Y como todos los años, el Foro Económico Mundial (WEF, en sus siglas en inglés) se ha vuelto a reunir en su cumbre anual en Davos, con la peculiaridad de que este año el evento cumplía su 50º aniversario. Cuarenta años celebrando la globalización y 10 años temiendo su desmantelamiento y analizando sus consecuencias ambientales y sociales. El WEF ha cambiado tanto que apenas sería reconocible por sus primeros moradores. El 'hombre de Davos' sí, también evoluciona.
Tan es así que los asuntos que han convocado a los magnates y líderes empresariales, políticos y culturales más bien parecen sacados de Portoalegre: la lucha contra el cambio climático, las desigualdades y la construcción de una economía inclusiva, los efectos perversos del cambio tecnológico y la responsabilidad social corporativa. La agenda del Foro ha cambiado en torno a los nuevos ejes propuestos en el nuevo manifiesto de Davos 2020, que supone una enmienda prácticamente total a los contenidos en su manifiesto de 1973.
Así, hoy Davos habla de luchar contra el cambio climático a través de prácticas empresariales más sostenibles y de la responsabilidad de las compañías en la construcción del bienestar común, atendiendo así al lema de la sesión: Stakeholders for a cohesive and sustainable world, cuya traducción más aproximada sería "todas las partes implicadas para un mundo cohesionado y sostenible".
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El giro de Davos en los últimos años se ha visto reforzado en esta ocasión no sólo por el nuevo manifiesto sino, sobre todo, por la constatación pública de la adopción, por parte de la comunidad empresarial global, de un nuevo rol como empresariado activista, muy en la línea de lo presentado en el manifiesto de la Mesa de Empresas de Estados Unidos, que redefinía el propósito de las corporaciones para construir una "economía que sirviera a todos los americanos", una declaración que tuvo un importante eco el año pasado al re-situar a la sociedad y al entorno en el centro de las preocupaciones de las empresas, desplazando así el poder absoluto del accionista.
Davos no ha sido ajeno a este movimiento; más bien, se ha consolidado sobre el mismo. Hoy se ha reinventado como la cumbre mundial del activismo empresarial. Un paso inesperado y sorprendente tras unos años en los que el Foro había perdido interés y relevancia por la vuelta al nacionalismo económico y la crítica social a sus planteamientos liberales.
Desde esta nueva naturaleza, el Foro Económico Mundial ha contado, como es ya costumbre, con el habitual paseo de líderes, gurús, presidentes, activistas e intelectuales de los más diversos pelajes, que han debatido en múltiples espacios sobre los puntos clave de la agenda económica y global: robótica, cambio climático, desigualdad, el futuro del comercio internacional, el papel de las empresas, la ética de la inteligencia artificial, la recuperación del multilateralismo o el impulso a la educación y la cualificación personal y profesional. Dado que el Foro es un espacio de debates en paralelo, no hay un verdadero hilo conductor en los mismos, sino más bien una serie de conclusiones generales extraídas por cada uno de los participantes en los diferentes encuentros. Aun así, la percepción general de esta edición de 2020 puede resumirse en las siguientes tres conclusiones:
En definitiva, el Foro Económico Mundial está viviendo su propio proceso de redefinición hacia un espacio centrado una nueva concepción del capitalismo, que tenga en cuenta a todas las voces y actores implicados, y donde los criterios de sostenibilidad social y ambiental se unan al mero cálculo económico. Un paso dado por las grandes firmas para intentar liderar el cambio hacia un nuevo paradigma emergente en materia social, ambiental y económica. Para poder sobrevivir como espacio de encuentro, debate y dirección de los asuntos mundiales, Davos ha tenido que asumir la agenda del Foro Social Mundial de Portoalegre. No deja de ser una ironía del destino, pero ya sabemos que otro mundo es posible.