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¿Un obituario para la OMC?

Marta Domínguez

9 mins - 10 de Diciembre de 2019, 18:08

Este martes, 10 de diciembre de 2019, se jubilarán dos de los tres jueces que quedan aún en el órgano de apelación de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y, con ello, éste órgano dejará de ser operativo. Considerado la joya de la corona del sistema multilateral de comercio, este hecho puede ser el golpe que sitúe a la OMC en un estado terminal. Las implicaciones para el sistema multilateral son evidentes: la Unión Europea tendrá que tomar algunas decisiones difíciles, si bien por el momento se ha centrado en defender la OMC al tiempo que establece una amplia gama de acuerdos bilaterales para proteger sus relaciones comerciales. Más allá de la política, la OMC (y el GATT anteriormente) han permitido el crecimiento del comercio mundial durante las últimas décadas, lo que ha resultado en un amplio aumento global del bienestar y la prosperidad. A fin de cuentas, el comercio es un juego de suma positiva.
 
En una ocasión, el matemático Stanislaw Ulam le pidió al Nobel de Economía Paul Samuelson que le dijese un solo concepto de las Ciencias Sociales que fuese simultáneamente verdadero y no trivial. Años más tarde, cayó en la cuenta de que la teoría de la ventaja comparativa era una (tal vez la única) posible solución. Ésta demuestra matemáticamente (y de manera simple) que el comercio es beneficioso para los países más eficientes y para los menos eficientes. Siempre que existan más bienes que países, todos los países se beneficiarán de especializarse y de exportar aquello en lo que disfrutan de una ventaja relativa, e importar todo lo demás. Sin profundizar en la lógica matemática que subyace en esta conclusión, una de las pocas verdades fundamentales de la disciplina económica es que el comercio es un juego de suma positiva que genera crecimiento para todos los países que participan en él.

Siendo muy consciente de ello, John M. Keynes, como representante británico en la Conferencia de Bretton Woods (que estableció el orden mundial económico multilateral), abogó por crear una "Organización del Comercio Internacional". Keynes fue, sin duda, la mente más brillante en Bretton Woods, un hecho que él conocía muy bien y que posiblemente lo debilitó en sus negociaciones con el representante estadounidense Harry Dexter White, quien estaba respaldado por el poder económico de su país. Keynes fracasó, finalmente, y el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), mucho menos ambicioso, se firmó en 1947.

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Sin embargo, el acuerdo proporcionó una plataforma y una infraestructura que fueron fundamentales para la reducción gradual de los obstáculos al comercio a lo largo de las décadas posteriores. Dicho esto, el GATT carecía de mecanismos creíbles para lidiar con los conflictos que pudiesen surgir entre los distintos estados, una de las muchas razones por las cuales dio paso en 1995 a la OMC, dotada de un mecanismo de solución de controversias y un órgano de apelación. Para Estados Unidos, estos cambios facilitaban la apertura de mercados más cerrados. Para el resto de países, suponía una manera de poner fin al unilateralismo americano de los años 80.

A diferencia de otros métodos para reducir los obstáculos al comercio (como los acuerdos bilaterales), las reducciones multilaterales aseguran una ganancia neta. Por el contrario, los métodos bilaterales aumentan el comercio (y el bienestar) entre los países que forman parte del acuerdo, pero pueden resultar en una pérdida neta si los efectos de desviación del comercio con el resto del mundo superan dichas ganancias (si bien esto último rara vez se ha demostrado inequívocamente en la práctica, es una posibilidad teórica). Teniendo esto en cuenta, los logros específicos de la OMC son difíciles de cuantificar, pues incluyen los beneficios inmediatos de la eliminación de las distorsiones que suponen los aranceles, al igual que muchos otros efectos indirectos de la integración económica (por ejemplo, una mayor cooperación que facilite la investigación e inovación).

Dicho esto, un estudio exhaustivo publicado en 2015 por Caliendo, Feenstra, Romalis y Taylor y en el que se analizan 189 países, averiguó que la gran mayoría de las ganancias del comercio habían surgido de reducciones multilaterales a través de la OMC (y el GATT), y no a través de acuerdos bilaterales de integración regional. En dicho estudio se constata que únicamente los efectos inmediatos sobre el bienestar económico de la ronda de negociaciones de Uruguay ya ascendían al 5,6% del PIB mundial.

Independientemente de los amplios beneficios a los que me refería antes, la OMC ha sufrido un lento declive durante años. La más reciente ronda de negociaciones que comenzó en 2003 (la de Doha) no logró ninguno de sus objetivos, dado el conflicto que surgió entre las naciones emergentes y desarrolladas.

Además, la adhesión de China en 2001, en su momento celebrada, ha sido una gran fuente de tensión. A pesar de las expectativas, la economía china no se ha occidentalizado. Su condición de país en desarrollo le ha proporcionado un margen de maniobra adicional a la hora de implementar las reglas de la OMC, a pesar de las quejas estadounidenses. Al mismo tiempo, EE.UU. lleva más de una década mostrándose opuesto a muchas de las decisiones del órgano de apelación, considerando que no muestra suficiente deferencia a las salvaguardas nacionales.

Algunas de las críticas enumeradas en el párrafo anterior se basan en argumentos sólidos. Hoy en día nos hemos dado cuenta de que en Occidente fuimos excesivamente ingenuos en nuestras expectativas de la evolución económica de China en los 90 y principios de los 2000.

Dicho esto, muchos economistas han desarrollado propuestas para reformar la OMC de manera que facilite la interacción con China. Esta reforma podría también lidiar con algunas de las críticas estadounidenses. Además, aunque el entorno político actual seguramente no sea el propicio para una nueva ronda de negociaciones, muchos estudios económicos (por ejemplo, el de Caliendo et al. de 2015 citado anteriormente) consideran que la mayoría de obstáculos al comercio ya han sido eliminados. Del mismo modo, Anderson y Martin publicaron un estudio en 2005 que estimó que incluso si hubiese tenido un éxito rotundo, la ronda de Doha habría resultado en un incremento de ingresos de solo el 0,18% del PIB mundial. En muchos sentidos, el papel principal de la OMC ya no es el de una plataforma para futuras reducciones de aranceles u otros obstáculos, sino el de infraestructura (imperfecta) que sostiene el comercio internacional. Una vez que el órgano de apelación deje de funcionar, esto dejará de ser así.

Las cosas empeoraron sustancialmente con la llegada de Trump a la Casa Blanca. Si bien ciertos desacuerdos procesales vienen de lejos, la Administración Trump ha cambiado el enfoque estadounidense de dos maneras principales (según lo enumerado por el ex asesor de Obama, Chad Bown). En primer lugar, al presidente parece serle indiferente la importancia que el órgano de apelación ha tenido para los EE.UU., mientras que los desacuerdos americanos sólo abarcan del 2% al 5% de las importaciones estadounidenses. En segundo lugar, y a diferencia de sus predecesores, Trump repite constantemente su intención de socavar el sistema multilateral, argumentando que los intereses de Estados Unidos estarían mejor atendidos con un enfoque unilateral. Tras haber bloqueado todos los nuevos nombramientos para el órgano de apelación, ha conseguido reducir el número de jueces de siete a tres (el quorum requerido para poder tratar una apelación). Mañana habrá logrado finalmente dejarlo sin poder alguno.

Esta situación deja a la Unión Europea en una posición complicada. A pesar del tamaño de su mercado, no tiene las competencias para jugar al juego de Trump, ni debería querer hacerlo. El comercio no requiere ganadores y perdedores y, por tanto, no debe gestionarse desde un enfoque de suma cero. A pesar de seguir defendiendo el sistema multilateral de comercio internacional, la UE no puede salvar a la OMC sin los Estados Unidos. Por ello, en los últimos años la Unión ha alcanzado una serie de acuerdos bilaterales, con el objetivo de salvaguardar las relaciones con países con los cuales el comercio solía llevarse a cabo bajo el principio de nación más favorecida de la OMC. Actualmente, la UE tiene acuerdos bilaterales en vigor (algunos provisionalmente) con 64 países, mientras que muchas otras negociaciones ya han concluido con éxito.

Sin embargo, no se ha alcanzado ningún acuerdo ni con Estados Unidos ni con China, los principales socios comerciales de Europa (aunque las normas que rigen el comercio con ambos deberían a priori permanecer como están). Por lo tanto, si bien la UE ha adoptado una actitud pragmática a los problemas de la OMC, sus soluciones han sido, como mínimo, imperfectas. Sin duda, una Unión más fuerte con un mayor grado de soberanía económica estaría mejor preparada para competir en un entorno internacional más hostil como en el que nos estamos adentrando.

El comercio ha sido una de las muchas víctimas de los movimientos populistas actuales, y no debería sorprendernos que la campaña de Trump contra el orden multilateral haya atacado a la OMC. Sea cual sea su destino, gracias a la OMC (a pesar de sus imperfecciones), la economía mundial ha crecido sustancialmente en las últimas décadas, impulsada por la naturaleza de suma positiva del comercio. Este es un hecho que haríamos bien en recordar, incluso a medida que la UE evolucione para jugar mejor el juego que otros han elegido.
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