La reciente noticia sobre la inminente apertura de supermercados sin cajeros humanos por el gigante tecnológico Amazon ha pasado, una vez más, inadvertida para buena parte de las élites productivas en España. ¡Qué decir de la reacción de un Gobierno en perpetuum mobile, aunque no se sepa si para adelante o para atrás...! Un Ejecutivo en funciones que camina zarandeado durante meses a base de palos de ciego auto-infligidos y otros aplicados a discreción por las variopintas formaciones políticas de la piel de toro.
El hecho de abrir supermercados sin dependientes humanos no es quizá lo más llamativo de la noticia. Lo es también que la tecnología desarrollada por Amazon pueda reportar suntuosas ganancias al venderla a otras empresas que deseen aplicar en sus tiendas tan innovadora aplicación, y que pasarán a ser meros subsidiarios de este nuevo señor feudal corporativo. Amazon, en línea con otros gigantes tecnológicos, continúa esforzándose en robotizar la mayoría de sus operaciones y, por ende, las nuestras son cada vez más 'democracias robotizadas'. La finalidad no es otra que eliminar mano de obra en todo lo que sea posible. Además, ahora sabemos que también quiere vender la tecnología y hacerse con un mercado de rentabilidad incalculable.
La frase que inventen ellos se asocia a Miguel de Unamuno en el contexto de la España de principios del siglo XX. Era aquélla una época en la que España intentaba recuperarse del llamado desastre del 98, que había conllevado la pérdida de su estatus como potencia colonial y el colapso de una sociedad y economía desorientadas. No extraña que la frase se asumiera como expresión de una actitud colectiva en un país deprimido y desorientado tras un siglo de espadones y salvapatrias, cuyas estatuas conmemorativas aún decoran algunas de nuestras villas y ciudades.
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La frase escenificaba el desasosiego de una sociedad incapaz de adaptarse al desarrollo tecnológico de la época y de favorecer una sociedad del conocimiento. Son conocidas las anécdotas, algunas de ellas de tono apócrifo, de que la batalla de Santiago de Cuba fue un mero ejercicio de tiro al blanco dada la enorme superioridad tecnológica de las naves de guerra norteamericanas. En realidad, la sensación de aquel momento es que se estaba produciendo una demolición controlada por parte del propio Gobierno español de colonias que más tarde o temprano se iban a perder, y con ello se podría preservar en la metrópoli el régimen caciquil y clientelista de la Restauración (1874-1931). Era tal la superioridad tecnológica, que seguramente hubiese bastado de un solo navío de guerra norteamericano para hundir a toda la Armada española.
Ciento veinte años han transcurrido desde que España dejó de ser un país relevante en el concierto internacional de las naciones. Ahora, en la segunda división mundial de los estados, se arrima al proyecto de europeización para ocultar sus carencias. Repasemos algunos números que reflejan socráticamente la situación de desamparo respecto a la tecnología e innovación de nuestro país, asunto que concentra el interés principal en este análisis.
El gigante tecnológico Amazon invierte 23.000 millones de dólares estadounidenses al año en I+D+i (Investigación, Desarrollo e innovación). Por comparación, Telefónica invirtió cerca de 1.000 millones el año pasado. Es decir, la primera empresa tecnológica multinacional de España que invierte en I+D+i apenas alcanza el 4% de lo que hace Amazon. El Presupuesto del Estado en este ámbito es de unos 7.000 millones de dólares (redondeando por arriba, para ser positivos), es decir, un 30% del presupuesto de Amazon. En realidad, como la mitad de este dinero son créditos, que casi nunca se solicitan; sólo se gasta la mitad. Una comparación más ajustada es que España gasta apenas el 15% en investigación de lo que lo hace Amazon.
Más de la mitad del Presupuesto público de Ciencia del Gobierno español consiste en créditos para que las empresas investiguen. Pero estos créditos hay que devolverlos; es decir, no son a fondo perdido. Así que si la idea o la innovación no funcionan comercialmente, a la empresa le cuesta dinero.
La situación contrasta con la idea del inversor de alto riesgo, mayormente en el mundo anglo-norteamericano. En el conocido sistema de start-ups, el inversor invierte asumiendo que el dinero lo puede perder en su totalidad. Sucede que, probabilísticamente, algunas de estas start-ups funcionan y dan un retorno muy positivo al inversor. Lo que no se entiende del sistema español es por qué si los créditos no funcionan se siguen considerando como parte del Presupuesto de Ciencia. ¿Extraño, o simplemente fruto de una rampante incompetencia? Digamos que es una forma elegante de jugar con los números para acercarlos al tan deseado 2% nominal de gasto I+D+i, el cual persiste en su lontananza. Un quiero pero no puedo insoslayable.
El lector interesado puede consultar el excelente 'Informe Cosce' sobre cómo se usan los Presupuestos de Ciencia en España, cómo se gastan sus dineros y las comparaciones relevantes con otros países. Téngase en cuenta que nuestra referencia comparativa la hemos realizado entre la totalidad de un país (España) y la particularidad de una sola compañía (Amazon). Si añadiéramos a los otros tres grandes nuevos señores feudales corporativos (Google, Apple y Facebook), el ejercicio conjunto de conmensurabilidad resultaría bochornoso. Para estos grandes señores, la ecuación que hay que resolver es simple y lineal: la investigación reporta innovación y aplicaciones altamente beneficiosas --y, cosa no baladí, desgravables fiscalmente--, todo lo cual facilita posiciones de ventaja en los mercados globales y, a la postre, auspicia el control social.
Amazon tiene un servicio llamado AWS que es una computing cloud inteligente en la que vende horas de cálculo a cualquier usuario que quiera comprarlas. No sólo horas de cálculo, también almacenamiento de datos u organización de la base de datos, pongamos por caso. En realidad, es mucho más conveniente para muchas empresas y centros de investigación adquirir estos núcleos de cálculo que comprarse ellos mismos su nube de computación. Pero la inversión de Amazon va mucho más allá del hardware. Invierten también, por ejemplo, en desarrollo de tecnologías de inteligencia artificial y de computación con redes neuronales.
El reciente anuncio de la supremacía cuántica por Google es otro ejemplo de cómo invierten los nuevos señores feudales corporativos. El enorme esfuerzo en investigación que hace Amazon repercute en un dominio tecnológico tal que puede no sólo imponerlo funcionalmente, sino venderlo por doquier. Se trata no sólo de inventar, sino también de vender, lo que ejemplifica la experiencia piloto de su supermercado AmazonGo.
Y en el ínterin, la I+D+i en España languidece. La situación encara su particular desastre del 98 sin tener un Presupuesto de Ciencia a la altura de las circunstancias, ni un Ministerio de Ciencia moderno y funcional, como se denunciaba en un reciente artículo en El País. En este mismo periódico hay una sección dedicada a la crisis de la Ciencia española. Y es que ni siquiera se visibilizan brotes verdes en los que depositar alguna esperanza.
Quizá se deba circunstancialmente a la falta de un Presupuesto adecuado o a la interinidad sin fin de un Gobierno en funciones. Lo innegable es que no se ha ejecutado ningún plan para encaminar a la Ciencia española hacia el futuro. Los trámites burocráticos para ejecutar cualquier trámite de investigación se han multiplicado en un modo exagerado y hasta ridículo. Hacer un contrato a un investigador (con fondos y recursos obtenidos por los propios científicos) supone a menudo un esfuerzo añadido desalentador a las genuinas actividades de I+D+i. Proceder a comprar un ordenador o ir a un congreso se han convertido en gestiones degradantes e insoportablemente ineficientes.
La situación de la inversión en investigación básica a nivel estatal es bastante penosa, pero lo es sobre todo a nivel privado. Tenemos empresas que no invierten casi nada en I+D o lo hacen en forma testimonial. Se ha mencionado el caso de Telefónica, pero lo sorprendente es que es el mejor caso de inversión en investigación entre las empresas privadas. España se sitúa en el lugar 32º de una lista de 91 países en inversión I+D+i como porcentaje del PIB, teniendo en cuenta recursos gubernamentales y privados juntos. Es una posición no muy alejada de países como Ucrania, comparable demográficamente a España (con un población de 43 millones) y que tiene una parte de su territorio ocupado por Rusia y está inmersa en una situación de guerra interna.
Permítasenos la licencia de proclamar que estamos a la cabeza del segundo mundo, o a la cola del primero. Algunos optimistas panglosianos se obstinan en ver que el vaso está medio lleno. No creemos que ello esté justificado al considerar que la suma del gasto público y privado español en I+D+I apenas alcanza los 19.000 millones de dólares estadounidenses; es decir, 4.000 millones menos que lo que destina Amazon a tales menesteres, básicamente en el campo de la inteligencia artificial y la robotización.
La comparación se vuelve todavía más descarnada si comparamos la cantidades de inversión que realiza en I+D+i el sector privado en España. No hay ninguna empresa española entre las 100 primeras mundiales y solamente ocho entre las primeras 1.000. Como país, el gasto público español estaría aproximadamente en el puesto 60º de esa lista.
Como sugería Miguel de Unamuno, la opción sigue siendo aprovecharnos de nuestro sol, playas y buena gastronomía y comprar la tecnología a otros países. Paradójicamente, y aunque seamos un rentable país de camareros, éstos ni siquiera serán necesarios en un futuro robotizado como el que nos propone Amazon. Su fuerte inversión en I+D+i hará reestructurar nuestro boyante sector servicios, incluido el turístico.
Conviene insistir en la importancia estratégica de invertir los dineros públicos y privados, por magros que éstos últimos sean, en investigación básica. Baste recordar el ejemplo del transistor de silicio alrededor del cual gira toda la presente vida digital y que inventó una compañía privada americana de telefonía al final de los años 40 del siglo pasado. El talento existe en España y abunda, pero se va. El director de investigación del gigante tecnológico IBM, Darío Gil, es español. También, la nueva directora de Science Europe, Lidia Borrell-Damián. No parece, por tanto, que seamos un país solo de decadentes diletantes y cuya palabra más internacional sea fiesta.
Ahora no se trata solamente de encarar el escenario de que inventen ellos, sino que nos vendan. O, mejor dicho, que nos vendamos aún más al más listo de la clase.