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La crisis de los 40 del Parlamento Europeo

Cristina Ares Castro-Conde

16 de Julio de 2019, 22:46

El Parlamento Europeo ha cumplido 40 años en 2019 como la única institución supranacional que los ciudadanos de la Unión Europea (UE) elegimos directamente. Ha recibido por su aniversario un muy buen regalo, un ascenso de ocho puntos en la participación electoral, acompañado además de una golosina muy especial, el aumento de grupos de jóvenes organizados en distintos países y a escala europea que han mirado hacia esta institución para demandar soluciones a problemas públicos que les preocupan intensamente, como el cambio climático o la calidad del empleo. 

Es importante subrayar que el 26-M, al fin, arribó a la Eurocámara (inesperadamente para algunos) la oposición, cuya ausencia era hasta ahora la principal debilidad de la democracia europea. Pero, tras conseguir mantener el sistema de candidatos principales (Spitzenkandidaten) para hacer la campaña de 2019, y tras ver que la amenaza  euroescéptica (si es que en realidad alguna vez existió) quedaba controlada y surgía una nueva posibilidad de coalición de gobierno con un menor protagonismo del Partido Popular Europeo, al menos parte de la Eurocámara está triste. Es natural.

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Resulta comprensible que al Parlamento Europeo le sepa a poco la elección de la nueva presidenta de la Comisión a partir de una propuesta del Consejo Europeo, e incluso su rol de co-legislador con el Consejo de la UE bajo el procedimiento legislativo ordinario. Incluso, llamándose Parlamento, no puede evitar tener pesadillas con la frase no taxation without representation, clave en el nacimiento histórico de las asambleas representativas y, sin embargo, tan distante de sus atribuciones en la definición del tamaño del Presupuesto de la Unión y de la relación de los tributos que lo nutren. A nadie puede sorprender, desde luego, que la Eurocámara ambicione cada día más una revisión radical del "sistema de recursos propios". Es fundamental en su vida. 

No obstante, un Parlamento cuarentañero ya no puede recurrir a la pataleta o a actuar como un adolescente. Si desea mantener el modelo de candidatos principales, e incluso reformar el sistema electoral para europeizar sus propias elecciones, debe actuar desde su posición y responsabilidades institucionales presentes, en un entramado donde el Consejo Europeo es asimismo toda una institución de la UE, no falta de elementos y dinámicas supranacionales, además de las clásicas inter-gubernamentales. En los objetivos citados, el Parlamento Europeo nos encontrará a todas las personas comprometidas con la calidad de la democracia; hasta para defender su ambición legítima de desheredar al Consejo Europeo.

Para ello, la Eurocámara debe aprender a hilar más fino; por ejemplo, en la negociación del programa de trabajo para la legislatura 2019-2024 con la persona candidata a presidir la Comisión o en el ejercicio de su influencia en la conformación del nuevo Colegio de comisarias y comisarios. 

En lo relativo al fortalecimiento de la democracia en la UE, el programa de la novena legislatura debiera ir mucho más allá del epígrafe sobre cambio democrático de la Comisión Juncker para 2014-2019, e incluir la apertura de una nueva Convención Europea y la elaboración de una Constitución.

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