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Draghi muestra su legado

José Moisés Martín

12 de Septiembre de 2019, 22:29

La historia de la construcción europea está cargada de mitos, nombres propios y relatos hagiográficos sobre el origen, decisiones y determinación de los padres fundadores (ninguna madre) de la Unión Europea: Jean Monnet, Altiero Spinelli, Robert Schuman, nombres de otros tiempos que nos acompañan en las puertas de los edificios institucionales que se reparten en el Quartier europeo de Bruselas. El último gran héroe de la construcción europea hay que buscarlo en Francia, con Jacques Delors, perdido ya en las sombras de finales del siglo pasado. 

Pero si alguien contemporáneo se merece, sin ningún género de dudas, estar en la nómina de los agraciados con un edificio bautizado con su nombre, no se trata de ningún político ni hombre de Estado sentado en la Comisión, el Consejo o el Parlamento. Quien más ha hecho por mantener la Unión Europea a flote desde el inicio de la crisis, y rescatarla de su autodestructivo dogmatismo económico, ha sido un tecnócrata italiano tan gris como el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi. Fue su famosa frase del "whatever it takes" ("lo que sea necesario"), lo que disipó las dudas de la continuidad del euro en el tenebroso verano de 2012, y ha sido su política monetaria flexible, astuta y acondicionada a la comatosa realidad de la economía europea la que ha permitido impulsar el crecimiento que nos sacó de lo más profundo de la crisis.

Los países del sur, en particular, le debemos mucho a las decisiones monetarias que ha impulsado, y sus discursos y mensajes han calado hondo en la conformación de la opinión económica de analistas, gobiernos y centros de decisión. Su política de puesta en marcha de tipos de interés ultra-bajos, los programas de liquidez dirigida y, finalmente, la artillería pesada del programa de compra de activos han generado las condiciones básicas para poder mantener la economía europea en cifras positivas, aunque débiles, debido a la ausencia de un impulso fiscal equivalente a sus estímulos monetarios.

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Draghi está viviendo sus últimos días como presidente del BCE, en un contexto que amenaza con el riesgo de una vuelta a la recesión económica, crecimientos anémicos y aumento de la incertidumbre, en este caso provocada no por ningún estallido financiero, sino por la debilidad del comercio internacional y la paralización de la inversión. Las previsiones del futuro más cercano de la economía europea empeoran día a día y las noticias de actividad y sentimiento económico se acumulan aumentando el pesimismo de los agentes. En este contexto, el BCE es incapaz de mantener la estabilidad de precios (que supone una inflación cercana, pero por debajo del 2%) con un escenario de japonización de la eurozona: bajos tipos de interés, bajo crecimiento económico, elevada deuda y baja inflación.

El análisis del Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo ha sido determinante: la economía europea vuelve a flaquear (han rebajado la previsión de crecimiento para 2019 y 2020) y ha llegado el momento de reconsiderar la senda de retirada de los estímulos monetarios. De esta manera, el Consejo ha decidido desandar el camino que inició en diciembre del año pasado para abandonar las políticas no convencionales y volver a una política monetaria ultra-laxa: bajada del tipo de interés de depósitos hasta el -0,5%, lo cual significa que los bancos pagarán dinero al Banco Central por mantener depósitos en sus cuentas, reactivación del programa de compra de activos, más conocido como QE o Quantiative Easing, por un montante de compras de hasta 20.000 millones de euros mensuales (una cifra menor de la esperada, pero que se mantendrá de manera indefinida mientras dure la atonía) y rebaja hasta cero del tipo de interés de las operaciones a largo plazo de refinanciación dirigida (denominadas TLTRO, un programa que ofrece liquidez a los bancos a largo plazo siempre y cuando sea utilizada en la financiación de empresas) para mantener abiertas las fuentes de financiación para el sector privado y favorecer, así, la inversión.

En otras palabras, a partir de hoy, pedir dinero al BCE para prestar a empresas saldrá gratis (el tipo de referencia es cero), pero mantener saldos sin circular en sus depósitos será penalizado con un -0,5% de tipo de interés

El paquete completo de medidas es el más ambicioso desde 2016, fecha en la que se procedió a la última bajada de tipos de interés, y activa la mayoría de los instrumentos de política monetaria que se han venido utilizando desde el año 2012. Veremos si es suficiente. En Europa, hoy, no falta liquidez (el euribor, el tipo de interés en el mercado interbancario, está en cifras negativas), sino confianza y demanda agregada. El análisis que acompaña a estas medidas es meridiano: el riesgo de recesión sigue siendo bajo, pero es creciente, y ni el crecimiento ni los precios son capaces de librarse de una fragilidad que dura ya demasiado tiempo. Con tipos de interés tan bajos, la política monetaria tiene muy poco efecto y tendremos que ver si el impacto de este movimiento modifica las previsiones en la economía de la eurozona.  

Draghi se enfrenta, así, a su último mes al frente de la institución: pudo salvar la eurozona de la desintegración, pero ya hay poco que pueda hacer para volver a la senda de un crecimiento robusto. La próxima presidenta, Christine Lagarde, que ha mantenido una posición muy similar en el marco del Fondo Monetario Internacional, ha declarado que continuará el trabajo iniciado por Draghi. Mientras los gobiernos de la 'eurozona' no hagan su parte del trabajo con un estímulo fiscal asimétrico en aquellos países que tienen espacio para hacerlo, lo que podemos esperar de las decisiones del BCE es que su política monetaria, al menos, no estropee las cosas más de lo que ya lo están.

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