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Fernández al Gobierno, ¿Fernández de Kirchner al poder?

Gonzalo Ibáñez Mestres

12 de Diciembre de 2019, 19:58

Mientras presentaba uno por uno a los miembros de su Gobierno el pasado 6 de diciembre, Alberto Fernández (AF) hizo una rápida aclaración el mencionar el nombre de su futuro procurador del Tesoro de la Nación, Carlos Zannini: "No me lo impuso nadie". Responsable de la Secretaría Legal y Técnica durante los 12 años de Gobierno kirchnerista, Zannini es, sin lugar a dudas, un soldado de Cristina Fernández de Kirchner (CFK). Con esta breve nota al pie, el presidente argentino buscó zanjar la discusión sobre si estará controlado por su vicepresidenta.

Dado el liderazgo político y carismático de CFK y el apoyo incondicional de una porción considerable del electorado y la militancia peronista hacia su figura, no son pocos los que esgrimen esta hipótesis. Sin embargo, existen cuatro dimensiones que habría que considerar y que ayudarían a, por un lado, matizar, esta afirmación tan taxativa y, por el otro, entender que AF tiene a su disposición los suficientes factores de poder para erigirse en el nuevo líder político del peronismo y del país. Dimensiones que son de naturaleza institucional, coyuntural, histórica y personal.

En primer lugar, la institucional. Argentina, como buena parte del resto de América Latina, es un sistema de gobierno fuertemente presidencialista en el que el jefe del Poder Ejecutivo ostenta un poder institucional que lo erige como la figura central de todo el entramado político: puede designar libremente a su Gabinete; cuenta con una iniciativa legislativa considerable al presentar la mayoría de los proyectos de ley que trata el Congreso; es el encargado de reglamentar e implementar dichas leyes y, además, cuenta con capacidad legislativa propia a través de los decretos de necesidad y urgencia. Todas estas atribuciones son del presidente y de nadie más.

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Es verdad que éstas son facultades institucionales, formales, por lo que es importante analizar también el poder real y los apoyos políticos concretos con los que cuentan los diferentes líderes. O, como gusta decir a los politólogos, la correlación de fuerzas. Un presidente puede contar con un gran poder institucional, pero si carece de una fuerza social sólida que apoye las medidas que implementa, difícilmente podrá hacer efectiva su agenda política. En este sentido, CFK logró construir una base social, militante y electoral contundente, con la cual no cuenta AF a título personal a la hora de asumir el mandato.

Sin embargo, aquí entra en juego la segunda dimensión, de naturaleza coyuntural: la categórica victoria de Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires. Claro representante de la nueva generación kirchnerista, Kicillof deberá gobernar una provincia con las dimensiones de un país, y para ello se verá obligado a recurrir a una considerable parte de la militancia kirchnerista para ocupar cargos y articular las relaciones de poder necesarias para implementar su agenda. Así, con la base social de CFK concentrada en Buenos Aires, AF tendrá mayores márgenes de libertad para decidir sus políticas y, mientras tanto, construir sus propios apoyos sociales.

En tercer lugar, es importante tener en cuenta la dimensión histórica, que refuerza lo planteado en la dimensión institucional. Y aquí el ejemplo de la relación Néstor Kirchner-Eduardo Duhalde es ineludible: el primero, un gobernador de una provincia periférica y una figura política prácticamente desconocida a nivel nacional en 2003; el segundo, presidente en ejercicio en ese mismo año y líder indiscutible del peronismo. Kirchner se presentó a las elecciones como delfín de Duhalde y no pocos afirmaron, como hoy, que estaría totalmente controlado el 'duhaldismo'. Una vez en el poder, sin embargo, Kirchner impuso su impronta desde el minuto 1, se independizó de su padrino y demostró en poco tiempo la libertad con la que cuenta un presidente para definir el debate público argentino.

Este racconto histórico para dar cuenta de las fortalezas de la figura presidencial no se limita únicamente a la experiencia de Néstor Kirchner, sino también al papel que han desempeñado los últimos vicepresidentes en años recientes. Es suficiente con destacar apenas los de CFK: Julio Cobos, de origen radical, que a un año de comenzado el mandato rompió relaciones con su jefa y durante lo que restó del mandato presidencial fungió como líder de la oposición desde dentro mismo del Poder Ejecutivo; y Amado Buodou quien, cercado por numerosos casos de corrupción, fue un vicepresidente totalmente ausente. A pesar de ello, CFK fue capaz de gobernar durante ocho años y llevar a cabo parte de su agenda gubernamental, dentro de los límites que imponen la democracia representativa y la división de poderes.

En último lugar, y en el marco de la eterna discusión entre agencia y estructura y la capacidad de los individuos concretos de incidir sobre los procesos políticos e históricos, cabe destacar una dimensión de carácter personal. AF no es una figura cualquiera y (mucho menos) débil del escenario político argentino: cuenta con una trayectoria personal dilatada dentro del peronismo de la ciudad de Buenos Aires y, sobre todo, fue jefe de Gabinete de Néstor Kirchner en uno de los momentos más aciagos de la historia política y social reciente argentina.

Por otro lado, cuando no estuvo de acuerdo con el rumbo que tomaba el Gobierno del cual formaba parte, decidió apartarse y volverse uno de sus más acérrimos críticos para, finalmente, volver a trabajar por la unidad cuando así lo consideró necesario. Es más, a pesar de que la jugada estratégica de designarlo como candidato haya sido decisión de CFK, el gran artífice de la unidad el peronismo en estas elecciones fue Alberto Fernández. Cabe esperar que la confianza depositada en su persona para sostener la unidad y las alianzas que la hacen posible implique una base de poder y legitimidad genuina, todos factores extra CFK. El presidente puede que no cuente con el carisma o la capacidad de movilización política de su vicepresidenta, pero difícilmente tolerará que le den órdenes.

Cuando, en 1973, Juan Domingo Perón regresó a Argentina desde su exilio en España, la dictadura que gobernaba el país no le permitió que se presentara a las elecciones como candidato, pero sí habilitó al peronismo, que estaba proscripto desde 1955. Perón designó entonces a un candidato de su confianza, Héctor Cámpora, para que se presentara con la idea de que, una vez en el Gobierno, convocara a nuevas elecciones. El lema de esa campaña fue Cámpora al gobierno, Perón al poder. A diferencia de esta experiencia histórica, las cuatro dimensiones aquí descritas (institucional, coyuntural, histórico y personal) ayudan a entender que AF ha llegado al Gobierno y que, seguramente, también ostentará el poder durante los próximos cuatro años.

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