La revolución tecnológica en marcha está desmintiendo algunas de las previsiones más alarmistas que apuntaban a una destrucción masiva de puestos de trabajo. Es un hecho que nunca se había creado tanto empleo en el mundo, y también en España; en especial para las mujeres. En los últimos dos años, el mercado laboral español ha generado cerca de 900.000 nuevos empleos netos, de los cuales más de la mitad han sido para las mujeres. Además, la tasa de paro femenina ha descendido en tres puntos, uno más que para los hombres. En un reciente estudio de Mckinsey se afirma que, de aquí a 2030, en términos de pérdida de empleos, las mujeres pueden estar ligeramente en menor riesgo que los hombres (en una relación de 107/163 millones) de verse desplazados por la automatización.
Si bien queda mucho por hacer para cerrar la brecha 'cuantitativa', el verdadero desafío para las mujeres es cualitativo: la mujer trabajadora es la más afectada por la precarización de las condiciones laborales, un fenómeno facilitado por el cambio tecnológico.
La precariedad y la temporalidad afectan especialmente a las personas trabajadoras más vulnerables, sobre-representadas en las nuevas formas de empleo, que se encuentran en las denominadas
zonas grises: aquéllas con carreras discontinuas o que mantienen una relación laboral que no ofrece una protección adecuada (falsos autónomos, interinos, becarios no remunerados, etc.); personas trabajadoras de baja cualificación y difícil re-cualificación, y que sufren normalmente las peores condiciones de trabajo. Particularmente los más jóvenes y las mujeres, muchas de ellas con un buen nivel educativo, pero que el mercado laboral mantiene en su
zona gris.
A nivel global, sabemos que
es improbable que la educación por sí sola cierre las brechas de género en el mercado laboral, ya que la rentabilidad de la educación en términos de empleo no es la misma para mujeres que para los hombres. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el 41% de las mujeres adultas con título universitario están desempleadas o son inactivas, frente al 17% de los hombres. En España, y según datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) para 2018, aunque actualmente hay más mujeres trabajando que nunca,
dos de cada tres de los empleos más precarios son desempeñados por ellas y su tasa de parcialidad triplica la masculina.
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En definitiva, las mujeres siguen estando sobre-representadas en los trabajos más precarios y de alta temporalidad, a pesar de una mejora relativa en el acceso al mercado laboral y en las condiciones de trabajo en las últimas décadas.
Se prevé que la revolución tecnológica y la digitalización de la economía intensifiquen estos desequilibrios. Datos de la OCDE calculan para España que un 52% de los puestos medios están en riesgo; bien por la digitalización (30% de los empleos), bien por la sustitución a través de la automatización (22%). Por ello, cabe la siguiente pregunta: ¿afectarán estos cambios en mayor medida a las mujeres?
Algunos estudios muestran que
las transformaciones del mercado laboral generarán nuevas oportunidades para las mujeres, principalmente por la aparición de formas más flexibles, incluyendo el trabajo remoto, que posibilitará nuevas formas de ingresos con conciliación familiar, cuya carga hoy en día sostienen mayoritariamente ellas.
Estos estudios sostienen también que es más probable que la automatización reemplace los trabajos más rutinarios, físicos y menos cualificados, dando a las mujeres una oportunidad en nuevos nichos que requieran de competencias más complejas y que impliquen habilidades sociales y emocionales; sectores que han sido tradicionalmente dominados por mujeres, como los servicios administrativos, de salud, educación y los servicios sociales.
Cabe decir, sin embargo, que
estos análisis (aquí, aquí y aquí) parten de un sesgo de género significativo, al vincular a la mujer a determinado tipo de tareas y cualidades emocionales específicas y contrapuestas al hombre. Por ello, cabría preguntarse si no son necesarios estudios que afronten el análisis de género de manera no sólo transversal, sino radicalmente transformadora. Es decir, analizar los cambios futuros con una clara dimensión de género, que tenga en cuenta sobre todo los cambios del mercado de trabajo que impliquen de manera multi-dimensional el empoderamiento económico, la educación, el reconocimiento de la economía de los cuidados y la soberanía de los tiempos de trabajo, entre otros.
Además,
persisten brechas de género en formaciones profesionales y técnicas, ocupaciones relacionadas con las STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) que serán parte de los trabajos mejor remunerados del futuro. Sin un foco femenino específico en cualificaciones y re-cualificaciones en áreas STEM, las mejoras en los empleos se producirán mayoritariamente para los hombres.
Por ejemplo, la desigualdad de género en la esfera digital es esencialmente el resultado de la persistencia de fuertes sesgos inconscientes sobre lo que es apropiado y qué capacidades tiene cada género, así como sobre las tecnologías
per se (
aquí y
aquí). Esto es:
¿quién define, diseña y desarrolla los algoritmos? ¿Y para qué necesidades? Las mujeres deben tener un papel activo en el desarrollo de tecnologías futuras, para no reproducir sesgos y potenciar la configuración de algoritmos inclusivos y respetuosos de la diversidad.
En suma, lo que es altamente probable es que, al extenderse la fragmentación y la polarización del mercado de trabajo en las nuevas formas de empleo,
las mujeres corran el riesgo de quedar estancadas en la temporalidad, el sub-empleo y la precariedad, en las que ya están sobre-representadas.
Si no se abordan los sesgos existentes, los rápidos avances económicos logrados por la transformación digital no tendrán en cuenta la brecha de género existente en el sector; y ésta se amplificará y, posiblemente, perpetuará los estereotipos.
Ninguno de los factores arriba indicados conforma un destino inmutable. El futuro no está predeterminado y el análisis de los hechos nos lleva a pensar que hay espacio para aprovechar las oportunidades que se presentan, identificar los desafíos y no dejar a nadie atrás. Porque, en último término, la falta de autonomía (
capabilities, en término del nobel Amartya Sen) de las mujeres es y seguirá siendo el mayor obstáculo para la igualdad de género y el trabajo decente.