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¿Una victoria para la izquierda en Emilia Romagna?

Daniel Conversi

27 de Enero de 2020, 22:31

Hasta hace unos años, Emilia Romagna era la fortaleza tradicional de la izquierda, la región roja por excelencia. Allí se han llevado a cabo proyectos de vanguardia en diversos ámbitos, desde la pequeña industria (Ferrari, Lamborghini, Maserati) hasta la Administración pública con estándares envidiables de atención social, generando un 'modelo emiliano' admirado y emulado en todo el mundo. Éste se caracteriza por una prevalencia de pequeñas y medianas empresas familiares y una amplia difusión de cooperativas, con un mayor componente industrial que otras regiones italianas.

Su rica tradición gastronómica ha sido reconocida durante siglos, mientras que la producción local es envidiable, con el reconocimiento oficial de más de 300 productos 'tradicionales'. De esta especificidad se dio cuenta perfectamente el líder de la derechista Lega, Matteo Salvini, que fue inmortalizado durante la campaña mientras preparaba cappelletti y comía queso parmesano. Pareciera que hizo de la comida su cartel electoral. Sus detractores afirman que deleitándose en ese mangia-mangia (come-come), Salvini expresaba inconscientemente su programa de gobierno.

El resultado (aún provisional) de las elecciones regionales de este domingo en Emilia Romagna no ha sido del todo inesperado: el centro-izquierda de Stefano Bonaccini habría ganado con el 51,4%, el centro-derecha de Lucia Borgonzoni habría obtenido un apoyo del 43,6% y el Movimento 5 Stelle,  representado por Simone Benini, bajaría drásticamente, hasta el 3,5%. 

Además de ser históricamente la cuna del socialismo italiano, la región experimentó también la expansión de uno de los movimientos anarquistas más fuertes del mundo, con doble tracción nacional y anti-estatal. Estos ecos no están completamente apagados: desde la piazza Maggiore de Bolonia, la capital, el movimiento antifascista y antirracista de los 'Sardine' ('Sardinas') surgió espontáneamente el 14 de noviembre de 2019 como un flashmob. El primer objetivo del movimiento juvenil fue precisamente esta campaña electoral, en la que Salvini y su cruda intolerancia amenazaban con ganar.

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¿Pero se trata realmente de una victoria para la izquierda? Hasta hace unas horas, el resultado era incierto y la derecha podía vencer por primera vez en la región. Y, de hecho, llegó primera a varios distritos provinciales como Ferrara, Piacenza, Parma y Rimini, en los que la Lega ha avanzado en los últimos años. Y en Calabria, el mismo día, el centro-derecha ganó con el 55,4%, dejando al centro-izquierda con el 30,1%. 

El problema de Italia es la persistencia de un populismo demagógico estrechamente relacionado con un neoliberalismo crepuscular, ahora imbuido de retóricas nacionalistas contra la misma globalización previamente desencadenada por el mismo. Esta ola se conecta más con los regímenes autoritarios de los países ex comunistas, como los de Orbán y Putin, que con la tradición liberal-democrática europea. 

No es un problema sin consecuencias para las democracias en general. Aunque no se pueda hablar de fascismo, hay elementos comunes: no vemos la violencia de los escuadrones fascistas en las calles con el objetivo de intimidar, reprimir e incluso matar a los opositores, pero sí la agresión mediática y verbal con ese mismo objetivo. El lenguaje de la derecha sigue siendo subversivo porque se basa en acusaciones denigrantes como conejo, cobarde, pobre hombre, traidor, palabras gruesas que se escuchan todos los días en los púlpitos de la Lega y los tuits de la derecha, tanto extrema como moderada.

La ola emocional se basa en temores atávicos de rechazo del otro y se asienta en condenas y anatemas de lo diferente. De esa manera, ya no parece necesario saber gobernar bien, ni estar equipados con mínimas nociones de política: al inculpar a los eternos adversarios, se hace innecesario rendir cuentas ante el electorado por el trabajo propio. No se ofrece nada concreto en el plato más allá de la confirmación arrogante de instintos y miedos primordiales. La inteligencia del animal político Salvini está ahí: sabe cómo conectarse con esta emoción visceral, básica, pastando/pastoreando en los áridos prados de la ignorancia made in Facebook, con la despectiva jactancia de los omnipresentes selfies. Con sus 174 posts en Facebook, 176 en Twitter y 99 en Instagram (con un total de 5,22 millones de interacciones), Salvini ha sido el 'rey' político de internet en esa campaña electoral

Como ocurrió con el régimen de Silvio Berlusconi, los escándalos constantes que involucran a la Lega no sirven para disuadir al electorado: desde el 'Russiagate’, que reveló las conexiones extendidas con el círculo de Putin, hasta los 49 millones de euros recaudados por el partido con el 'maxifraude' de los reembolsos electorales. Recientemente, una investigación detallada ha expuesto los vínculos ocultos, pero extremadamente intensos, entre la ultraderecha neonazi y la Lega. Ninguna de estas revelaciones escrupulosamente documentadas parece afectar al electorado de base que apoya a Salvini. En toda Italia sus seguidores, aliñados al dente (cucinati al dente) por décadas de propaganda mediática berlusconiana, prefieren desdeñar cualquier forma de verdad que pueda alimentar su disonancia cognitiva.

¿Por qué el país se ha transformado tanto en las últimas décadas? Las cosas comenzaron a cambiar con la prosperidad económica: por ejemplo, Emilia Romagna cuenta con la mayor concentración mundial de empresas en el sector del embalaje, un sector en continua expansión. Pero el impuesto sobre el plástico (plastic tax), lanzado por el Gobierno actual, no gustó al sector a pesar de haber sido enmendado tras la presión de esta industria; y explica, en parte, el apoyo al centro-derecha de varios empresarios.

Al contrario de lo que creen quienes ponen la economía en el centro de todo, el populismo y el nacionalismo no son necesariamente una reacción al malestar económico. Emilia-Romagna es una región próspera en crecimiento y, a pesar de ello, o quizás por esta misma razón, la derecha ha echado raíces. 

La sociedad que emerge está rota por el pánico y la incertidumbre. Es rica, opulenta y en crecimiento, en una región en la que proliferan los centros comerciales y los SUV, pero la confianza en el 'otro' está disminuyendo, ya sea conciudadano o extranjero. Por lo tanto, estamos ante un panorama de creciente desintegración social alimentada por el consumo masivo. En general, la situación italiana confirma la existencia de "un neoliberalismo que se siente muy cómodo con el perfil cada vez más autoritario del capitalismo".

Por otro lado, el Gobierno está metido en frentes cruciales como la lucha contra el cambio climático, de la que depende el bienestar y la vida misma de la próxima generación. La derecha parece completamente incapaz de comprender el alcance de la tragedia inminente, aunque en países como Austria haya comenzado a hacerlo.

En esta coyuntura de crisis aguda, la primera gran alianza italiana contra la crisis climática nació en Asís el 24 de enero 2020, lanzando su manifiesto con el respaldo del primer ministro, Giuseppe Conte, y más de 2.000 adhesiones iniciales. Entre sus promotores, está Ermete Realacci (presidente de Symbola, fundación para la calidad italiana), que ha destacado cómo el manifiesto aborda no sólo el cambio climático, sino también "las cosas típicas de Italia: innovación, calidad, cohesión social, belleza, comunidad, territorio y municipios, [que] son el asiento donde una cultura antigua reúne la mejor energía para afrontar el futuro, las raíces y la nueva identidad de Italia. Sin una identidad fuerte, Italia no puede continuar, y esta identidad no se puede construir sin los municipios".

La identidad de Italia como una nación plural y diversificada existe mucho más allá del Estado. La 'Italia de Italie' identificada por el lingüista Tullio de Mauro se manifiesta en innovaciones fundamentales como el movimiento de 'Slow Food' de Carlo Petrini, creado en el país después de una concentración en el lugar donde estaba prevista la instalación de un McDonald's, en plena plaza de España en Roma. 

Todo eso va mucho más allá del mundo de la moda, de las principales marcas y logotipos, porque el made in Italy incluye una variedad siempre sorprendente de finos estilos, tradiciones y invenciones, en la que el pasado y el futuro siempre se han mezclado de manera impredecible; aspectos bien identificados en el libro 'Felicità d'Italia', de Piero Bevilacqua. Se trata de un país donde las identidades urbanas y regionales se inter-penetran, se oponen, se superponen y se fusionan con una identidad nacional plural e incomparablemente rica, cuya riqueza abarca desde los masi (granjas) del Tirol del Sur hasta la canción napolitana. Un universo de pequeñas joyas, objetos y sujetos que se combinan para hacer felices a los italianos y a los que aman su cultura.

El presidente del Parlamento Europeo, David Sassoli, dijo en Asís:  "La propuesta del nuevo acuerdo verde europeo es nuestra forma de responder no sólo a la defensa del planeta, como nos piden los jóvenes de todo el mundo, sino a la necesidad de un nuevo nivel de desarrollo que mantenga firmemente la idea de que el planeta se salvará disminuyendo las desigualdades".

Un corpus de valores básicamente compartido con el movimiento M5S, que los ha hecho propios desde su inicio.

Frente a esta variedad creativa, inspiradora e incontrolable se encuentra el Moloch de la derecha homogeneizadora, intolerante y todo-fóbica, incapaz de participar en el proceso creativo porque se basa únicamente en el poder del conflicto. El país necesita una nueva planificación, una visión del futuro que la derecha no puede proporcionar; salvo con lemas vacíos exentos de una visión constructiva.

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