La desinformación rusa representa una amenaza estratégica para la Unión Europea y sus estados miembros. La maquinaria de guerra informativa del Kremlin está concebida como un arma estratégica para socavar, desorientar, agitar, debilitar o paralizar a quienes percibe como adversarios estratégicos. En los análisis realizados desde fuera, se suele perder de vista que la desinformación del Kremlin está concebida también e inicialmente hacia dentro. Y lo cierto es que conocer la dimensión doméstica del asunto, ayuda a comprender el cómo y el porqué de las operaciones de desinformación e influencia del Kremlin hacia fuera. Los objetivos son los mismos: garantizar la supervivencia del régimen y neutralizar estratégicamente a la Unión Europea y Estados Unidos.
El régimen creado por Vladímir Putin no puede entenderse, de hecho, sin incluir la dimensión mediática e informativa. Poco después de alcanzar el poder, Putin inició una persecución (aunque camuflada como mera disputa empresarial privada) contra Vladímir Gusinsky y Borís Berezovsky (figuras más visibles de los conocidos como oligarcas) que buscaba, fundamentalmente, tomar el control sobre los influyentes canales de televisión NTV y ORT. Estos canales,
"podían no ser objetivos, pero eran independientes del Estado" y el propio Putin era bien consciente de su influencia y alcance.
El poder de la televisión había sido capaz de garantizar la supervivencia política de su debilitado antecesor, Borís Yeltsin, desde 1996 y su propia victoria en primera ronda en las elecciones presidenciales de marzo de 2000. Pero igual que podían facilitar, cuando no asegurar, su victoria, podían eventualmente provocar su caída. Y, como apunta
Maria Lipman, desde su acceso al cargo Putin concentró todos sus esfuerzos en asegurarse de que, al contrario de lo sucedido desde la
perestroika, la elite dirigente "
nunca más correría el riesgo de perder el poder".
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A finales del primer mandato de Putin en 2004, el Kremlin había logrado controlar, directa o indirectamente, el grueso de la oferta televisiva. A través de los tres grandes canales,
Piervyi Kanal (antigua ORT),
NTV y
Rossiya 1, el Kremlin establece un control firme del flujo informativo y narrativas predominantes en el discurso público desde entonces. Hasta el punto de que, tal y como apuntan
Sergei Guriev y
Daniel Treisman, cabe caracterizar al régimen como de "
autocracia informativa" en la que se apuesta más por la persuasión y un cierto grado de coerción que por la represión masiva y brutal.
El modelo descrito por Guriev o Treisman está encarnado en dirigentes como Hugo Chávez o Vladímir Putin, menos violentos e ideológicos que dictadores clásicos del siglo XX y conscientes de que "la represión violenta en sociedades modernas es costosa y a menudo contraproducente. Más que asesinar y encarcelar a miles para inspirar terror, buscan convencer a sus ciudadanos de que son líderes competentes y benevolentes".
Desde esta perspectiva,
la búsqueda del apoyo popular se logra, en buena medida, con la manipulación y la distorsión informativa. Pero más que una nacionalización abierta de los medios, "se busca la cooptación de periodistas y propietarios". Se logra así una libertad simulada, aparentemente equiparable al ecosistema mediático de cualquier democracia liberal y el apogeo del llamado
'consenso Putin', construido sobre elementos positivos (prosperidad y crecimiento durante la primera década de los 2000) y negativos (miedo al vacío, enemigos interiores y exteriores). De hecho, la apelación a la mano foránea oculta o a los saboteadores domésticos es clave para persuadir a la ciudadanía de que los problemas no tienen que ver con la naturaleza del sistema, sino con el contubernio de los enemigos del régimen. Como apunta
Ilya Yáblokov, en la Rusia post-soviética "
las elites política e intelectual son grandes productoras y diseminadoras de teorías conspirativas". Con diferentes grados de verosimilitud, Occidente suele ocupar un lugar central como el agente oculto en estas conspiraciones. Se construye, además, una imagen de Occidente como el
otro de referencia, frecuentemente perverso (al menos en su versión democrática, liberal e ilustrada) y permanentemente hostil a Rusia.
Durante sus primeros 10 años, la propuesta del Kremlin es, pues, transaccional con vistas a lograr la desmovilización y aceptación pasiva del régimen a cambio de estabilidad y la perspectiva de una prosperidad creciente. El modelo entra en seria tensión interna con la oleada de manifestaciones iniciada en Moscú en diciembre de 2011. Es decir, tras el anuncio del retorno a la Presidencia de Putin, tras su intervalo como primer ministro y la controvertida victoria del partido Rusia Unida, liderado por Dmitri Medvédev, en las elecciones parlamentarias celebradas ese mismo mes. Desde la perspectiva de Putin y su núcleo de colaboradores más cercanos, existe una línea de continuidad que conduce de las
'revoluciones de colores' primero y las
'primaveras árabes' después, hasta las protestas en la plaza Bolotnaya de Moscú en 2011-12 y las de años posteriores. Las
emocionadas palabras del propio Putin en la Plaza Roja, una vez alcanzada la victoria en las presidenciales de marzo de 2012, resultan muy elocuentes y reveladoras: "Hemos mostrado que
nadie [léase EE.UU.]
puede imponernos su voluntad; nadie y de ninguna forma. Hemos mostrado que nuestro pueblo sabe distinguir entre el deseo de cambio y renovación y
las provocaciones políticas que sólo tienen el objetivo de socavar el Estado ruso y usurpar el poder".
El
síndrome de Bolotnaya conduce a un progresivo endurecimiento del régimen hacia dentro y hacia fuera. Hacia adentro se adopta una agenda coercitiva mucho más enérgica. Los opositores devienen en "quintacolumnistas" o "traidores" en los espacios mediático y administrativo y comienza a estrecharse el cerco sobre la crítica y la disidencia en los medios y en un internet relativamente libre hasta ese momento y que explica la fulgurante aparición de una figura como el activista anticorrupción, Alexéi Navalny.
En 2014 el único canal crítico,
Dozhd TV, es expulsado de los paquetes de los principales proveedores de televisión por cable y pasa de una audiencia potencial de 12 millones de espectadores a los aproximadamente 70.000 suscriptores de pago actuales. La anexión de Crimea en marzo de 2014 insufla un nuevo vigor a las campañas mediáticas de un Kremlin que apuesta crecientemente por el orgullo nacional, los aspectos emocionales e identitarios y el significado como fundamentos de su legitimación popular.
Por su parte,
el pretendido 'giro conservador' del Kremlin busca, sobre todo, deslegitimar a ojos de la audiencia rusa una Unión Europea presentada como supuestamente decadente, moralmente corrompida y abocada a su implosión. Las coberturas sesgadas y sensacionalistas por parte de medios rusos (tanto domésticos como internacionales) de la crisis en Cataluña alrededor del 1-O o el fenómeno de los
chalecos amarillos en Francia son
buenos ejemplos de ello.
La ofensiva para debilitar y socavar la Unión Europea y EE.UU. ya había empezado, empero, algunos años antes. La guerra contra Georgia en agosto de 2008 había motivado una profunda reflexión en las autoridades rusas sobre su desempeño militar y mediático. En cuanto a este último, Moscú interpretó como una derrota de su aparato de comunicación la cobertura de los grandes medios internacionales durante el conflicto. Entre otras medidas, en 2009
Russia Today se rebautizó como RT para diluir su asociación con Rusia. El canal se mantendría férreamente alineado con el Kremlin, pero ya no se trataba solo de dar noticias sobre Rusia o el punto de vista ruso sobre noticias internacionales, sino, sobre todo, de difundir todo aquello que cuestionara y contribuyera a tensionar y erosionar la legitimidad de los países occidentales desde dentro.
Desde la óptica conspirativa del Kremlin, el Maidán ucraniano iniciado a finales de noviembre de 2013 y la publicación de los
papeles de Panamá en abril de 2016, confirman que la estrategia de "
guerra informativa e híbrida" de Occidente contra Rusia sigue a pleno rendimiento y debe ser contrarrestada para garantizar la supervivencia del régimen y evitar la "usurpación del poder" de la que alertaba el propio Putin. No es, pues, casualidad que sea desde el verano de 2016 cuando el Kremlin despliegue una ofensiva cada vez más intensa y agresiva hacia la UE y EE.UU.
Las campañas sistemáticas de desinformación (bien documentadas por el
East StratCom Task Force del Servicio de Acción Exterior Europeo); los hackeos, filtraciones e injerencia hostil ejecutadas por avatares cibernéticos de los servicios de la inteligencia militar rusa (como los grupos
Cozy Bear y
Fancy Bear); la acción masiva de
trols y bots en las redes sociales o, según vamos sabiendo, la financiación opaca de determinadas fuerzas políticas europeas se combinan y complementan dentro de un esquema de lo que se suele denominar
'political warfare' o guerra política multidimensional con vistas a neutralizar estratégicamente a la Unión Europea y EE.UU..
Rusia no ha creado el contexto actual, pero sabe cómo aprovechar el ecosistema digital y explotar las dificultades políticas y económicas que afrontan las democracias liberales desde la gran crisis del 2008. Por el momento, no hay incentivos claros para que el Kremlin reduzca la presión. Visto desde Moscú, la estrategia funciona satisfactoriamente: la UE y EE.UU. están crecientemente divididos y abrumados por problemas internos que reducen su apetito para implementar una agenda más ambiciosa en el exterior. Así que, previsiblemente, el Kremlin seguirá dando a probar a Estados Unidos (y, por extensión, a la UE) lo que considera que es su
propia medicina.