De confirmarse su nombramiento a la cabeza del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde se enfrenta a la difícil tarea de sustituir a Mario Draghi para pilotar la principal política económica de Europa. La decisión es, pues, de gran transcendencia; particularmente para España.
Es ya reconocido que el arsenal monetario desplegado durante el mandato de Mario Draghi ha sido providencial para nuestro país. El inicio de la recuperación coincidió con el giro liderado por el recién nombrado banquero italiano, gracias a su famosa promesa de hacer todo lo posible para salvar el euro. Este anuncio quebró, casi de inmediato, el endiablado ascenso de la prima de riesgo que arrastraba la actividad, provocando el cierre de empresas y pérdidas de cientos de miles de puestos de trabajo. La mejora se consolidó con el lanzamiento, por el BCE, de un programa de compra de bonos y de estímulos al crédito bancario. Es evidente que si acabamos por recuperar el nivel de empleo anterior a la crisis, es en buena medida fruto de la sabia 'poción' de Draghi.
Sin embargo, y éste sería un primer escollo para Lagarde, el remedio funciona cada vez peor. Prueba de ello, los expertos de Frankfurt no logran contener las presiones deflacionistas, las mismas que provocan un deterioro de las perspectivas económicas europeas. Pese a sucesivas inyecciones de liquidez, la inflación se atasca en torno al 1%, la mitad del objetivo oficial. La política monetaria tampoco logra reactivar la producción, que crece por debajo de su capacidad y amenaza con entrar en un periodo de letargo. Nuestra economía, que resiste mejor que el resto de grandes países vecinos, acabará por resentirse del deterioro externo.
Algunos, los halcones, consideran que el programa de Draghi ha ido demasiado lejos, y recomiendan una progresiva normalización. Esta vuelta a la ortodoxia no está exenta de riesgos para los países más endeudados, como Italia. Los palomas, por el contrario, abogan por intensificar la dosis de expansión monetaria. Esta estrategia, próxima a las tesis de Lagarde, también conlleva riesgos de nuevas burbujas, precios inmobiliarios inflados y reducción de márgenes bancarios, que erosionan la actividad crediticia.
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Si bien las diferentes valoraciones están presentes en el Consejo del BCE, que reúne a todos los banqueros centrales nacionales, Draghi ha logrado con gran habilidad limar las divergencias y definir una línea próxima a las palomas pero compatible con halcones como el alemán Jens Weidmann. Ésta ha sido una tarea facilitada por su reconocido prestigio en el manejo de la política monetaria, algo que contrasta con la inexperiencia relativa de Lagarde en materia de gestión de un banco central.
Por otra parte, es probable que la próxima Presidencia del BCE se enfrente a fuertes turbulencias financieras, o incluso a una nueva crisis. Desde el Fondo Monetario Internacional (FMI), Lagarde se ha pronunciado por reformas para completar la arquitectura del euro, y un papel más activo de la política fiscal, que devolvería eficacia a la política monetaria. Sin embargo, una crisis futura, aunque sea de menor gravedad que la que irrumpió tras la quiebra de Lehman Brothers en 2008, exigiría también una respuesta monetaria contundente, adaptada a unas circunstancias actualmente imprevisibles.
Las credenciales de Christine Lagarde en el FMI, y con anterioridad como ministra de Hacienda de Francia son incuestionables. Además, ha desempeñado un papel destacado en la defensa del sistema multilateral, ante el surgimiento de tensiones proteccionistas. Su visión de la economía la sitúa en un plano próximo al de Draghi. Pero una estrategia puramente continuista no es posible porque el contexto ha cambiado y las divergencias entre halcones y palomas se han agudizado. Deseemos buena suerte a la próxima presidenta del BCE, porque de su éxito depende el destino económico de Europa.