En las últimas semanas se ha reabierto el debate en torno al anonimato en las donaciones de óvulos y esperma, como se relataba aquí en El País, a la espera de los informes definitivos de la Sociedad Española de Fertilidad (SEF) y el Comité de Bioética. Pero, ¿qué significaría un potencial cambio en la regulación? ¿A qué responde la mayor apertura hacia el no anonimato? ¿Cuáles son las tendencias a nivel europeo? Aquí damos contexto y reflexionamos sobre esta propuesta, desde el conocimiento adquirido en nuestras investigaciones sobre bioeconomías reproductivas en los últimos 10 años.
La reproducción asistida en el Estado español
Cuarenta años después del primer nacimiento por fecundación in vitro (FIV), han nacido más de ocho millones de bebés por esta técnica. En torno al 8% de los nacidos en España en 2015 procedían de clínicas reproductivas, como se puede ver en los informes de la SEF y en los datos del Instituto Nacional de Estadística.
Cada vez más tratamientos de fertilidad iniciados en nuestro país utilizan, además, material biológico de terceras partes (óvulos, esperma o embriones). En estos casos, hablamos de prácticas de transferencia reproductiva y no tanto de técnicas (Lafuente-Funes 2019). Dentro de este tipo de transferencias, el caso de los óvulos es particularmente relevante por varios motivos: lo invasivo del proceso (requiere medicación intensiva para producir más óvulos y un proceso de extracción quirúrgica con sedación), el papel que tienen en atraer turismo reproductivo y las complejas redes de comercialización que se pueden dar en torno a los óvulos.
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No obstante, algo común a estos tratamientos es la cuestión de los orígenes: ¿deben saber las niñas y los niños, posteriores personas adultas, que proceden de donaciones? ¿Tienen derecho a conocer su origen genético? Y, en caso de saberlo, ¿deben tener acceso a la identidad de quienes hayan donado? O, visto desde el otro lado, ¿debiera contemplarse el derecho a la intimidad de quien dona? ¿Y su deseo, o no, de conocer a la familia a la que donan o a quien nace? Éstas son algunas de las preguntas que se plantean con el debate sobre anonimato.
El papel de la donación de óvulos en el modelo de mercado español
En 2015, en torno a cuatro de cada 10 bebés nacidos en España de FIV directa (esto es, de tratamientos sin crio-preservación) procedían de óvulos donados. Más del 40% de los tratamientos con ellos de Europa se dan aquí. De los residentes en el extranjero que acuden a estas clínicas, el 53,5% busca óvulos donados, el 35% esperma donado y sólo un 12,5% realiza tratamientos con sus propios gametos (SEF, 2015).
Pero, ¿qué hace que desde el resto de Europa se quiera acudir a España? Hay múltiples motivos: que las donaciones (sobre todo, de óvulos) no sean legales en su país (como en Alemania o Austria); que busquen donaciones de tipo anónimo -como sugiere la existencia en estos países de un porcentaje relevante de familias que desearían una donación anónima (Shenfield et al. 2019); y la facilidad de acceso a los óvulos en España. Este último punto es fundamental, ya que existe un elevado número de mujeres dispuestas a dar sus óvulos para terceras personas, lo que hace que el acceso a estos sea más rápido y efectivo. Además, parece que España se ve como una opción "más ética" que otros posibles destinos reproductivos (Hudson y Colley, 2010).
Los profesionales de la reproducción asistida que hemos entrevistado consideran que hay más donantes de óvulos en España por dos razones principales, sumadas al altruismo: la existencia de una compensación económica de en torno a 1.000 euros y la garantía de anonimato que se les ofrece a las donantes. No obstante, no existen estudios empíricos que demuestren que tras levantar el anonimato haya menos donantes. De hecho, los datos británicos, donde el anonimato se levantó en 2005, no muestran signos de una reducción marcada de donantes, algo que tampoco es concluyente ya que se modificaron más cuestiones en la misma normativa (Frith 2001).
Sin embargo, los programas que buscan donantes de óvulos sin compensación económica, como los realizados en algunos hospitales públicos en España, Francia o Italia, tienen una gran dificultad para encontrar donantes. No parece demasiado atrevido decir que la compensación económica está detrás de la existencia del alto número de donantes en España.
Donantes, anonimato, y derecho a conocer los orígenes
Cada vez nacen más bebés procedentes de donaciones, por lo que cada vez habrá más adultos que puedan preguntarse por sus orígenes genéticos. Esto implica dos niveles de acceso a información: aquél sobre si ha existido donación de gametos o embrión en la concepción y, por otro, información, en distintos grados, sobre de quién procedían esos gametos o embriones. Información, claro, desligada de la filiación. Quienes abogan por el derecho a conocer los orígenes argumentan que este vínculo genético puede tener importancia en términos de salud (de cara, por ejemplo, a conocer antecedentes familiares), pero también a nivel psicológico o emocional para las personas así concebidas; además, en algunos casos, conocer la identidad puede constituir la base de potenciales relaciones. Por ello, varios países han reconocido el acceso a esta información como un derecho.
Itziar Alkorta y Esther Farnós publicaron en 2017 un interesante análisis del papel del anonimato en distintas partes del mundo; en él vemos que cada vez hay más países que adoptan un modelo de donación que habilite la conexión entre donantes y los nacidos. Existirían tres modelos principales: los que permiten el acceso a la identidad de los donantes por parte de los adultos así concebidos (es decir, información para quienes fueron bebés nacidos de donaciones una vez han alcanzado la mayoría de edad o madurez suficiente); aquellos modelos que habilitan varios tipos de donaciones (totalmente anónimas, entre conocidos, con posibilidad de revelación de identidad de cara los nacidos una vez sean adultos, etc.) y, por último, aquéllos en que las donaciones son siempre anónimas. En la actualidad, España, Francia e Italia se encontrarían en este último modelo, siendo Bélgica ejemplo del segundo y Reino Unido y los países del norte de Europa (Suecia, Finlandia y Noruega) los más garantistas en relación al derecho a conocer.
Pero, ¿qué efectos puede tener una modificación de la regulación en torno al anonimato? Nuestra experiencia, centrada en la donación de óvulos, señala que los profesionales ven el anonimato como algo positivo, mientras que las donantes tienen posiciones variadas. Aunque sea ésta la percepción de los profesionales, no hay evidencia de que sin anonimato no haya donantes; además, garantizar la oferta no debería ser el argumento prevalente a la hora de plantear la cuestión del anonimato.
Nuestra investigación, cuyos resultados son aún provisionales, parece indicar que existe una relación clara (si bien no inequívoca) entre la forma de entender la donación y la disposición a ser contactadas en el futuro por parte de las personas resultantes de dichas donaciones. La cuestión del anonimato es, además, abordada de forma distinta cuando la revelación de identidad o potencial relación se plantea con la mujer o pareja que va a realizar el tratamiento que cuando se hace pensando en quien resulte del mismo. El tema introduce ambigüedades, dudas, ilusiones y desconcierto en las conversaciones con algunas donantes. Cabe, por tanto, pensar que cambios en el modelo de anonimato, más que significar un descenso de donantes, podría suponer un cambio de perfil de las mismas (más mayores, más emocionalmente vinculadas) y del tipo de donaciones, en una línea similar a lo que planteaba Ken Daniels en sus declaraciones a El País.
Además, el anonimato tal y como lo conocemos, no se podrá garantizar por mucho tiempo: la difusión de las pruebas genéticas de ancestros harán que sea cada vez más fácil buscar personas genéticamente vinculadas a uno mismo online, incluyendo a los donantes.
La donación de óvulos como práctica interpersonal de transferencia de capacidad reproductiva
Tras estudiar la donación de óvulos, parece claro que los tratamientos con gametos o embriones donados, más que técnicas de reproducción asistida, son prácticas de transferencia de capacidad reproductiva (hechas posibles gracias a esas técnicas). Viendo la cuestión desde esa óptica, creemos que abrir la conversación sobre el anonimato podría habilitar formas de conexión personal entre las partes y potenciar o visibilizar la parte relacional de estas transferencias. No obstante, esto no tiene por qué tener el foco en el vínculo genético estar centrado sólo o fundamentalmente en los potenciales hijos y de cara a su edad adulta.
En un mundo en el que las constituciones familiares son cada vez más variadas y diversas, parece razonable abrir un debate para repensar y, quizás, ampliar los formatos y reconocimientos que se dan a las distintas partes implicadas en que nazca una nueva persona, así como escuchar lo que todas ellas puedan demandar, aunque esto implique modificar el actual modelo de donaciones o de expresiones familiares. Quizás el que se reabra el debate en torno al anonimato sea una buena excusa para ponernos, como sociedad, a pensar sobre nuevos modelos de familia y el tipo de relaciones que puedan acarrear de forma colectiva.