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'Little Europe' amenaza con sentenciar a Macedonia

Berta Herrero

12 mins - 18 de Junio de 2019, 22:01

Se celebra la reunión del Consejo de Asuntos Generales y en Luxemburgo vuelve a ser junio de 2018. Por algunas calles corre el entusiasmo que ha despertado en la diplomacia europea el Acuerdo de Prespa, motivo de la nominación al Nobel de la Paz de los líderes macedonio y griego. Por otras marchan las delegaciones que amenazan con echar un jarro de agua fría (helada, más bien) sobre las esperanzas de unos socios que han hecho todo lo que se les ha pedido para poder empezar a negociar con el club. 
 
El abismo que separa los méritos (históricos, en el caso de Macedonia, que en un acto de buena fe ha pasado a llamarse Macedonia del Norte) de los recelos franceses y holandeses (principalmente, pero no sólo) es tan inmenso que por momentos parece irreal. ¿Cómo es posible que, habiéndose convertido en el mejor vecino, en el primero de la clase y en el ejemplo para toda la región, haya quien se plantee volver a dejar a Macedonia en la sala de espera, donde lleva recluida una década? 

Y sin embargo, ocurre. Francia, Países Bajos y Dinamarca se niegan a reconocer la proeza de Skopje y a considerar los avances también realizados en Tirana. Dicen no a la apertura de negociaciones de adhesión con ambos, candidatos respectivamente desde 2005 y 2014. A sabiendas de que su decisión es incomprensible, echan mano de la más sofisticada eurolengua para que llegue a los Balcanes el mensaje de que, si siguen progresando adecuadamente, en junio de 2019 vendrá el ; ante su público, mientras, pueden jactarse de haberlos mantenido lejos.

Como lo hizo la candidata del partido de Macron al Parlamento Europeo, Nathalie Loiseau: "Cuando era ministra de Asuntos Europeos, fui yo quien bloqueó la ampliación a Albania y Macedonia del Norte", dijo en una entrevista realizada a las puertas de las elecciones comunitarias. De haber escuchado estas declaraciones sin saber a quién correspondían, el analista medio las habría vinculado a la extrema derecha populista y nativista; precisamente la que el macronismo dice combatir. Pero ahí estaba la dirigente liberal (hoy caída en desgracia), utilizando la perspectiva europea de dos países que no merecen su desidia para arañar votos que mejor acomodaría Le Pen.

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Sin embargo, no sólo Macedonia y Albania esperan la orden para despegar: la negativa a avanzar se extiende también a Serbia y al aventajado Montenegro. Detrás de este impasse se intuye la gestación de una estrategia más amplia, en virtud de la cual los miembros más reacios a expansiones futuras podrían estar diseñando un modelo alternativo a la adhesión, aprovechando las negociaciones para la composición de la próxima Comisión. Se estaría hablando de prescindir de comisario para las Negociaciones de Ampliación, desdibujando éstas –aún más– en una abstracta DG Europa que promocionara un Partenariado Balcánico Plus para "cooperación reforzada" (y nada más). La otra opción, por aquello de quedar bien con los sectores europeístas de la región, sería situar este dosier bajo el mando directo del presidente, en una operación escaparateAmbas posibilidades podrían sepultar cualquier opción de nueva incorporación para las próximas décadas, y con ello la ilusión de varias generaciones.

Claro que no es el sentir de los millones de europeos de los Balcanes lo que preocupa a los escépticos de la expansión, sino más bien el argumento de los fantasmas geopolíticos: Rusia, Turquía y China, construyendo carreteras, centros religiosos y haciéndose con el control de aeropuertos y plantas energéticas. Todo ello es preocupante, pero no lo es menos la influencia de otros actores como Viktor Orbán. La antigua Unión pide tiempo para detenerse a pensar, pero sus detractores siguen trabajando a pleno rendimiento, laminando en el camino su poder de atracción: el apoyo de la ultraderecha austríaca al separatismo pro-serbio, la exportación del actual modelo húngaro de control de la prensa, la derecha croata fabricando pruebas y narrativas falsas contra Bosnia... Los ejemplos son infinitos, pero no se trata sólo de eso.

El problema más profundo es de promesas incumplidas y sueños rotos. Desde los 90, la UE ha impulsado la idea de que hacer las reformas necesarias equivaldría a irse acercando al club, siendo el premio final la adhesión. La entrada primero de Eslovenia y después de Croacia –un país que aún sigue juzgando (y/o ensalzando) a criminales de guerra– ha mantenido viva esta teoría. Si ellos pudieron… ¿por qué el resto de la ex Yugoslavia, más Albania, no? ¿Acaso sus habitantes no son también europeos? ¿No merecen, por tanto, gozar de los mismos derechos que el resto? 
Esta lógica –junto con algunos intereses particulares– llevó la semana pasada a varios estados miembros a redactar un texto oficioso en el que urgían al resto a dar su visto bueno al inicio de las negociaciones con Macedonia y Albania. Para ello, se apoyaron no sólo en lo doloroso que resultaría traicionar las promesas realizadas, sino también en lo engañoso de querer vincular adhesiones externas a integración interna. Ésta es la excusa que ponen los escépticos –principalmente Macron, en pos de una visión para Europa que no acaba de tomar forma– para cerrar la puerta a nuevas incorporaciones. Omiten, sin embargo, que la historia de la UE es una simbiosis entre integración y ampliación. No en vano, la gran expansión al Este se concibió al tiempo que se negociaba la Constitución Europea, luego derrotada en Países Bajos y Francia.

Como ya ocurrió en 2018, estos dos países han vuelto ahora a ser los más reacios a iniciar cualquier conversación que pueda derivar en una posible adhesión. Pretenden vender la apertura de negociaciones como sinónimo de entrada directa a la UE, si bien el proceso requiere de al menos dos ciclos políticos. Esto significa que, en el hipotético caso de que Macedonia o Albania terminaran empezando a negociar este año, no entrarían hasta por lo menos pasada una década. 

Aunque la inquina holandesa por Albania es más profunda (su Parlamento aprobó una resolución instando a denegarle la apertura de negociaciones, tras otra en la que pedía a la Comisión que suspendiese el régimen que permite a los albaneses acceder sin visado), el argumento que esgrimen los 'anti-ampliación' es que los candidatos no están preparados para negociar. De nuevo, incurren en una falacia, puesto que la etapa de las negociaciones sirve precisamente para que cada solicitante pueda ir satisfaciendo los criterios de Copenhague desde una relación más estrecha con los estados miembros. Jamás se le ha exigido a ningún país que mostrara excelencia en el cumplimiento de los 35 objetivos antes de comenzar a negociar.

Y lo cierto es que los últimos informes de la Comisión avalan que tanto Macedonia como Albania están listos para iniciar el proceso. Del primero destacan que continúa realizando reformas fundamentales "en un clima político abierto e inclusivo", con mejoras en el funcionamiento del Parlamento, el papel de la sociedad civil en el progreso democrático y la protección de los derechos fundamentales, que ya se encuentra en gran medida alineada con los estándares europeos. Asimismo, el Gobierno de Zoran Zaev sigue ofreciendo resultados tangibles en áreas identificadas como claves por el Consejo: Poder Judicial, lucha contra la corrupción y renovación de la Administración pública.

Muy parecido es el progreso de Albania, sobre todo en áreas como la lucha contra la violencia de género o la protección de la infancia. Sin embargo, lo que cambia es la tendencia negativa en la que se ha visto envuelto el país en los últimos meses. Caracterizada por una fuerte polarización y una serie de boicots de la oposición, Albania se dirime ahora en una suerte de crisis constitucional que coincide también con disfuncionalidades en la Alta Judicatura.

Estas circunstancias –que no debieran haber impedido este martes el inicio de las negociaciones, ya que el progreso acumulado se considera suficiente– llevaron a los defensores del caso macedonio a pedir que se desligara una candidatura de la otra. Si bien esta idea podía resultar sensata, se encontraron con un obstáculo de última hora: el Bundestag. Allí, el grupo CDU/CSU maniobró para intentar forzar la luz roja (sólo) para Albania, mientras que socialdemócratas, verdes y liberales, en deferencia a la trayectoria de ambos países, se negaron a desvincular esta decisión de la de Macedonia. El resultado fue un inesperado bloqueo a ambos, ya que sin respaldo parlamentario el Gobierno alemán no podía autorizar el comienzo de negociaciones.

Así las cosas, finalmente el Consejo ha optado por la típica tercera vía: ni sí, ni no, sino retrasar la decisión hasta la próxima reunión. Ya lo adelantaba Tusk el miércoles pasado: "No todos los estados miembros están preparados para tomar la decisión", si bien dijo ser partidario del inicio incondicional de las negociaciones: "La cuestión hoy no es si, sino cuándo". Sus previsiones se han cumplido y el texto aprobado por los ministros comunitarios en Luxemburgo reza: "El Consejo volverá a este asunto, con vistas a alcanzar una decisión clara y sustancial, tan pronto como sea posible y no más tarde de octubre de 2019".

El problema es que Macedonia no puede esperar más, y menos hasta octubre. Tras 25 años de zancadillas, la sombra griega vuelve a amenazar cualquier opción que se postergue más allá del 7 de julio. Ese día se celebrarán elecciones en Grecia y la derecha nacionalista de Nueva Democracia lidera los sondeos. Si el Consejo vuelve a contar con un miembro abierta e irracionalmente hostil a Skopje, el esfuerzo realizado por la antigua república yugoslava podría haber sido en vano. 

Al mismo tiempo, una UE rehén de tres o cuatro miembros que, en una pugna doméstica con sus respectivas oposiciones de ultraderecha, deciden incumplir sus promesas, perdería toda credibilidad a ojos de los europeos que durante décadas la han visto como garantía de paz y prosperidad desde los Balcanes. No es necesario siquiera recurrir al argumento de los fantasmas geopolíticossin incentivo para realizar reformas o sueño que vender al electorado, la anti-democracia podría convertirse allí en la norma.

En este escenario, España podría consolidar su renovado liderazgo europeo promoviendo una vía alternativa al cortoplacismo de Francia y Países Bajos. Una vía que haga valer el derecho de candidatos y potenciales candidatos a avanzar en su camino hacia la UE, tal y como lo tuvo nuestro país en los 80. Y una vía que destape prejuicios xenófobos e impulse con vigor las reformas que necesitan los Balcanes, señalando claramente a los que se nieguen a avanzar y respaldando a los que sí lo hacen. La piedra angular no ha de ser sólo estabilidad, sino principalmente democracia

Más allá de la posición española, hoy hay quienes se preguntan si no se equivocaría Zaev al apostarlo todo a una sola carta. Priorizando la política exterior, personificada en el superministro Dimitrov, el líder socialdemócrata podría quedarse sin resultado estrella que ofrecer a los macedonios, a pesar de haber logrado resolver una disputa que mantenía a dos países vecinos enfrentados desde los primeros 90. El de Zaev podría ser recordado como un caso excepcional(-mente injusto): mientras su huella queda impresa en los libros de historia, una UE corta de miras condenaría su legado al fracaso. Y, de prosperar un modelo alternativo a la adhesión, el ejemplo de Macedonia podría quedar sentenciado; y con él, la ventana de progreso de toda una región entre cuyas élites políticas Zaev es una excepción. "Creemos tanto en los valores europeos que hemos cambiado nuestro nombre. Lo hemos hecho todo. Y haremos lo que sea por el bien de nuestros ciudadanos", dijo recientemente en Bruselas. 

Ante lo que se avecina, quizás sea ésa la única posibilidad que le quede al mandatario macedonio, y a todos los que vengan tras él: trabajar por el bien de sus ciudadanos, esté o no esté la UE. Claro que cuando el capital político de las últimas décadas se ha invertido en prometer a los europeos de los Balcanes que llegarían a la Unión si se portaban bien, revertir la narrativa no se antoja fácil. Mientras se redefine la estrategia, ellos continuarán entrando como dice el agridulce chiste bosnio: de uno en uno, en una espiral migratoria que acabe secando la región, hasta que no quede en ella nadie más para defender la democracia. Quizás entonces, cuando la devastación sea del todo visible, franceses y holandeses entenderán lo errático de su actuación.
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