España debe abandonar el vagón de cola de los países socialmente más desiguales de Europa. Ha de acometer, con urgencia, políticas de justicia social para la reducción de la brecha social a partir de una fiscalidad más justa y unos salarios europeos.
Una de las primeras enseñanzas que recibes cuando entras en la Facultad de Economía es que, al igual que los seres humanos tenemos un ciclo vital, en economía también existen los ciclos económicos, conformados por diferentes etapas que no tienen por qué estar sincronizadas en todos los países, como ocurre con las vidas de las personas. Esto es lo que comúnmente denominamos timing o sincronización.
En este momento estamos inmersos en una fase de plena desaceleración económica. A nivel macroeconómico, inquietan las continuas revisiones a la baja en las estimaciones de crecimiento; como la última del FMI, donde su jefe interino instaba a los bancos centrales y resto de autoridades a prepararse para ofrecer más estímulos; o los resultados de algunos indicadores adelantados que, como su propio nombre indica, nos anticipan el comportamiento que puede tener una determinada economía. También, el elevado endeudamiento público de los estados (este punto es uno de los principales lastres al crecimiento económico) o el leve y lento repunte de la inflación subyacente.
Todas estas variables son algunos inputs o factores negativos que están drenando capacidad de desarrollo económico a las principales potencias mundiales. Pero, en este escenario, llama la atención la robustez de España, cuyas estimaciones de crecimiento económico continúan revisándose al alza gracias a la contribución positiva de las exportaciones e inversiones; aunque no debemos olvidar el efecto que puede tener la actual incertidumbre política, factor que, según el último estudio de BBVA Research, podría restar entre dos y tres décimas al crecimiento del PIB de nuestro país.
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En este contexto, podemos recurrir a la explicación metafórica de la profesora Joan Robisnson (compañera y seguidora de Keynes) cuando asemejaba la teoría económica a una "gran caja de herramientas" de las que podíamos disponer, de una u otra manera, conforme las necesitáramos en función del problema planteado. Es llamativo que no alarme el fuerte incremento de desigualdad económica y, por tanto, social, que están sufriendo los países desarrollados tras el estallido de la última crisis financiera en 2008. Más si consideramos que es un elemento fuertemente erosivo para la paz social y para la capacidad de crecimiento económico de un país, afirmación que voy a tratar de explicar a partir de dos gráficos.
En primer lugar, observamos la evolución de uno de los indicadores más utilizados para medir la desigualdad en salarios. Es el ideado por el estadístico italiano Corrado Gini, y conocido como coeficiente Gini. Su resultado es un número que puede oscilar entre 0 y 1, en donde 0 corresponde a la igualdad perfecta y 1 a la perfecta desigualdad salarial, entendiéndose como tal que un solo individuo dispone de todos los ingresos y riqueza disponibles. Cabe mencionar la relevancia de este indicador si tenemos en cuenta que los ingresos salariales son el componente de mayor peso en la renta de los hogares, condicionando por tanto su capacidad de consumo, inversión, ahorro, etc.
En el Gráfico 1 se evidencia el claro contraste entre los países más desiguales como Estados Unidos, Israel, Gran Bretaña y los mediterráneos del sur de Europa (Grecia, Italia y España) frente a los más avanzados en cuestión de igualdad: Noruega, Finlandia, Islandia o Bélgica. En una zona intermedia se encuentran Alemania, Francia y Polonia.
Destaca el fuerte recorte que consiguió Islandia en materia de desigualdad entre los años 2008 y 2010, los más duros tras el estallido de la crisis financiera, gracias a las valientes decisiones y reformas acometidas por su Gobierno. Ello sin olvidar que el Producto Interior Bruto islandés colapsó y bajó un 5,5% en términos reales durante el primer semestre de 2009, evidenciando así el alcance económico que tuvieron las difíciles decisiones y políticas públicas acometidas por el Gobierno en su compromiso por la erradicación de la desigualdad de su población.
Estas actuaciones públicas llevaron a la isla gélida al borde del Ártico a crecer a una tasa del 7,2% en 2016, mientras que se convertía en el país europeo con mayor cohesión en materia de igualdad, según vemos a continuación con los datos extraídos de la OCDE. Es cierto que la situación islandesa no es comparable o extrapolable a la del resto de países del continente europeo, pero sí puede servir como ejemplo de la importancia o trascendencia que las respuestas o decisiones que desarrollan los gobiernos e instituciones públicas tienen en momentos de incertidumbre como el actual, tanto para el país en general como para la sociedad en particular.
A continuación, en el Gráfico 2, observamos cuál ha sido la dinámica en el crecimiento económico de los diferentes países seleccionados en los últimos 14 años.
Si nos fijamos conjuntamente en los años 2008 y 2009 de ambos gráficos, podemos extraer conclusiones interesantes. Una de ellas es que el nivel de crecimiento del PIB de una economía no lleva aparejado forzosamente un avance en las políticas sociales y de igualdad por parte de su equipo de gobierno, como observamos que sí ocurrió en países como Finlandia y Noruega, pero también en Islandia y Bélgica o, incluso, en Polonia. Esto lo vemos porque no hay una sincronización entre el comportamiento del índice de Gini y el crecimiento del PIB, reflejados en los gráficos 1 y 2, respectivamente.
En el Gráfico 2 aparece el fuerte retroceso, en crecimiento económico, que ya sabemos que experimentaron los países seleccionados, tras el comienzo de la crisis financiera de 2008. Aunque todos ellos sufrieron las consecuencias de la crisis financiera, el efecto no fue el mismo. Mientras algunos países padecieron una fuerte contracción, como fue el caso de Finlandia, Noruega, Alemania, España, Francia o EE.UU., otros países, como Polonia e Israel, consiguieron mantener una tendencia positiva de desarrollo económico a pesar de las dificultades del momento y la contracción en sus productos interiores brutos.
Resulta revelador comprobar cómo afectó el nefasto comportamiento de la magnitud agregada a los ciudadanos de cada uno de estos países. Y en este punto observamos que los resultados son divergentes: no todos los ciudadanos del continente europeo padecieron igual el estallido de la crisis. Por un lado, encontramos economías como Finlandia, Noruega, Islandia y Polonia que compatibilizaron estos momentos de dificultad económica con una mejora en los niveles de igualdad salarial, como vimos en el Gráfico 1.
Mientras, por otro lado, tenemos economías, como las de Grecia o Gran Bretaña, que aumentaron los niveles de desigualdad. Muy probablemente, las decisiones y políticas llevadas a cabo por los gobiernos e instituciones de estos dos grupos de países difieren en estos años pues, cuando ante un problema se plantean soluciones o respuestas diferentes, es de esperar que los resultados también lo sean.
Además, a partir de los dos gráficos anteriores también comprobamos que en este momento, grandes potencias económicas como Estados Unidos, Alemania o Francia han mantenido invariables sus niveles de igualdad/desigualdad, a pesar de haber entrado en una senda de crecimiento económico positiva; tendencia que, parece razonable, hubieran podido aprovechar para mejorar sustancialmente la calidad de vida y el bienestar de todos sus ciudadanos, más aún teniendo presente la relevancia del factor humano en la capacidad de desarrollo económico de un país.
Caso aparte y especial es el de España, donde los resultados del Índice de Gini muestran que el incremento paulatino de desigualdad en su población no cesa, desde el año 2012, algo que necesariamente choca con que nuestra economía se mantenga líder en todos los 'rankings' de crecimiento y perspectivas económicas en Europa en los últimos años. Si atendemos a los resultados macroeconómicos, podemos afirmar que España es el país europeo que mayor crecimiento ha disfrutado en los últimos seis años, impulsando así el avance económico del Viejo Continente.
Ésto nos lleva a preguntarnos: ¿habremos perdido la oportunidad de mejorar nuestra cohesión social y reducir la brecha entre los más ricos y los más pobres que, según los datos, no deja de aumentar en nuestro país?
Seguramente sí, pero vamos a comparar el comportamiento y evolución que ha tenido España respecto al grupo de países en el que nos incluyeron durante los catastróficos años de crisis; es decir, los PIGS, acrónimo que identifica peyorativamente al grupo de países del sur de Europa conformado por Portugal, Italia, Grecia y España. Planteamos esta comparativa debido a su común punto de partida, dado que coinciden en los principales problemas económicos y financieros, sin pasar por alto las similitudes culturales y sociales que podrían derivarse de su posición geográfica.
La disonancia es clara. Los datos ponen de manifiesto que, entre 2012 y 2016, España ha sido el país que peor comportamiento ha tenido en términos de igualdad económica dentro del grupo de los PIGS. Además, si ahora la comparamos con países como Francia y Gran Bretaña, España también ha sido el peor país en términos de igualdad y cohesión social. Esta información la corroboramos con los datos extraídos de la página web de la OCDE y recogidos en la siguiente tabla. A partir de ellos, comprobamos que España es el país donde más ha aumentado el Índice Gini desde el año 2012 (en Portugal, Italia y Grecia ha descendido) a pesar de haber disfrutado de un fuerte crecimiento en estos mismos años (2012-2016).
La diferente evolución en el Índice de Gini que observamos en la tercera columna de la tabla anterior refleja el diferente comportamiento de la desigualdad medida por este índice, obviamente influido por las decisiones y políticas públicas llevadas a cabo por los diferentes gobiernos. Frente al resto de países, vemos que el Gobierno español, en el período 2012-2018, no ha sido capaz de trasladar los buenos datos y perspectivas macroeconómicas hacia la sociedad; es decir, no ha sabido dirigir estos buenos resultados macroeconómicos a la mejora de variables propias de la microeconomía como son los ingresos y la riqueza de los ciudadanos, lo que ha desembocado en claras consecuencias como el desplome de su tasa de ahorro y consecuente destrucción de su clase media.
La tasa de ahorro de los hogares e instituciones sin fines de lucro españoles se encuentra en niveles mínimos históricos; concretamente, se situaba en el 4,9% de su renta disponible en 2018. Según los datos extraídos del Instituto Nacional de Estadística, la tendencia al ahorro por parte de los hogares españoles ha ido paulatinamente reduciéndose durante el último lustro y hoy es la menor de la última década, pudiendo deberse al entorno actual de estancamiento salarial, entre otros factores.
Además, nuestra tasa de ahorro continúa aún muy lejos de la media de la zona euro, como vemos en el Gráfico 3. Según un reciente análisis del Instituto de Estudios Económicos (IEE), la previsión es que cerraremos 2019 casi cinco puntos porcentuales por debajo, profundizando así en nuestra diferencia con el promedio de la UE-28.
Este último dato es alarmante, ya que nos sitúa en la cola del ahorro en el conjunto de países europeos, a pesar de ser una de las principales potencias económicas de la UE-28.
En el siguiente gráfico, distinguimos cuál ha sido la evolución de la participación que ha tenido la clase media (percentiles 50-90) en el ingreso nacional antes de impuestos, medido como la suma del ingreso laboral antes de impuestos más el ingreso de capital antes de impuestos en cada uno de los países. Hemos seleccionado la variable de ingresos como principal componente en la renta de los hogares y tomado el periodo comprendido entre 2004 y 2016 (últimos datos disponibles) dado que, en ambas fechas seleccionadas, España crecía a un ritmo envidiable del +3,2% PIB anual.
De hecho, si estudiamos detenidamente el comportamiento o la evolución que ha tenido la clase media en cada país, observamos que España es aquél en donde la clase media ha sufrido una mayor pérdida en su participación, incrementando así la desigualdad de ingresos a mayor velocidad que el resto. Mientras que la participación de la clase media española se desplomó un -3,5% entre 2004 y 2016, vemos que en Grecia solamente cayó un -1,22% frente a Italia y Portugal, donde la clase media aumentó su contribución en un +1,9% y +4,7% respectivamente.
Esta diferencia de tendencias que observamos el en Gráfico 4, como ya hemos explicado, estaría apoyada en las políticas implementadas por los gobiernos de cada país. Recordamos que en los últimos años en España hemos tenido: aprobación de una polémica reforma laboral en 2012, rescate financiero, subida del IVA general y reducido, recortes en Sanidad y Educación, etc. Estas medidas claramente arremeten directamente contra la clase media de nuestro país.
Es clara la tendencia a la baja que ha sufrido España en los últimos años en cuanto a la participación de la clase media en la distribución de los ingresos en el país. Además, es destacable que los últimos datos disponibles la sitúan como el país donde la clase media tiene una menor participación cuando en el año 2005 ascendíamos al tercer lugar, con una clase media robusta, sólo por detrás de Bélgica y Finlandia.
Una vez estudiado cómo han evolucionado el crecimiento económico, por un parte, y por otra el Índice de Gini, tasa de ahorro de los hogares y participación de la clase media en los ingresos, grosso modo, podríamos diferenciar dos grandes grupos de países en función de cuál ha sido la dinámica en términos de igualdad.
En un primer grupo se situarían países como Noruega, Finlandia, Islandia, Bélgica o incluso Alemania y Francia que destacan por haber conseguido mantener, y en algún caso mejorar, sus niveles de igualdad, capacidad de ahorro de los hogares y participación de la clase media trabajadora en el total de los ingresos del país.
En cambio, en el lado opuesto tenemos un segundo grupo conformado por EE.UU., Gran Bretaña, Italia, Portugal, Grecia y España, que destacan por el incremento en términos de desigualdad y de destrucción de clase media en los últimos años.
Pero, si acotamos aún más el estudio y comparamos el comportamiento de España frente al del resto de países del sur de Europa, observamos que España lidera el aumento de la desigualdad económica, a pesar de ser el país que ha disfrutado y disfruta del mayor crecimiento económico en Europa durante los últimos años.