En 2018, los mexicanos y los húngaros acudieron a las urnas. En ambos casos no hubo sorpresas: los candidatos a la cabeza de las encuestas electorales ganaron. En el caso mexicano, ganó por primera vez un candidato de izquierda de manera democrática, mientras que en Hungría ganó la reelección el primer ministro con un discurso de derecha con tintes xenófobos y conservadores.
A primera vista, uno pensaría que ambos políticos no tienen nada en común. Sin embargo,
los dos utilizan un discurso populista que tiene efectos directos en su manera de gobernar y en la relación que tienen con las instituciones. Si bien el contenido del discurso del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y del primer ministro Viktor Orbán se enfoca en conceptos distintos -los pobres para el primero, los húngaros blancos y cristianos el segundo-, ambos gobernantes comparten estrategias políticas similares motivadas por la visión populista de su discurso.
Los líderes
populistas afirman conocer y defender la voluntad del pueblo, por lo que las instituciones o los contrapresos que se opongan a sus políticas van, por definición, en contra de dicha voluntad. En ambos casos, se ha manifestado un
desdén tanto hacia la libertad de prensa como a la
académica la cual puede, eventualmente, crear voces críticas a sus gobiernos, así como a los procesos institucionales para implementar políticas. La dirección de estas políticas pone en riesgo el buen funcionamiento y duración de la democracia. De acuerdo con el
Índice de Democracia de la Unidad de Inteligencia de 'The Economist', el nivel en ambos países se ha ido deteriorando desde 2006.
México y Hungría son considerados como 'democracias defectuosas', categoría por encima de los sistemas
híbridos (autoritarismo electoral), por lo que corren el riesgo de dejar de ser democráticos.
En abstracto,
el populismo no tiene por qué dañar a la democracia. En sí, surge al existir una crisis de representación política, que normalmente se genera porque las élites políticas no representan los intereses de un porcentaje importante de la población. Las razones de esta crisis pueden ser muy variadas, ya sea porque los políticos están convencidos de que las políticas que están siguiendo beneficiarán a la sociedad en su conjunto en el futuro, aunque en el corto plazo haya perdedores, o tal vez porque están cooptados por intereses especiales que no representan a otros ciudadanos; etcétera.
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Estos momentos son el caldo de cultivo para el surgimiento de políticos carismáticos que denuncian la falta de representación de los intereses ciudadanos y se vuelven sus portavoces. Desde esta perspectiva, los políticos populistas utilizan un lenguaje maniqueo, reduciendo la realidad a un combate entre fuerzas buenas (el pueblo) contra fuerzas malas (las élites políticas), y se presentan como defensores del bien, del pueblo bueno. Hasta ese momento, el populismo parece llenar un vacío político al dar voz a ciudadanos cuyas demandas no eran tenidas en cuenta en la arena política.
Sin embargo, si bien los ciudadanos pueden compartir objetivos comunes como acabar con la corrupción o reducir la desigualdad económica, pueden no estar de acuerdo con los medios para lograr esos propósitos.
El populismo tiende a homogeneizar al pueblo, por lo que impone las mismas preferencias sobre los ciudadanos. Asimismo, al ser el o la política la vocera del pueblo, los contrapesos están de más, ya que se convierten en un obstáculo para la implementación de las preferencias populares.
¿Cómo de populistas son Orbán y López Obrador? El proyecto internacional de académicos agrupados en
Team Populism (Equipo Populista) ha desarrollado una
rúbrica para medir el nivel de populismo en el discurso de líderes políticos en Europa y América. Los
datos incluyen información sobre jefes del Poder Ejecutivo y de Estado en estos países y, en algunos casos, de candidatos compitiendo en las elecciones. La evaluación de la retórica populista se hace tomando como referencia distintos tipos de discursos, pero para este artículo sólo tendremos en cuenta los electorales, ya que son el único que hay para el presidente mexicano al llevar pocos meses al frente del Gobierno.
Una política que no utilizara una retórica populista obtendría una calificación de cero, mientras que si sus discursos incluyeran muchos elementos populistas (por ejemplo,
élites perversas,
pueblo bueno,
situación del país catastrófica,
oportunidad histórica para cambiar el rumbo del país, necesidad de llevar a cabo
cambios radicales, aunque no sean necesariamente democráticos, etc.) obtendría una calificación de 2.
De acuerdo con los datos, Orbán comenzó siendo poco populista, con 0,5 en las elecciones de 2002, pero fue incrementando el discurso de este tipo obteniendo en 2010 y 2014 una calificación de 1,5 para, finalmente, en 2018, ubicarse en 1,75.
En el caso de López Obrador contamos con dos mediciones, una en 2012 y otra en 2018. Aumentó en más de una unidad el nivel de populismo en su discurso, al pasar de 0,5 a 1,6 entre las dos convocatorias electorales. En resumen,
ambos líderes comenzaron con puntuaciones bajas de retórica populista que fueron aumentando a lo largo de su carrera.
A pesar de sus diferencias ideológicas, Orbán y López Obrador comparten estrategias políticas similares motivadas por su discurso populista. En general,
los políticos populistas descalifican a los medios de comunicación que los critican por ir en contra del bien del pueblo, no valoran investigaciones que en algún momento puedan poner entredicho su desempeño e ignoran arreglos institucionales para desarrollar políticas.
En el caso de la libertad de prensa, Orbán ha conseguido el dominio de los medios de comunicación masiva a través de a compra
de los mismos por oligarcas cercanos al Gobierno. En el caso mexicano, López Obrador tiende a descalificar a los que le critican, etiquetándolos de reaccionarios y conservadores mientras que elogia a los periodistas que no lo hacen
recordándoles que si se pasan, ya saben lo que les puede suceder. Desde el comienzo del Gobierno de AMLO,
Artículo 19 ha documentado campañas orquestadas en redes sociales para atacar a reporteros críticos del presidente.
En lo que va de año, México es el país más peligroso del mundo para el ejercicio periodístico.
Con respecto a la libertad académica, tras años de amedrentar a la Universidad Central Europea, fundada por George Soros, el Gobierno de Orbán forzó a la universidad a mudar sus actividades principales a
Viena (Austria). Por si esto fuera poco, amenaza ahora con debilitar a la
Academia de las Ciencias Húngaras, institución autónoma desde su fundación y que cuenta con reconocimiento nacional e internacional por el desempeño de sus investigadores. En el caso mexicano, en los meses del actual Gobierno el presidente ha recortado los presupuestos de
centros académicos que dependen directamente del Poder Ejecutivo y, por un corto periodo de tiempo, exigía que cualquier permiso de viaje académico fuera firmado directamente por él. Los académicos han acudido a los tribunales para que las medidas del Gobierno no les afecten directamente. Sin embargo, es incierto lo que sucederá si el Congreso, que cuenta con una mayoría del partido del presidente, aprueba leyes que disminuyan los salarios y recursos de investigación de los académicos.
Finalmente, los dos gobiernos han llevado a cabo estrategias que debilitan las instituciones del Estado, creando relaciones clientelares entre sus partidos y las personas menos aventajadas. En el caso de Hungría, un
estudio demostró cómo programas sociales como el de desempleo, controlados por los alcaldes del partido de Orbán, sirvieron para movilizar el voto a su favor bajo la amenaza de que podrían perder los beneficios que obtenían. En el caso mexicano, el Gobierno ha desmantelado
programas sociales que, si bien eran perfectibles, habían demostrado cumplir sus objetivos y contaban con salvaguardas para evitar su uso electoral; y los ha sustituido por otros que son manejados por representantes locales del Gobierno nacional, que puede identificar a los beneficiarios sin que existan controles para no usar esa información en tiempos electorales. Cabe señalar que la mayoría de los
programas consisten en transferencias monetarias directas, en vez de apoyos a organizaciones que podrían ser más eficientes para proveer los servicios requeridos, como las guarderías de niños.
Los gobiernos populistas pueden buscar satisfacer distintas demandas, como es el caso de los gobiernos húngaro y mexicano. En el caso húngaro el discurso substantivo que ha intensificado el primer ministro Viktor Orbán se caracteriza por un
nacionalismo que predica un desdén hacia los migrantes y religiones distintas al cristianismo. En el caso del discurso del presidente Andrés Manuel López Obrador, s
u discurso había sido de una mayor apertura hacia los migrantes (lo que ha cambiado por la presión de los EE.UU.) y a favor de disminuir la desigualdad entre ricos y pobres.
Sin embargo, ambos líderes parecen seguir estrategias similares motivadas por una visión populista: disminuir las voces contrarias a sus políticas, ya sea a través de cooptar o desprestigiar a los medios de comunicación, quitar recursos y autonomía al sector académico y establecer claras redes clientelares, ignorando instituciones gubernamentales que pueden beneficiar a grupos sociales desventajados sin exigirles apoyo electoral.
Teóricos de la democratización han encontrado que a cada
ola de democratización le sigue una
contra-ola de países que dejan de ser democráticos. Esperemos no estar protagonizando el inicio de una, con Hungría y México como ejemplos paradigmáticos.