8 de Diciembre de 2019, 10:23
Tres años después del referéndum del Brexit, la política británica ha aprendido que después de la tormenta no siempre llega la calma. Sin haber consumado la salida de la Unión Europea, y con más dudas que certezas respecto de su futuro, el país se aboca a los comicios quizás más importantes desde la posguerra. La prensa las ha bautizado como "las elecciones del Brexit". Serán el 12 de diciembre y prometen ser mucho más que eso.
Boris Johnson decidió convocarlas a elecciones después de que el Parlamento rechazara sus plazos para aprobar el acuerdo de salida concertado con Bruselas en octubre. Los parlamentarios dieron el visto bueno a ese acuerdo, pero se negaron a aprobarlo antes del 31 de ese mes, el deadline previsto por Europa. Al asumir como primer ministro, Johnson había prometido cumplirlo "o morir" en el intento. Acorralado, se vio obligado a pedir una nueva prórroga.
Con la convocatoria a elecciones anticipadas, Johnson apuesta por reunir una mayoría más holgada en el Parlamento que le permita tomar las riendas del proceso y sortear futuras trabas para negociar con Bruselas. El acuerdo de salida representa apenas la primera fase del Brexit.
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Las últimas semanas de campaña han achicado la brecha y son los dos partidos mayoritarios (conservadores y laboristas) los que protagonizan la contienda. Esto no estaba tan claro al principio, cuando las expectativas de una elección dominada por el Brexit ofrecían un buen punto de arranque para otras dos opciones situadas a los extremos del referéndum: los Liberales Demócratas, que han prometido cancelar la salida, y el Partido del Brexit, liderado por el eurófobo Nigel Farage, cuya posición es aún más rupturista que la de Johnson, a quien aquél culpa de no haber honrado su promesa.
La decisión de Farage de no competir en los distritos donde los tories son favoritos y una errática campaña de los Lib Dems ha mermado su gravitación. Según el último promedio de encuestas del Financial Times, los conservadores aglutinan un 43% de la intención de voto, 10 puntos más que los laboristas; los Liberales Demócratas se sitúan en tercer lugar, por debajo del 15%, y los de Farage no llegan al 5%.
La apuesta de Johnson, cuyo lema de campaña es Get Brexit done (cumplamos ya con el Brexit), se saldaría con éxito si puede arrebatar al laborismo escaños que votaron por la salida (Leave), principalmente en el norte y centro de Inglaterra y en Gales, al mismo tiempo que logra conservar el mayor número de escaños que votaron por la permanencia (Remain), amenazados por los Liberales Demócratas. Esa estrategia, ante un rival como Jeremy Corbyn, uno de los líderes opositores más impopulares de las últimas décadas y que carece de una postura categórica respecto del Brexit, debería alcanzar para que Johnson obtenga su ansiada mayoría.
Esto pertenece al orden de lo esperado. Pero el estado de cosas de la política británica, junto con la experiencia de las elecciones del 2017, cuando el laborismo dio la sorpresa y le quitó la mayoría a los tories, son suficientes para advertir que no está todo dicho. Arriesguemos: el resultado de las elecciones es impredecible.
¿Por qué?
El sistema electoral británico es uninominal y de mayoría simple: se elige un parlamentario por cada una de las 650 circunscripciones en las que se divide el territorio. En cada una de ellas, el escaño lo gana quien obtenga el mayor número de votos. Las generales son una acumulación de contiendas por un escaño. Este sistema, que premia a los partidos mayoritarios, implica que poco importa el porcentaje de votos que se obtenga a nivel nacional: lo que cuenta son los escaños. Y como muchas de estas contiendas particulares están muy reñidas, es difícil predecir el resultado que va a obtener cada fuerza.
El último modelo predictivo difundido por YouGov, a fines de noviembre, otorga a los conservadores una mayoría de 68 escaños, pero los últimos días de campaña y las dinámicas locales que pueden alterarse a raíz del denominado voto táctico, en el que los votantes, al conocer las encuestas, se inclinan por uno de los dos partidos que tengan más chances, sumados al hecho de que no se sabe cuánta gente va a participar en una elección a pocos días del comienzo del invierno, siembran dudas sobre su eficacia para anticipar el desenlace. Las elecciones de 2015 y 2017 (donde no se cumplieron los escenarios pronosticados) y el referéndum de 2016 (en el que pocas encuestadoras acertaron el Brexit) deben aconsejarnos cautela.
Pero no se trata únicamente de eso. Las elecciones son recientemente impredecibles en parte porque el electorado británico es cada vez más propenso a cambiar de partido. Según datos recopilados por el British Election Study (BSE), en las últimas tres convocatorias lo hizo el 49%. Se trata, según el estudio, del electorado más volátil en la historia moderna. El 'Brexit' es citado como un 'shock' que genera volatilidad y cuyo efecto todavía persiste. Una encuesta reciente de Ipsos Mori reveló que el 40% estaba dispuesto a cambiar su voto en esta elección.
Este escenario de volatilidad resulta crucial, en primer lugar, para advertir los efectos que puede tener la campaña. Pero, en segundo lugar, y quizás más importante, da cuenta de la importancia que pueden tener estos comicios para el sistema político británico, cada vez más lejos del bipartidismo y la relativa estabilidad que lo caracterizó. Dicho de otra forma, estas elecciones pondrán a prueba los clivajes tradicionales de la política británica.
Un trabajo reciente del Kings College de Londres concluye que los británicos se identifican más según cómo votaron en el referéndum que según sus partidos políticos. Las identidades Leave y Remain hoy son más sólidas que las partidarias y parecen explicar mejor el comportamiento electoral. Y si bien la posibilidad de que fallen las encuestas es una buena noticia para Corbyn, en este punto parece que Johnson sería quien más se podría beneficiar, con el Brexit como el corazón de su apuesta. De nuevo, esto está por verse.
Más allá del 'Brexit'
Que las elecciones del 12 de diciembre son importantes en tanto van a configurar el Parlamento que se hará cargo del Brexit y de la futura relación comercial con Europa ya es algo evidente. Sabemos también que puede decirnos algo sobre la recomposición del sistema político británico. Pero no sólo eso: también prometen tener un fuerte impacto en el interior de los principales partidos y abrir una discusión acerca de la unidad territorial del Reino Unido. Veremos.
Johnson sabe que su jugada conlleva un enorme riesgo. Todavía están frescas en el recuerdo las heridas que se auto-impuso Theresa May en la convocatoria electoral de 2017, cuyo fracaso la debilitó hasta el punto de ser cuestionada en su propio partido. Johnson tiene menos margen. La purga que inició entre los tories y la sucesión de derrotas parlamentarias que dominaron sus escasos meses como primer ministro le obligan a conseguir resultados. Si logra la mayoría parlamentaria, encauzará su proyecto de salida y afianzará sus cimientos entre los conservadores para los próximos años. Si pierde escaños en un escenario de Parlamento sin mayoría (hung parliament), quedará fuertemente debilitado, con su liderazgo en discusión hacia dentro y hacia fuera del partido.
Para Corbyn también hay mucho en juego. Los laboristas llegan a esta elección con el programa más radical en décadas, con nacionalizaciones de industrias claves y una fuerte inyección de inversiones en servicios públicos como el de salud. Busca seducir a clases medias y trabajadoras que han sufrido las políticas de austeridad de gobiernos anteriores. Para ello, pretende sacar el foco de atención del Brexit, donde su posición resulta menos disruptiva: promete renegociar el acuerdo con Bruselas para que la salida sea menos brusca y someterlo a un referéndum en el que se incluya la posibilidad de volver a pronunciarse sobre el Brexit mismo. Pero Corbyn ha perdido la popularidad de que disfrutó y la discusión sobre el Brexit se ha polarizado y transformado en hartazgo. Si no consigue la hazaña, su liderazgo muy difícilmente sobrevivirá.
Los partidos pequeños también importan. Un buen resultado del Partido Nacional Escocés, que se presenta únicamente en ese territorio, pondría de nuevo sobre la mesa el referéndum de independencia. Si el Brexit se pone en marcha, hay muchas probabilidades de que en Escocia, que mayoritariamente votó por la permanencia, gane más terreno la causa independentista.
El otro foco de ruptura que puede surgir es en Irlanda del Norte, donde han regresado los titulares que reclaman una sola Irlanda. Los nacionalistas irlandeses creen que el acuerdo de Johnson, que supone una frontera comercial entre las dos irlandas, favorece la causa por la reunificación.
Estas elecciones serán un buen termómetro para ambos proyectos, que pueden poner en serios problemas a la unidad territorial de Reino Unido.
El 12 de diciembre, los britanicos acudirán a una cita crucial. Johnson se encamina a una mayoría que le permita encaminar el Brexit. Pero puede no ocurrir, y que Reino Unido se atore de nuevo en el bloqueo político. La tormenta no parece haber pasado.