8 de Noviembre de 2019, 19:20
Con frecuencia, asociamos el concepto recuperación de una víctima a un pensamiento melancólico basado en obtener, de nuevo o parcialmente, aquello que un día perdió. No obstante, en los últimos años ha emergido con fuerza en el campo de la educación social el concepto de resiliencia, que consiste en la capacidad de la persona de superar situaciones adversas y salir reforzada internamente de este proceso. La resiliencia es clave cuando hablamos de intervención socio-educativa con mujeres víctimas de trata de personas con fines de explotación sexual. Su recuperación suele ser un camino largo y complejo que topa en muchas ocasiones con los tiempos administrativos que establecen los programas de atención.
Desde hace más de 10 años, trabajo en el programa Sicar.cat de Adoratrices, acompañando a mujeres que han sido víctimas de trata.
La trata con fines de explotación sexual es una de las máximas expresiones de la violencia de género. Es un delito reconocido en el artículo 177 bis de nuestro Código Penal y una de las vulneraciones más graves de los derechos humanos. Su impacto se extiende a diferentes esferas: física, psicológica, emocional, social, familiar, de relación o identitaria, entre otras. A mayor tiempo e intensidad de la explotación, mayor impacto personal.
Las secuelas que deja son muy profundas, invisibles a nuestros ojos la gran mayoría de las veces. Estas heridas van reclamando poco a poco su espacio para emerger y ser atendidas. Sólo el paso del tiempo permite identificar y atender los efectos reales de tanta violencia.
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El recorrido que ha de hacer una víctima hasta llegar a ser resiliente requiere de mucho esfuerzo durante años. Garantizar el acceso a los derechos más elementales como la cobertura de necesidades básicas, la salud, la formación o el acceso a la información son acciones facilitadoras de la toma de conciencia y de la auto-identificación como víctima de un delito. En este sentido, acompañar este proceso es fundamental para ayudar a la mujer a desarrollar estrategias de autoprotección y liberarse, por ejemplo, del sentimiento de culpa.
A medida que la mujer va tomando conciencia de su situación, van aflorando nuevos sentimientos. Durante ese tiempo, la vida no se detiene, continúa a un ritmo acelerado que resulta dificultoso seguir. Llegan noticias de los juzgados, las familias presionan para el envío de dinero, prosigue la dolorosa separación de sus hijos, etcétera. Ante estos acontecimientos, las entidades no tenemos capacidad de respuesta, más allá de estar al lado de la mujer.
Acompañarla es acoger su historia de vida y también su sistema familiar. La historia de vida nos da la perspectiva necesaria para entender comportamientos, actitudes y los desafíos que se presentan; conocer sus vínculos de confianza y cómo éstos han sido dañados. También las motivaciones para iniciar un proceso migratorio y, sobre todo, las habilidades y competencias personales que facilitarán su recuperación.
A menudo, con la finalidad de mejorar la atención socio-educativa, se plantea el interrogante en las entidades y profesionales sobre cuándo el sistema o las propias entidades están re-victimizando a las víctimas.
En este sentido, estamos de acuerdo si decimos que re-victimizamos cuando:
En el acompañamiento educativo también existe el riesgo de desarrollar intervenciones re-victimizadoras. Tanto las entidades como las instituciones públicas vivimos inmersas en las exigencias administrativas de los programas y financiadores; nos exigimos que los objetivos en términos de recuperación e integración de las víctimas tienen que lograrse en tiempos concretos establecidos por procedimientos y protocolos. Estos tiempos, a menudo demasiado rígidos, no se ajustan a la realidad de las víctimas de trata. Las heridas profundas del trauma complejo requieren de tiempo para sanarse y de seguimiento continuo y adaptado a las necesidades individuales. Las prisas por el cierre de un expediente no nos van a garantizar el éxito en nuestro objetivo de que la mujer recupere su vida como persona de plena dignidad y derechos.
No sabemos precisar cuánto tiempo necesita una víctima para recuperarse, pero según nuestra experiencia disponemos de argumentos suficientes para afirmar que se trata de procesos a largo plazo. Consideramos que hay un primer momento donde la prioridad radica en garantizar la cobertura de las necesidades básicas como la alimentación, higiene, atención a la salud y garantía de la seguridad personal. Es una primera fase de cuidados, de escucha y de construir el vínculo educativo. Es aquí cuando la mujer empieza a reencontrarse con ella misma.
Posteriormente, llega de nuevo para la mujer la oportunidad de proyectarse hacia el futuro y recuperar sus sueños. Es un momento ambiguo donde ilusiones y realidad a veces colisionan. La mujer vuelve a conectarse con aquellas competencias y habilidades olvidadas a causa de la violencia. Brotan de nuevo las fuerzas para la consecución de objetivos personales: conocimiento de la sociedad y ciudad de acogida, inicio de nuevo aprendizaje (idiomas/formación), ampliación de red social de apoyo, acceso al mercado laboral, etc.
No obstante, es frecuente que una vez consigue aquello que se propuso, se produzcan recaídas emocionales. Situaciones como éstas nos constatan la importancia de atender, o al menos ser conocedores, de aquellas demandas que pueden no ser expresadas en un primer momento, pero que para ellas son de vital importancia.
El paso a una vida autónoma pone en evidencia las carencias del propio sistema que las posiciona de nuevo en situaciones de precariedad y vulnerabilidad: por ejemplo, el acceso al mercado laboral estable no supone en la mayoría de las ocasiones el acceso a una vivienda digna. En otros casos, encontramos mujeres con necesidades especiales que no pueden acceder a recursos especializados de salud mental o prestaciones concretas por no reunir los requisitos que se exigen desde las administraciones públicas.
Nuestra participación en el proyecto PHIT , liderado por la Universidad de Barcelona, se ha centrado en la realización de entrevistas en profundidad a antiguas usuarias del programa 'sicar.cat' de atención integral a víctimas. A través de este trabajo, hemos podido corroborar que el impacto que la trata deja en las víctimas es de una magnitud mayor al detectado en un principio. También que los tiempos que establecemos desde las entidades y las administraciones no siempre son los adecuados. Centramos nuestra mirada en los primeros momentos, en el impacto psicológico, para poco a poco desvincularnos a medida que la mujer va adquiriendo la autonomía necesaria para vivir en la nueva sociedad de acogida. Entendemos que la autonomía vista desde la mirada educativa es sinónimo de recuperación, y no lo es.
Años después de haber cerrado un expediente continuamos recibiendo demandas relacionadas con la situación de trata vivida, como crisis emocionales derivadas de secuelas psicológicas, nuevas experiencias de desigualdad de género, relaciones tóxicas o la falta de redes de apoyo de confianza. El programa sicar.cat continúa siendo un punto de referencia para ellas.
El análisis de esta realidad lleva a cuestionarse que quizás sea más sensato y realista plantear procesos de recuperación a largo plazo, donde no sintamos que acompañar durante años sea sinónimo de re-victimizar, sino de escuchar el ritmo que cada una necesita. Es necesario reforzar los procesos de recuperación e integración para que éstos sean realmente efectivos y reparadores. La asunción de este planteamiento supone un reto para todas las instituciones y entidades implicadas en la atención y protección de las víctimas de trata. No es un camino fácil, pero como sociedad tenemos la obligación de dedicar todos los esfuerzos en construir conjuntamente modelos de intervención que velen por la restitución de la dignidad y los derechos humanos de las víctimas.
Este artículo forma parte del Dossier El impacto psicológico de la trata