Tras más de cuatro meses de negociación (o de batalla por el relato) desde que se celebraron las elecciones generales del pasado 28 de abril, no se logró articular una mayoría que permitiese la formación de un nuevo Gobierno. España encara así una repetición electoral: los cuartos comicios en menos de cuatro años. Lo que debería haber sido una negociación colaborativa en la que primasen las medidas a incluir en un programa de gobierno orientado a abordar los retos que afronta España, terminó siendo una negociación competitiva en la que primaron los intereses partidistas y personales de los líderes.
Sin embargo, la rivalidad entre Iglesias, Sánchez, Casado y Rivera arrancó mucho antes. Desde marzo de 2015, cuando algunas encuestas situaban a los cuatro grandes líderes en un empate técnico, todos ellos creyeron que podían llegar a La Moncloa como presidentes del Gobierno, por lo que se disolvió cualquier posible colaboración. Imperó desde entonces la lógica de la competición, frente a planteamientos de cooperación.
Teniendo en cuenta que, tras el 28 de abril, la suma de los partidos de centro-derecha no contaba con los escaños suficientes para sacar adelante la investidura, el campo de negociación quedó reducido al PSOE (como primera fuerza política) y a Podemos y Ciudadanos (como partidos ideológicamente más próximos a uno y otro lado); además del resto de formaciones minoritarias con representación en el Congreso. PP y Vox han permanecido desdibujados en este escenario, por lo que aquí se pone el foco en las formaciones políticas que han estado involucradas en las conversaciones para la búsqueda de un acuerdo.
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Normalmente, en una negociación lo primero que se define es la agenda: el espacio en el que tendrán lugar las conversaciones (que, preferiblemente, deberá ser neutral); el calendario de la negociación (la distribución de fechas, horarios y periodos de consulta), y el orden del día de cada una de las sesiones (los temas a tratar, abordando primero las cuestiones más próximas y después aquéllas en las que existen mayores discrepancias). No obstante, desde el primer momento ninguna de las partes demostró tomarse en serio el formato de la negociación, que en muchas ocasiones se convirtió en una dinámica improvisada de llamadas y mensajes de Whatsapp, que terminó incluyendo ofertas de última hora en rueda de prensa, o incluso en la tribuna del Hemiciclo. Todo ello ya indicaba que un eventual pacto estaba lejos de producirse.
De acuerdo a la teoría de la negociación, entendemos como una negociación competitiva aquélla en la que concurren los siguientes elementos: necesidades contrapuestas entre las partes; relación puntual en el tiempo; asimetría en la información y desequilibrio de poder.
En cuanto a las necesidades, en una lógica competitiva, los partidos han primado una estrategia que en teoría de juegos se denomina 'de suma cero'. Es decir, aplicado a la mesa de negociación que abrieron PSOE y Podemos, el reparto del número de asientos en el Consejo de Ministros sólo genera posiciones enfrentadas: los ministros que obtiene un partido los pierde el otro. Sin embargo, si ambas formaciones hubiesen priorizado la conversación sobre aquellas propuestas que formaban parte de sus programas de gobierno, probablemente hubieran alcanzado un win-win, puesto que el potencial de una negociación colaborativa hubiera permitido satisfacer las demandas de sus correspondientes electorados.
Respecto a la relación entre las contrapartes, cuando la negociación es un hecho puntual, alguno de los actores puede optar por una estrategia más agresiva, puesto que la reputación pasa a un segundo plano. En cambio, teniendo en cuenta que en la búsqueda de acuerdos para la formación de Gobierno existen múltiples momentos de negociación, y que la relación entre los actores políticos es un proceso a largo plazo, los partidos deberían haber optado por una estrategia más flexible y de luces largas. Así, transar o realizar ciertas concesiones nunca debiera ser visto como un síntoma de debilidad, sino como una inversión para fortalecer la relación de cara al futuro.
Durante todo el proceso, los diferentes partidos han sido poco transparentes y han evitado el intercambio de datos con sus adversarios, generando asimetrías en la información. En una negociación cooperativa se debe generar un espacio de confianza para el intercambio de información de manera segura, lo que permite generar valor antes que optar por capitalizarlo. Pero, en esta ocasión, los partidos han tendido a filtrar sus propuestas a la opinión pública antes incluso de trasladárselas a sus contrapartes, intentando capitalizar la información para controlar el relato y culpar al otro del fracaso en las negociaciones.
El último factor diferencial es el poder, que si es desequilibrado entre las partes convierte una estrategia cooperativa en una competitiva. Así, en una negociación el concepto de poder es relativo a la mejor alternativa a un acuerdo negociado (Maan): el que tiene un plan b más robusto parte de una posición de mayor fuerza, lo que le permite incrementar sus exigencias frente al resto de las partes. En este contexto, la mejor alternativa a un acuerdo de investidura siempre ha sido la repetición electoral, sabiendo que algunos partidos esperaban incrementar sus resultados. Por ello, PSOE y PP, que según coinciden todas las encuestas podrían obtener un mayor número de escaños el próximo 10 de noviembre, tenían menores incentivos para desbloquear la actual situación política.
Así, en esta ocasión el control de la narrativa y la gestión de la culpa han primado sobre la búsqueda de consensos o la formación de Gobierno. Incluso un producto electoral como España Suma, que podría parecer cooperativista (un intento de tres formaciones políticas para mitigar los efectos desproporcionales de nuestro sistema electoral, con el que poder convertir su porcentaje de votos en un mayor número de escaños), termina siendo un movimiento de marketing para que el electorado perciba que el PP aúna todo el voto del centro-derecha que el 28 de abril quedó dividido entre tres formaciones diferentes.
Al margen de las tensiones naturales de los partidos políticos en democracia, que en ocasiones mantienen posiciones ideológicas diferentes o tienen necesidades estratégicas y electorales muy distintas, el objetivo común de todos ellos debería pasar por la generación de un proyecto de país que mejore la vida de sus ciudadanos. En un escenario multipartidista como el actual, y para poder avanzar en esa dirección, a partir del 10 de noviembre será necesario abrir vías de negociación cooperativas capaces de resolver el bloqueo y de generar nuevos acuerdos.