21 de Noviembre de 2019, 20:02
Las últimas elecciones en España han dejado un Parlamento mucho más fragmentado y, como ya apuntaba aquí Juan Rodríguez Teruel, con unas mayorías posibles mucho más claras. Ahora bien, ¿cómo explicar el repentino cambio de posición del PSOE?
El auge de Vox y, en especial, el hundimiento de Ciudadanos han hecho imposible la estrategia de geometría variable que parecían tener los socialistas tras los resultados de abril. El PSOE se enfrentaba entonces a un dilema estratégico. Por un lado, podía maximizar sus posiciones en el Gobierno: ocupar todos los ministerios y desarrollar sus políticas públicas preferidas mediante una geometría variable en el Congreso, acordando medidas sociales con Podemos y económicas o territoriales con Ciudadanos y PP. Pero los socialistas carecían de una mayoría inicial con la que superar la investidura. De ahí que intentara atraer a Podemos con ministros independientes o secretarías de Estado, pero sin aceptar a los morados en el Consejo de Ministros.
Que Podemos estuviera en el núcleo central del Gobierno hubiera impedido desarrollar cualquier mayoría alternativa con otros partidos para algún asunto concreto. Por el contrario, el PSOE pudiera haber aceptado una investidura con el apoyo de Podemos y nacionalistas a cambio de compartir el Ejecutivo con los morados y negociar todas las iniciativas parlamentarias con la mayoría de la investidura. Cuanta más influencia directa tuviera Podemos en el Gobierno, menor margen parlamentario tendría el PSOE para buscar mayorías alternativas. La estrategia de la 'geometría variable' era óptima para el PSOE, pues le permitía maximizar su acceso a los cargos públicos y potenciar sus políticas públicas.
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Tras las nuevas elecciones, el PSOE ya no puede optar por una estrategia de maximización. Las dos únicas mayorías de gobierno pasan por PP o por Podemos. Ilustremos este punto usando el índice de poder negociación de Banzhaf. Éste mide la capacidad de cada partido para ser decisivo en la formación de una mayoría; en este caso, de 176 diputados en el Congreso. Pese a que en una segunda vuelta la investidura sólo requiere de más votos positivos que negativos, la utilización de 176 es una aproximación a lo que vendría a ser una mayoría estable de Gobierno.
El índice sólo toma el valor numérico de cada partido y no tiene en cuenta otras preferencias de los actores (como la ideología) que puedan determinar la probabilidad de que una mayoría se materialice. Es decir, el índice asume que existe la misma de que Podemos pueda pactar con el PSOE a que ERC lo haga con Vox. Por ello, calculo primero el índice con todos los partidos (aunque en el gráfico aparecen sólo los principales), y luego excluyo a aquellos actores con menor probabilidad de pactar con el PSOE: PP, Vox y la CUP.
Si tenemos en cuenta a todos los actores, el poder de negociación del PSOE es claramente mayor que el del resto tanto en tras los resultados de abril como de noviembre. Pero si excluimos del cálculo a aquellos partidos que nunca pactarían con el PSOE (Vox y la CUP), o el que sería la última preferencia de los socialistas (el PP), a la vez que mantenemos el requisito de alcanzar 176 diputados como mayoría estable, el escenario cambia claramente. Mientras que con los resultados de abril el PSOE aún mantenía una posición dominante en este escenario, tras los resultados de noviembre el poder de negociación socialista se iguala con el de Podemos.
Es decir, los diputados de la formación liderada por Pablo Iglesias son tan necesarios como los del PSOE para alcanzar cualquier mayoría parlamentaria que no cuente con PP o Vox. Las leves pérdidas de votos y escaños de ambas formaciones de izquierdas, unidas al aumento del espacio no coalicionable dentro del Parlamento, han dejado una aritmética parlamentaria muy clara. Y el rápido pacto entre Sánchez e Iglesias sugiere que ambos lo vieron igualmente claro tras la noche electoral.
Sin embargo, si la formación de Gobierno finalmente se confirmara, el caso español iría en contra de los que estamos observando en otros países europeos, pues el crecimiento de Vox obliga a los partidos a formar una mayoría de gobierno clara e ideológicamente cohesionada. Por el contrario, la creciente fragmentación y polarización de los parlamentos europeos, unidos al incremento de los espacios radicales (antisistema y/o de extrema derecha), está generando procesos de formación del Ejecutivo más largos y complejos; además de gobiernos más débiles. La exclusión sistemática de una parte significativa del Parlamento otorga mayor poder de negociación al resto de partidos, y obliga a formar coaliciones con un mayor número de socios e ideológicamente más diversas.