Los resultados del 10-N han consolidado un sistema de bloques ideológicamente diferenciados que dificultan las opciones de consenso, haciendo cada vez más complicado el desbloqueo a la gobernabilidad. No obstante, dentro de estos bloques se ha producido un realineamiento de fuerzas que ha favorecido el auge de la extrema derecha. Vox ha logrado reemplazar a Ciudadanos al convertirse en la tercera fuerza más votada y con fuerza suficiente como para disuadir al PP de políticas que le acerquen al PSOE.
Pero, ¿qué explica el imparable ascenso de la formación creada en 2013? En términos generales, el partido de Santiago Abascal ha logrado capitalizar las coyunturas críticas y ha desarrollado una estrategia comunicativa que le ha permitido llegar cada vez a más grupos de votantes, apoyándose en muchas ocasiones en la desinformación y en la comunicación agresiva. Esta situación ha puesto de manifiesto el poder que la manipulación informativa puede ejercer durante las campañas electorales e invita a pensar en los riesgos que esto puede suponer para el sistema democrático.
La desinformación no es algo nuevo y a día de hoy se ha convertido en uno de los grandes problemas de estos sistemas. El Brexit y la victoria de Trump, hubieran sido impensables sin ella; la polarización del procés catalán o la crisis migratoria se han alimentado de ella y el auge de la extrema derecha no puede explicarse sin atender a esta variable. Así, partidos europeos de derecha extrema como AfD (Alemania), FPÖ (Austria), Jobbik (Hungría) o PVV (Holanda) la han puesto en práctica para entrar en las instituciones e incrementar su caudal electoral. Su éxito se basa en generar una manipulación mediática por medio de bulos, filtraciones interesadas o informaciones alteradas que se apoyan en procedimientos retóricos como la demonización o el uso del lenguaje disuasivo.
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En este sentido, Internet y las redes sociales se convierten en el medio perfecto, ya que permiten una rápida viralización del mensaje, con escasos o nulos filtros de verificación de las informaciones. Asimismo, los filtros burbuja de las redes sociales clasifican la información que recibe cada persona utilizando como criterio afinidades ideológicas, culturales o comerciales. La novedad es que, en el caso de éstas últimas, a medida que se vuelven más extremas resulta más sencillo conectar grupos y que éstos se retroalimenten entre sí.
En el caso de España, el riesgo de desinformación es medio bajo por las dinámicas de consumo mayoritario de TV y grandes medios de comunicación. No obstante, hay un porcentaje marginal de la población que sólo se informa a través de redes sociales y otras plataformas digitales. Es en estos márgenes donde Vox y el nuevo populismo encuentran su trampolín de acción. Este grupo se convierte en el objetivo perfecto para los grupos radicales, que tratan de movilizar a esta población para entrar en las instituciones y, a partir de ahí ganar adeptos.
Pero el riesgo de desinformación cada vez se hace más general entre la población, afectando también a las personas que no sólo se informan a través de redes sociales. Un estudio sobre 'fake news' realizado por la Universidad Complutense revela que aunque el 60% de españoles afirma ser capaz de reconocer noticias falsas, sólo el 14% es efectivamente capaz de detectarlas. El hecho de que en las redes sociales todos los medios adquieren el mismo estatus, sin ser priorizados en función de su credibilidad, termina provocando que la gente comparta contenidos sin fijarse en quién los publica. Esta coyuntura es aprovechada por los partidos políticos, como se pudo ver en las pasadas elecciones de abril, donde las campañas se basaron en gran medida en la desinformación y en la proliferación de bots informáticos. Asimismo, el hecho de que fuera la primera ocasión en la que los partidos hicieron uso de WhatsApp para sus campañas incrementó el riesgo de desinformación.
Entre todas las fuerzas políticas, Vox ha mostrado un manejo especialmente hábil de estas estrategias y ello ha dado sus frutos. En sólo cuatro años, ha logrado transitar de un 0,23% de los votos en las generales de diciembre de 2015 al 15,09% en las de este domingo. Para ello, ha aprovechado la coyuntura comunicativa digital para hacerse un hueco entre votantes desinformados que encuentran en las redes sociales y demás plataformas de Internet. A partir de ahí, ha logrado aumentar su popularidad y dar el salto a los grandes medios de comunicación, adquiriendo una mayor visibilidad y proyección. En el camino, se apoyan en medios afines o creados ad hoc para dar verosimilitud a bulos y desinformaciones.
En su estrategia de comunicación, ha adoptado un discurso muy agresivo que ha explotado ideas como que la inmigración ilegal está invadiendo España, que la violencia de género es una invención social o que el diálogo con Cataluña atenta contra la integridad de España. Como ejemplos, pueden citarse la noticia de la falsa agresión de tres jóvenes en Mallorca a manos de un grupo de feministas el pasado mes de marzo, o que el 70% de los imputados por casos de manadas son extranjeros.
La propia Comisión Europea denunció esta situación al hablar sobre los progresos de la Unión Europea contra la desinformación, tras haber detectado cuentas de apoyo al partido ultraderechista que difundían bulos y discursos de odio. El comisario de Seguridad Julian King apuntó que habían descubierto una red coordinada en Twitter, mezcla de bots y cuentas falsas, con el objetivo de impulsar hashtags anti-islam y aumentar el apoyo al partido.
Pero Vox no ha sido el único que ha hecho uso de campañas agresivas y ha fomentado la desinformación. Simpatizantes de diferentes formaciones, aunque en favor del PP, han invertido 40.000 euros en una red de páginas de Facebook que promovían la abstención para estas elecciones. Después de investigarlas, la plataforma por excelencia decidió permitir su actividad porque no incumplían ninguna de sus reglas, aunque ponían en duda la transparencia de la campaña.
La Asociación de Comunicación Política (Acop) denunció esta práctica al considerarla contraria a la participación democrática y a la integridad y veracidad de la información. Asimismo, el presidente en funciones, Pedro Sánchez, denunció los riesgos de desinformación durante esta campaña electoral, apuntando directamente a la derecha como causante del problema.
Pese a que resulta complicado medir el efecto directo de la desinformación en los resultados electorales, y a que no debe ser estudiada de manera aislada sin tener en cuenta otras variables, todo parece apuntar a que los partidos que han sido capaces de capitalizar este recurso han incrementado su visibilidad y apoyo electoral. Vox es el mejor ejemplo en el caso español, logrando no sólo entrar en las instituciones, sino convirtiéndose en la tercera fuerza más votada. La manipulación informativa, la movilización emocional de su electorado, la viralización que permiten las redes sociales y el aprovechamiento de las distintas coyunturas políticas han sido ingredientes claves en su éxito.