La negativa del presidente español a reunirse con el dirigente venezolano, delegando tal encuentro en la ministra de Asuntos Exteriores, ha suscitado opiniones encontradas; aderezadas, además, por la misteriosa estancia de la canciller venezolana en el aeropuerto Madrid-Barajas Adolfo Suárez y las versiones diversas del papel que el ministro de Transportes, José Luis Ábalos, desempeñó mientras Delcy Rodríguez permaneció en las instalaciones aeroportuarias. Cinco colaboradoras y colaboradores de Agenda Pública analizan esta situación y responden a la pregunta planteada en el título.
En febrero de 2019, España reconoció a Juan Guaidó como presidente encargado de Venezuela hasta la convocatoria de elecciones. "No daré ni un paso atrás", advirtió Pedro Sánchez. Pero, en enero de 2020, el Gobierno de Sánchez rechazó recibir a Guaidó durante su visita a España.
En esta saga no hay un error ni dos, hay tres. El primero es el reconocimiento diplomático: el Derecho internacional manda reconocer estados, no gobiernos; y al Estado lo representa el que lo controla. El segundo error es el desplante a quien es, pese a todo, presidente legítimo del Parlamento venezolano. Y el tercero es la incoherencia entre ambas posiciones, el reconocimiento y el desplante. Woody Allen hizo una película que refleja bien esta política exterior: se llama Bananas.?
La respuesta rápida y fácil a la pregunta es sí. Desde el año pasado, Sánchez reconoció a Juan Guaidó como presidente de la Asamblea Nacional y presidente (encargado) de Venezuela. La UE también lo hizo en su doble función en la política del país caribeño, por lo cual resulta difícil comprender la voluntad del presidente español.
Sin embargo, sugiero una lectura más compleja de su decisión. El politólogo Robert Putnam explica que existen influencias recíprocas entre las políticas nacional e internacional. Por la constelación de su Gobierno, Sánchez tiene una limitación en su política exterior dado que Podemos no reconoce a Guaidó como presidente. Para no aumentar las tensiones internas o crear un conflicto diplomático, Sánchez delegó la reunión en su ministra de Asuntos Exteriores. Sin embargo, el presidente del Gobierno y el PSOE apoyan la causa venezolana, tal como lo indicó Héctor Gómez durante su reunión con Guaidó en Madrid.
Tanto si reconoce a Guaidó como presidente encargado de Venezuela como si no, el presidente Sánchez debió haberlo recibido. En el primer caso, para dar continuidad a la política exterior de su Gobierno, pues él mismo estableció ese reconocimiento como vía para buscar una salida democrática a la crisis venezolana una vez constatado, de acuerdo con la UE, que Nicolás Maduro se había proclamado fraudulentamente después de haber falseado el proceso electoral que le llevó a la Presidencia. En el segundo caso, porque si la política gubernamental ha cambiado y sólo reconoce a Guaidó como presidente de la Asamblea, sería necesario explicar ese cambio muy cuidadosamente y asegurarse de que las vías de interlocución permanecen abiertas.
No recibirlo y no explicarlo, pues el Gobierno nada ha dicho, introduce una enorme confusión sobre cuál es su política, y sobre todo desconcierta a los socios europeos y latinoamericanos. En ausencia de una explicación propia coherente, el Gobierno pasa a ser juzgado por la peor hipótesis posible: la de que su posición hacia Venezuela ha cambiado radicalmente debido a la influencia de dos personas que están mostrando una estrecha colaboración y sintonía tanto en la política nacional como en la exterior: el ex presidente Zapatero y el vicepresidente Iglesias, pues sólo ellos han ofrecido un relato articulado y coherente de lo que sería una alternativa hacia Venezuela. Sumado al oscuro incidente Ábalos-Rodríguez, la pregunta legítima es quién dirige la política venezolana del Gobierno y cuál es.
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El país se encuentra bloqueado en una suerte de correlación de debilidades. Ya hace casi un año de la auto-proclamación de Guaidó y nada se ha movido. Quizá es momento de que los distintos ejecutivos que alegremente se sumaron a la apuesta estadounidense hagan autocrítica y cambien su aproximación. La situación económica y social del país es insostenible y sería bueno ayudar a construir una salida incruenta con mediación internacional. Es necesario un retorno a la legalidad constitucional (ni asambleas paralelas ni auto-proclamas), pero también la consecución de grandes pactos de país para hacer viable un Estado que ya no lo es.
No, Sánchez hizo bien. El reconocimiento a Guaidó como presidente interino es una anomalía en el Derecho internacional: se reconocen los estados, no los gobiernos. Además de complicar las relaciones diplomáticas, este reconocimiento pone trabas al diálogo y a la búsqueda de acuerdos entre oficialismo y oposición, que es lo que Venezuela necesita.
En España, Venezuela es parte del juego político interno, igual que antes lo fue Cuba. La visita de Guaidó puso a Pedro Sánchez en la disyuntiva de provocar un conflicto con Podemos o con la oposición. Eligió lo segundo, porque lo último que necesita es un problema con su aliado.
¿Debiera haberlo recibido? Conforme a su propia decisión de reconocer a Guaidó como presidente, sí. Un encuentro bilateral también hubiera estado en línea con la UE que sanciona al Gobierno de
Nicolás Maduro. No hacerlo revela que Sánchez nada entre dos aguas: sus compromisos con Podemos y con los estados miembros de la Unión (y otros) que reconocen, apoyan y reciben a Guaidó pese a que no ha podido iniciar una transición democrática.
Por otro lado, la breve y tan criticada conversación del ministro José Luis Ábalos con la canciller Delcy Rodríguez, a la que negó la entrada al país cumpliendo con las medidas de la UE, demuestra el contrasentido de cortar las vías de diálogo con los que mantienen el poder y sin los que no habrá
un cambio pacífico en Venezuela.