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Algo se ha roto en Alemania

Franco delle Donne

6 de Febrero de 2020, 19:28

"Quisiera poder decir que los alemanes aprendimos la lección de la historia; pero no puedo". La frase es del presidente federal de Alemania, Frank-Walter Steinmeier. La pronunció el 27 de enero en la conmemoración de los 75 años de la liberación de Auschwitz. Lo que no sabía Steinmeier era que, apenas 10 días más tarde, su frase iba a cobrar aún mayor sentido. No sabía que en Alemania, y contra todo pronóstico, la ultraderecha tendría la chance de dar el golpe, de romper un tabú inquebrantable desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Por primera vez, el jefe de un Gobierno regional consiguió ser nombrado gracias a la cooperación de la ultraderecha y otros partidos políticos. Los liberales del FDP y los democristianos de la CDU rompían así con un consenso de décadas.

La frágil CDU

La elección del candidato del FDP Thomas Kemmerich como nuevo Ministerpräsident de Turingia es el epicentro de un terremoto político en Alemania. Con ello, la ultraderecha de Alternative für Deutschland (AfD) consigue un enorme triunfo simbólico. Por un lado, porque consigue ser reconocida, incorporada al mundo político. Es decir, AfD ahora puede decir 'pusimos al nuevo Gobierno, tenemos influencia y peso político, no estamos fuera del sistema'. Y, por otro, la victoria es aún más sabrosa para los ultraderechistas porque precipita una ruptura interna de sus enemigos, los partidos tradicionales. La grieta se hizo visible, especialmente en la Unión Demócrata Cristiana (CDU). Allí también algo se ha roto.

El secretario general del partido de Angela Merkel, Paul Ziemiak, no se anduvo con rodeos: "La CDU de Alemania siempre ha dicho que no colabora con AfD. Hacerlo contradice los valores democristianos básicos. La CDU de Thüringen ha votado con nazis como Höcke y AfD. Lo mejor serían nuevas elecciones". En la misma frecuencia se expresaron otros líderes del centro-derecha como Annegret Kramp-Karrebauer, jefa de la CDU, y Markus Söder, presidente de la Unión Social Cristiana (CSU) de Baviera. La cúpula del partido de la canciller Merkel rechaza la actuación de sus colegas en Turingia. Ella misma lo calificó de "imperdonable". Pero, ¿se trata de un pensamiento generalizado?

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No piensan igual ciertos sectores de la CDU, los más conservadores, los que se enfrentan a la canciller desde 2015, cuando pusieron en duda su liderazgo a raíz de la llegada de cerca de un millón de refugiados. Algunos lo hacen desde las sombras, otros lo manifiestan en público, abogando incluso por una cooperación "netamente conservadora" que abra las puertas a AfD. Piensan que la merma electoral de su partido puede revertirse si radicalizan su discurso, si asumen los temas de la ultraderecha, si se parecen a aquéllos que, como dice Ziemiak, les alejan de sus propios valores. 

La bajeza de los liberales

No está claro si se trató de un pacto entre liberales, democristianos y ultraderechistas o si, en realidad, fue una trampa tendida por los últimos. En otras palabras, no se sabe si prefirieron acordar con Björn Höcke, representante del ala más radical de AfD, para quitar a la izquierda de en medio y quedarse con el Gobierno a toda costa, o si son muy tontos. 

Los liberales se defienden diciendo que no pueden culparles por haber recibido el apoyo de los ultraderechistas. También dicen representar la única opción de centro frente a los extremos de izquierda y derecha. Una afirmación poco robusta si la base de su posición es el voto de la derecha radical.

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Pero más allá de los marcos conceptuales para justificar su jugada y arrebatarle el Gobierno a la izquierda de Bodo Ramelow (Die Linke), el FDP también rompe con la lógica democrática de la voluntad popular. Es decir, en las elecciones de octubre pasado obtuvieron 55.493 votos; el 5,01% de los sufragios, una décima por encima de mínimo necesario para tener representación parlamentaria. Con ello, el partido que dirigirá el próximo Gobierno de Thüringen tiene el apoyo de apenas 5 de cada 100 ciudadanas y ciudadanos. Una situación que, si bien no rompe las reglas, deja ciertos resabios de injusticia y de desprecio por la voluntad popular. 

Altos costos

El sentimiento generalizado parece pasar por la convocatoria de nuevas elecciones. En los medios, los editoriales han sido implacables. En algunas ciudades ha habido manifestaciones espontáneas de rechazo. Se habla de "vergüenza" y hasta de "fin de la decencia". Por su parte, el FDP permanecía inmutable, casi sorprendido por la fuerte reacción. En principio había llamado a democristianos, socialdemócratas y verdes para negociar una coalición. Los dos últimos manifestaron no estar dispuestos. Con ello el bloqueo era inminente. La renuncia de Kemmerich apenas 24hs después de su elección conduce a nuevos comicios.

El FDP permanece impasible, casi sorprendido por la fuerte reacción. Ha llamado a democristianos, socialdemócratas y verdes para negociar una coalición. Los dos últimos han manifestado no estar dispuestos. El bloqueo es inminente y aboca a nuevos comicios tarde o temprano.

El movimiento del FDP y de la CDU tendrá consecuencias frente a la opinión pública. Han roto la confianza de una sociedad que no ha olvidado el horror de la dictadura nacionalsocialista. Es cierto que AfD tiene un caudal de votos muy importante, especialmente en el este del país (cerca del 25%), pero también que la inmensa mayoría de los alemanes no está dispuesta a que algo así vuelva a ocurrir. 

Es muy posible que una repetición de las elecciones suponga un castigo para ambos partidos; mucho más fuerte para el FDP, que seguramente desaparecerá del Parlamento regional al caer por debajo del 5%. Es decir, podrá dar la impresión de que, al fin y al cabo, todo esto ha sido en vano, como si nada hubiese pasado. Lamentablemente, no es así; porque todos saben que se acaba de romper algo en Alemania.

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