23 de Junio de 2019, 22:26
Según 'The New York Times', el presidente Trump aprobó el jueves una respuesta militar contra Irán tras el derribo de un avión de inteligencia no tripulado Global Hawk. Sin embargo, poco después la operación fue cancelada sin que hayan trascendido las razones. Pudo ser un cambio de opinión del presidente en el último momento, una reorientación de la estrategia por parte de su equipo o simplemente un aplazamiento por razones técnicas.
De haberse producido el ataque norteamericano y no es descartable que ocurra en las próximas horas o días, la crisis de estas últimas semanas habría escalado con facilidad a un conflicto armado. Las represalias norteamericanas habrían tenido lugar sobre territorio iraní, haciendo muy difícil que los pasdarán responsables de las operaciones en el estrecho de Ormuz no respondiesen con una nueva acción militar, poniendo en marcha así un ciclo de golpes y contragolpes. Al mismo tiempo, los iraníes saben lo vulnerables que son sus sistemas de reconocimiento, inteligencia, fijación de objetivos y mando control frente al poder aéreo y naval norteamericano. A falta de esos sistemas, la efectividad de sus misiles antiaéreos y antibuque resulta seriamente limitada. Esto genera un dilema úsalo o piérdelo que añade aún más inestabilidad a la situación.
Sea como fuere, el episodio de aprobación y posterior cancelación de los ataques invita a preguntarse si la crisis actual resulta más o menos peligrosa por el hecho de que Donald Trump sea el actual presidente de Estados Unidos. En un artículo anterior sobre la oposición norteamericana a una Europa unida en su acción exterior, me basaba en el realismo ofensivo de John Mearsheimer y en la atención que éste presta a las variables estructurales del sistema internacional. Desde esa perspectiva, quién sea el inquilino de la Casa Blanca en un determinado momento resulta secundario.
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Otras perspectivas menos desarrolladas dentro del realismo sí exploran la influencia que ejercen las características personales de los responsables políticos en el comportamiento exterior de los estados. Un trabajo clásico en esta línea es el de Daniel L. Byman y Kenneth M. Pollack, 'Let Us Now Praise Great Men: Bringing the Statesman Back In'. En dicho artículo, ambos autores proponen una batería de 13 hipótesis sobre el rol de los gobernantes en la acción internacional de su país, en ocasiones con consecuencias sobre el curso de la historia mundial.
Un primer conjunto de hipótesis tiene que ver con el papel de los máximos responsables políticos a la hora de fijar los objetivos del Estado en la esfera internacional y de establecer la estrategia para alcanzarlos. También con el hecho de que los líderes sumen o resten en función de mayor o menor habilidad en la política exterior de sus respectivos estados.
En lo referido a la actual crisis, el presidente Trump estableció como objetivo sacar a Estados Unidos de los conflictos en Oriente Medio, con una especial alusión al de Siria durante su campaña electoral (tras destruir al Daesh y desentendiéndose de la permanencia o no de Assad). Teniendo esto como punto de partida, su estrategia y su retórica agresiva respecto a Irán, comenzando por el rechazo del acuerdo nuclear y terminando con la crisis presente, pone seriamente en cuestión la competencia estratégica de Trump a este respecto. Sus decisiones resultan claramente contradictorias con el deseo de reorientar la atención norteamericana desde Oriente Medio a Asia Pacífico. No obstante, el hecho de que Trump haya marcado objetivo estratégico evitar nuevas guerras de Estados Unidos en la región podría explicar por qué el derribo del Global Hawk no ido seguido pocas horas más tarde de ataques aeronavales.
Por otra parte, Byman y Pollack teorizan sobre cómo los rasgos personales de los líderes políticos influyen en la acción exterior de sus respectivos estados, planteando las siguientes hipótesis: los líderes tolerantes al riesgo, los que distorsionan gravemente la realidad (a menudo a través de la ideología) y los que promueven visiones grandiosas para su país son desestabilizadores y, a la postre, tendentes a causar conflictos armados. La singularidad del presidente Trump lleva a rápidamente a preguntarse si estos tres rasgos se ajustan a su persona y, en caso afirmativo, si esto eleva las probabilidad de que la crisis acabe en guerra abierta con Irán.
Trump es un individuo tolerante al riesgo. Se observa en el modo tan escasamente convencional con el que ha gestionado su relación con Corea del Norte, que ha oscilado desde el clima pre-bélico de la primavera-verano de 2017 a la cumbre (muy arriesgada en términos políticos) con el dictador Kim Jong Un de 2018, la primera entre dos mandatarios de ambos países. Dicha tolerancia al riesgo ayudaría a explicar el camino seguido hasta la crisis actual con Irán.
Sin embargo, me atrevería a afirmar que las otras dos hipótesis no se cumplen en el caso de Trump. El actual presidente norteamericano no posee una ideología bien definida, ni tampoco una visión grandiosa claramente estructurada sobre el rol de su país en la esfera internacional. El America First y el Make America Great Again son, en boca de Trump, lemas de consumo nacional con ciertas dosis de aislacionismo. Nada tiene que ver la visión de Trump sobre el papel de Estados Unidos en Oriente Medio con la del liberalismo hegemónico (en palabras de John Mearsheimer), tanto en su versión neo-conservadora y unilateral de la Administración Bush al inicio de la invasión de Irak en 2003, como en la aparentemente menos agresiva y multilateral de la de Obama al comienzo de las revueltas árabes.
Paradójicamente, la ausencia de una ideología fuerte y de esa visión grandiosa sobre el rol internacional de Estados Unidos en la mente de Donald Trump puede servir de freno y la crisis con Irán no escale. No obstante, ese vacío corre el riesgo de ser ocupado por algunos de sus colaboradores. En particular el Consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, antiguo alto cargo en las dos administraciones Bush, que todavía justifica la Guerra de Irak y que aboga por el cambio forzado de régimen en Irán. De ahí que el desarrollo último de la actual crisis no dependa quizás tanto de las ideas y características personales de Trump como de los juegos de poder y de las dinámicas del proceso de toma de decisiones dentro de su equipo.