidad política y la tendencia a formar coaliciones para atenuar los efectos del multipartidismo.

Después de 1990, el sistema electoral mayoritario bi-nominal establecido por la dictadura del general Augusto Pinochet evitó el surgimiento de mayorías nítidas, favoreciendo empates sistemáticos (en los que todos ganan) e incentivos para los acuerdos y las soluciones de compromiso entre la derecha blanda y la Concertación. Pero esto también alteró el patrón histórico de crecimiento a la izquierda que había identificado a la política chilena hasta 1973. La definición del espacio político desde los inicios de la transición se caracterizó por congelar la tendencia del sistema de partidos al corrimiento a la izquierda y también, por una convergencia hacia el centro en las plataformas presidenciales, hasta el punto de banalizar las diferencias entre candidatos de las dos principales coaliciones. 

Si bien es cierto que durante estos años las diferencias ideológicas estuvieron atenuadas principalmente por el abandono de los partidos de izquierda de sus proyectos históricos, la incidencia del clivaje autoritarismo/anti-autoritarismo determinó la competitividad electoral en las alternativas presidenciales, aunque a priori, a nivel parlamentario, los resultados salvo excepciones serían un representante por cada una de las dos multi-partidarias.

Bajo el sistema mayoritario bi-nominal, la Concertación de Partidos por la Democracia gobernó en cuatro períodos consecutivos entre 1990 y 2010, apoyado por un electorado que se actualizó marginalmente debido a que los jóvenes no se incorporaron al proceso político durante estos 20 años.

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El quid pro quo de la matriz transicional chilena generó estabilidad institucional, manteniendo fuera del juego electoral a un número relevante de jóvenes y excluyendo demandas que se robustecieron con las movilizaciones estudiantiles de 2006 y 2011. Esta falta de capacidad de adaptación del sistema por la persistencia de las coaliciones hegemónicas de la transición, o por el statu quo en la orientación de las políticas, restringió el alineamiento entre oferta y demanda.

Los estudios de programas presidenciales, con datos de Manifesto Project,(Laver y Budge identificaron en 1992 hasta 13 categorías que corresponderían a una posición de izquierda, e igual número a una de derecha) muestran que existe convergencia en torno al voto de centro de las dos coaliciones chilenas a través de sus candidaturas presidenciales. En el Gráfico 1 las posiciones ubicadas en el eje Y con valores positivos corresponden a la derecha y aquéllas con valores negativos, a la izquierda (para una explicación más detallada de la metodología de Marpor aplicada al caso chileno, ver 'Cambios programáticos y estratégicos de la derecha en Chile (1989-2013)'.

El posicionamiento de los programas presidenciales de la Concertación y la Nueva Mayoría en el eje derecha-izquierda (representados con puntos rojos en el Gráfico 1) revelan que, hasta el Gobierno de Ricardo Lagos, las campañas presidenciales se diseñaron como estrategia para la captura del centro político. A partir de ahí, las candidaturas de la coalición progresista con Michelle Bachelet I (2005), Eduardo Frei Ruiz-Tagle (2009) y Bachelet II (2013) compitieron con una inclinación mayor a desplazarse discretamente a la izquierda en lo programático.

Por parte de la coalición de derecha (representados con puntos azules en el Gráfico 1), se observa que las candidaturas de Hernan A. Büchi (1989) y Arturo Alessandri (1993), con plataformas programáticas más diferenciadas de la oferta concertacionista, sacrificaron la competitividad de ambas opciones; esto sin descartar el rechazo de las candidaturas presidenciales de la derecha por la fuerza de la fisura autoritarismo/anti-autoritarismo.

La primera vez que la derecha estuvo cerca de conseguir el Gobierno posterior a Pinochet fue con Joaquín J. Lavín en 1999, con un programa ubicado en el centro del espacio de competencia política. Desde ese momento, las siguientes candidaturas de la Alianza compitieron con programas de centro, con baja diferenciación respecto de la coalición progresista, como estrategia para maximizar su competitividad electoral (Sebastián Piñera en 2005 y 2009).

Un tercer grupo de candidaturas presidenciales corresponde a independientes, posicionadas en el polo más radical de la izquierda y (representados con puntos grises en el Gráfico 1) Este conjunto de liderazgos presidenciales no consiguió movilizar electoralmente a los jóvenes no inscritos entre 1989 a 2013 y, salvo en el caso de Marco Enríquez-Ominami, en 2009, sólo obtuvieron una adhesión exigua.

Sin embargo, tanto los cuatro gobiernos de la Concertación como el de la Nueva Mayoría se mantuvieron fieles al diseño de la coalición que lideró la transición. De acuerdo con los datos de Manifesto Project, las candidaturas presidenciales progresistas sólo se desplazan "discretamente" en sus plataformas hacia la izquierda. Considerando la composición parlamentaria 1990 a 2017 (ésta última, fecha de término del sistema bi-nominal), más bien resultaría esperable que los gobiernos del período modificaran su posicionamiento frente a las políticas en referencia a las correlaciones de fuerza existentes en el Congreso.

Alrededor de 1995, Timothy R. Scully sostenía que, más allá del esfuerzo de Pinochet por reestructurar el sistema político, las inercias en el modo de configurar el espacio de competencia política en Chile tendían a restablecerse. Además, este autor señalaba que dicho resurgimiento incorporaba elementos propios del aprendizaje político de los actores: a saber, una renovada disposición a formar coaliciones y una mayor secularización en las plataformas partidarias.

Lo concreto es que, con el retorno a la democracia en 1990, el sistema político chileno se esclerotizó y detuvo aquellos mecanismos adaptativos analizados por el profesor de la Universidad de Notre Dame, que por mucho tiempo hicieron reconocible internacionalmente a Chile como un caso de democracia en América Latina con alto nivel de institucionalización.

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