20 de Junio de 2019, 21:37
El mundo se ha hecho más pequeño gracias a los avances imponentes en las últimas dos décadas en la industria de las telecomunicaciones; en el orden sociológico, al multiplicar los accesos hasta un número que supera con creces la población mundial y que llega a todas las naciones de la Tierra, haciendo posible la transformación digital de múltiples economías, domésticas, locales y nacionales; en el tecnológico, al incorporar la imagen a la voz y al texto como objeto de la comunicación y al masificar la conectividad móvil; en el económico, con la consolidación de mercados extraordinariamente competitivos; y en el axiológico, al contribuir de manera determinante al desarrollo de fórmulas de información y entretenimiento apoyadas en la ubicuidad de Internet, aunque persista una importante brecha digital incluso en el interior de algunos países industrializados.
Han sido, pues, años prodigiosos en los que los consumidores, los proveedores de servicios y contenidos y los gobiernos han visto superadas sus expectativas permanentemente. No obstante, percibimos desde hace algún tiempo síntomas de agotamiento en los modelos de negocio vigentes en las telecomunicaciones. Esto se deja ver en la continua rotación de una parte importante de los clientes, en la apatía generalizada ante las nuevas posibilidades de uso que ofrecen dispositivos de última generación, a la vez que en la saturación de ofertas comerciales ante un público aparentemente insaciable y una regulación que, en términos globales, sólo tímidamente empieza a reflejar un equilibrio razonable entre un ritmo de inversión y creación de riqueza sostenible y la necesaria remuneración de la misma.
Parecería que la industria en sentido amplio (propietarios de infraestructuras, proveedores de servicios y contenidos y fabricantes) encuentra enormes dificultades para generar ingresos adecuados a cambio del valor que ofrecen a los consumidores y entre ellos mismos; especialmente cuando los gobiernos, sensatamente, a la luz de la madurez de los mercados, tienden a abstenerse de marcar las reglas de tales negocios. Inquieta en el plano financiero la depreciación de las acciones de los operadores y el notable incremento de sus costes de financiación, que delatan escasas perspectivas de crecimiento y una erosión continuada de los márgenes junto a un potente esfuerzo inversor que resulta en el debilitamiento de los balances, cuando parece que las economías de todo el mundo están dejando atrás fortísimos estímulos monetarios.
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Sin embargo, la riqueza, calidad y pluralidad de las propuestas actuales de conectividad y entretenimiento interactivo supera ampliamente lo que apenas podíamos disfrutar antes de la gran crisis financiera de hace una década. Bien sea por la profusión de redes capilares de fibra óptica o por la mejora imparable del rendimiento de las redes de acceso móvil, la experiencia de los usuarios parece superarse a sí misma a un ritmo cada vez más acelerado. Para que eso siga siendo así, y los binomios con los que los consumidores ya están generalmente familiarizados de ancho de banda (que determina la velocidad de la comunicación, aumentando la sensación de inmediatez) y de memoria (que determina la cantidad de datos que se consumen) sigan progresando mientras continuan difuminándose las fronteras entre comunicaciones fijas y móviles (en parte para ayudar a cerrar las carencias de cobertura particularmente en países en vías de desarrollo) es necesario introducir más decididamente elementos de racionalidad en las políticas regulatorias, comerciales y de inversión.
En el primer plano, más allá de la lógica puesta en valor del dominio público a través de las licitaciones de espectro radioeléctrico, los gobiernos del mundo entero apuestan por la eliminación de trabas y requisitos para el desarrollo de los negocios de telecomunicaciones. Esto lo reflejan, entre otros, instrumentos normativos como el proyecto de código europeo de comunicaciones electrónicas, cuya promulgación debe representar un espaldarazo definitivo al mercado único de servicios digitales, ya que propiciará el recurso, en términos equitativos, a medios técnicos de titularidad ajena para la prestación de servicios a los consumidores y un marco adecuado y uniforme de protección de los derechos fundamentales de los usuarios.
En lo que se refiere a las ofertas comerciales, se percibe una búsqueda de la diferenciación por diversos factores más allá del precio, que en algunos casos ha llevado a la separación de la competencia en razón de la disponibilidad de infraestructura de la basada en servicios, desde la superación de las ofertas de interconexión mayoristas al perfeccionamiento, con notable éxito, de los modelos de operadores virtuales, que han venido a enriquecer el panorama de ofertas y a sufragar, en parte, los costes de los operadores de red.
Finalmente, en lo que concierne a la inversión, se abren camino cada vez más diversas fórmulas de uso compartido de infraestructuras básicas, de red e incluso en régimen de concesión temporal, en lo que concierne al espectro radioeléctrico, apoyadas en los avances en la emulación virtual de las funciones de red, la identificación de clientes en razón de su operador y en la separación lógica de parámetros para diferentes servicios. Esto ayuda a generar ahorros en la explotación de tecnologías superadas, como las redes de cobre y las tecnologías móviles 2G y 3G y la anticipación del despliegue de las emergentes en el hogar y en movilidad, como 5G, en torno a cuya adopción se disputa actualmente una carrera global que los operadores europeos aspiran a ganar.
La Unión Internacional de Telecomunicaciones ha definido para esta nueva generación de tecnología móvil tres familias de supuestos de uso alrededor, respectivamente, de la banda ancha móvil instantánea para la inmersión en los contenidos por parte de los usuarios; de las comunicaciones de dispositivos vinculados a objetos, mediante el despliegue masivo de sensores y de las comunicaciones de máxima fiabilidad y respuesta; que abren la puerta a la evolución del vehículo conectado hasta su navegación autónoma.
Esta tecnología, pues, está llamada a contribuir de manera ostensible al bienestar de sus usuarios, a la mejora de la productividad en múltiples actividades económicas y al uso eficiente de bienes públicos.
Los operadores preparan ya sus primeras ofertas comerciales, mientras adquieren en los próximos meses suficiente espectro radioeléctrico en la primera banda disponible, todavía cercana en sus características a la experiencia que ya disfrutamos actualmente con 4G, al tiempo que esperan los resultados de las pruebas de las nuevas redes y la puesta a la venta de la próxima generación de dispositivos (muy probablemente en otoño de este año) necesarios para acceder a 5G, omnipresentes en el último congreso MWC de Barcelona. Tal vez estemos aproximándonos a un punto de inflexión en la historia de las telecomunicaciones. En cualquier caso, el futuro que se avecina en este campo es fascinante.
Así pues, audacia, racionalidad y seguridad son los rasgos que empiezan a dar forma al entorno de las telecomunicaciones en el horizonte de 2020.