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El Mediterráneo, de reto a oportunidad en un vecindario bullicioso

Itxaso Domínguez de Olazábal

22 de Mayo de 2019, 22:34

"Las dos orillas del Mediterráneo han bebido del mismo caudal durante siglos en los que las respectivas sociedades han ido tomando forma sin perder de vista –de frente o de reojo– a sus vecinos más inmediatos" es una de las frases del último 'Informe África’ de la Fundación Alternativas, cuya publicación está prevista para finales de este mes. El Norte de África cobra cada vez mayor protagonismo, por voluntad propia pero también en ocasiones sin perseguir tal objetivo, perfilando así una serie de oportunidades en forma de retos que la ribera sur representa para Europa.

El primer reto y punto de partida para entender, en parte, el resto de desafíos, consiste en superar la narrativa de choque de civilizaciones que durante años se ha infiltrado en algunos discursos –no exclusivamente populistas– e incluso políticas en el Norte del Mediterráneo. Esto significa huir, en la medida de lo posible, del eurocentrismo, de la autocomplacencia, y de las fronteras estancas entre Norte y Sur en un espacio, un verdadero vecindario, que durante siglos ha presentado oportunidades de integración, cooperación e intercambio entre grupos e individuos.

Durante la campaña electoral europea del 26-M, publicaremos en colaboración con Instrategies think&do una selección de artículos sobre los principales retos a los que se enfrenta el nuevo Parlamento Europeo

No cesamos de escucharlo sin por ello intervenir. La migración no debiera representar un reto, sino una oportunidad. Para ello, es necesario ir más allá de marco securitizado que hoy domina muchas cosmovisiones. En el corto plazo, y en una situación a todas luces no sostenible, las personas migrantes no pueden ser tratadas como mercancía o amenazas, sino como seres humanos con derechos. La estabilidad que monopoliza los discursos de hoy en día se traduce en una serie de parámetros que la estrategia europea actual parece enmarcar en un concepto unívoco de estabilización.

El no-bienestar de las poblaciones se encuentra en el origen de lo que denominamos problemas, y seguirá siendo así hasta que se alcance una verdadera igualdad de oportunidades tanto a nivel nacional como a nivel sub-regional y continental. Nuestras contrapartes deberían ser, en este sentido, no sólo los estados sino también las sociedades y, en la medida de lo posible, las sociedades civiles como aliados imprescindibles en la lucha por el buen gobierno, el respeto a los derechos humanos y una mayor justicia social.

Un reto manifiesto lo representan las lecciones no aprendidas del pasado reciente. Los focos de protesta social se han intensificado o multiplicado, como consecuencia de demandas no satisfechas o voces no escuchadas en el contexto de las mal llamadas primaveras árabes. La UE no parece pestañear cuando los regímenes autocráticos se erigen en aliados privilegiados, ostentan dosis de inmovilismo como precio para la ‘estabilidad’ y se profundiza la desconexión entre gobernantes y ciudadanía. Todo esto ha llevado a promesas no cumplidas en Marruecos, a un régimen gatopardiano que se enroca en Argelia, a una transición esperanzadora pero insuficiente en Túnez, a otra que ha retrocedido hasta contextos aún más peligrosos que la casilla de partida que representó 2011 en el caso de Egipto, o a una alarmante deriva autoritaria en Turquía. Es éste también el caso del llamado Mediterráneo Oriental, sub-región que atrae cada vez más atención en vista de sus pomposas reservas de gas.

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No podemos olvidar los conflictos –calientes o fríos– hoy presentes en el Mediterráneo. Destaca el ejemplo de Libia, ante el que la UE haría bien en no adoptar posturas ambiguas disfrazadas de pragmatismo o mal menor, ni desviarse en ningún momento del Derecho Internacional. Se hace así imperativo un ejercicio de reflexión a medio o largo plazo para atender a las causas reales al origen de los mismos, en muchas ocasiones relacionadas entre sí. También representa  desafíos los conflictos crónicos teñidos de desesperanza y conformismo, como es el palestino-israelí, pero también el del Sahara Occidental, ante los que la UE no actúa, pese a comunicados repletos de buenas intenciones, como la potencia normativa que aspira a ser.

Un reto para la UE en el Mediterráneo, pero también el resto del planeta, lo representa entender las dinámicas transfronterizas entre Sur y Norte y Sur-Sur, lo que no sólo incluye a lo que tradicionalmente entendemos como el Norte de África, sino al conjunto del continente africano. Cualquier estrategia, presente y futura, deberá abordar cuestiones ineludibles como el cambio climático, las transformaciones tecnológicas, la multi-dimensionalidad de los flujos comerciales, la urbanización a pasos agigantados o los estragos de un modelo neoliberal homogeneizador.

Los retos que representa el Mediterráneo llevan a la necesidad de articular nuevos instrumentos o reformular los ya existentes, muy particularmente en lo que respecta a la Política Europea de Vecindad, improvisada cuando la contingencia lo exige, o la Unión por el Mediterráneo, indefensa ante los acontecimientos de los últimos años. La insuficiencia reside en el propio enfoque, un tanto top-down como asimétrico cuando el diálogo tiene que ser entre iguales e inclusivos.

El enfoque también prioriza la exportación de modelos unívocos teñidos de palabras grandilocuentes, en ocasiones síntoma de una excesiva ambición que prestaría menos atención a los efectos sobre el terreno. La UE ha demostrado que puede ser un modelo de éxito en algunos ámbitos, pero ello no significa que pueda permitirse ningún rastro de paternalismo. En palabras de Amin Maalouf, "a menudo es la forma en que miramos a otras personas lo que las encarcela dentro de sus propias lealtades más cerradas, y también es la forma en que las miramos lo que las pueden liberar".

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