Cinco años y una guerra después, Ucrania se ha reencontrado con el Maidán. Esta vez no hay protestas y barricadas callejeras defendiendo la dignidad, sino electores que han votado masivamente contra la corrupción y por el Estado de Derecho, contra la impunidad y por la mejora de la situación económica. Es lo que había prometido el presidente saliente, Petro Poroshenko, cuando fue elegido. Y es en parte lo que ha hecho, aunque su derrota en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales (21 de abril de 2019) responde precisamente a las expectativas no cumplidas. Otorgándole una victoria abismal en estos comicios, los ucranianos encomiendan ahora su futuro a Volodímir Zelensky, un actor de 41 años que lo que sabe de política lo aprendió interpretando a un presidente ficticio en la serie 'Servidor del Pueblo'.
A pesar de que es poco lo que se conoce de su programa en extremo escueto para un país que se enfrenta a desafíos enormemente complejos, el 73% de
los votantes ha preferido castigar la ralentización en las reformas de la última etapa de Poroshenko. Algo que, por otra parte, no debe sorprender, ya que es extraño que un presidente ucraniano consiga la reelección. Lo que destaca en esta ocasión es lo abstracto de la opción vencedora, aunque no es imposible trazar líneas que permitan aproximarse al sentir general de la ciudadanía.
Zelensky, rusófono, ganó en todas las regiones salvo en Lviv. Los resultados, unidos a datos que arrojan estudios recientes, confirman el abandono de la división Este-Oeste (en la que fácilmente caen determinados analistas occidentales) en favor de
un patriotismo cívico que salve diferencias lingüísticas y territoriales. Este orden de prioridades, que expresa apego al Estado ucraniano por encima de vínculos identitarios, demuestra también
el triunfo de la pluralidad en una sociedad que atraviesa circunstancias extraordinariamente arduas, con una guerra donde Rusia tiene un papel central que ha llevado a Kiev a perder el control de parte de la región del Donbás.
Ante lo delicado de la situación, existe cierta urgencia por conocer las intenciones de Zelensky, que durante la campaña evitó las comparecencias. Se le ha venido a definir como un
outsider populista 2.0, lo que ha dado pie a comparaciones con Donald Trump,
Beppe Grillo o incluso Emmanuel Macron. Y está claro que Zelensky tiene un poco de todos ellos:
coronado rey sin disponer aún de partido, como Macron; cómico hecho político, como Grillo; y negativas a hacer públicas su declaración de la renta y a dar más detalles sobre su fortuna, como Trump. A lo largo de la carrera presidencial, estas características fueron explotadas o escondidas a conveniencia del candidato, mediante una
campaña digital que pasará a la historia de la mercadotecnia política. Su equipo, el
ZeTeam, la construyó a través de voluntarios que, desde el sofá de su casa, se prestaron a difundir el mensaje en redes sociales.
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Poco importó que Zelensky tuviera vínculos con el oligarca Igor Kolomoisky, propietario del canal de televisión que le lanzó al estrellato y con el que comparte escoltas e incluso abogado: muchos ucranianos vieron en
sus mensajes contra la corrupción la determinación necesaria para erradicar los males del sistema. Zelensky se comprometió a
eliminar los aforamientos, otorgar inmunidad a los jueces, nombrar un fiscal general independiente y poner en marcha el tribunal especial contra la corrupción ya creado por Poroshenko; que, como en otras áreas, en anti-corrupción deja encarriladas reformas muy necesarias. De hecho, el Servicio de Investigación del Parlamento Europeo considera que,, desde la Revolución de la Dignidad de 2014, "los esfuerzos reformistas de Ucrania han dado pie a un progreso sin precedentes bajo circunstancias difíciles".
Así, una de las pruebas de fuego que tendrá que pasar Zelensky será mantener PrivatBank (el mayor banco del país nacionalizado en 2016 tras una estafa que involucró a Kolomoisky) fuera del control de su mecenas. En paralelo, con altas cifras de jóvenes y trabajadores abandonando el país, tendrá que atender las preocupaciones más acuciantes de la ciudadanía, empezando por subir los salarios y bajar los recibos. No será tarea fácil, ya que las reformas macroeconómicas pendientes son las más complejas y una prohibición rusa de exportar petróleo y carbón a Ucrania entrará en vigor en junio.
Tratándose de un país donde la inseguridad es estructural y la guerra aún abierta ha dejado 13.000 muertos y más de un millón de desplazados, lo relevante de estos comicios más, si cabe, que la victoria de Zelensky
es que Ucrania se haya demostrado a sí misma y al resto que es una democracia capaz de actuar como tal, aunque todavía le quede un largo camino por recorrer para ser plena. Como confirmaron los observadores de la Osce, las elecciones fueron "competitivas y celebradas con respeto por las libertades fundamentales", si bien "el marco legal sigue conteniendo deficiencias y hubo poca voluntad para resolver denuncias electorales".
Con todos estos retos sobre la mesa, en algunas capitales europeas y norteamericanas no se termina de entender que el nuevo presidente no se muestre desesperado por llevar a Ucrania a la UE y a la OTAN. No le gusta entrar a la casa de alguien sin invitación, dijo durante la campaña. Pero eso no significa que reniegue de ambos organismos;
en principio, su retórica es europeísta y amiga de la integración euro-atlántica, aunque está por ver el camino que inicia una vez tome posesión. Lo que diferencia a Zelensky es que no parece estar por la labor de pedir favores, que es la dinámica post-condicionalidad a la que se han acostumbrado tanto responsables de ampliación y política de vecindad de la UE como líderes de países candidatos y/o asociados. La posición de Zelensky no tiene por qué ser negativa si pasa por la consigna de
reformar tu país sin que tengan que venir otros a hacerlo por ti, aunque por ahora lo único que genera es incertidumbre.
Además, puede que Zelensky que como presidente será también comandate en jefe de las Fuerzas Armadas haya entendido una parte de lo que significa
la guerra híbrida. No habla tanto de desplegar tropas como de abrir canales de televisión en ruso que sean pro-Ucrania, para contrarrestar las campañas de desinformación de los brazos mediáticos del Kremlin. En la noche electoral ya pidió a los periodistas y blogueros ucranianos que se unieran a esta causa. Al tiempo, una de sus promesas estrella es la de traer de vuelta a los marineros que Rusia capturó en el mar de Azov, si bien cree que recuperar la Crimea anexionada no será posible mientras gobierne Putin. En este ámbito, sus primeros mensajes son una mezcla de dureza y prudencia. Bajo ellos se intuye
una estrategia de recuperación del Este que consistiría en (nada más que) conquistar los corazones de sus tres millones de habitantes: una
Marca Ucrania donde cabrían todos.
Sin embargo, Zelensky no tendrá tiempo para pulirla. De cara a las elecciones legislativas previstas para otoño, deberá construir su equipo y un partido que no tiene. Además, sólo tres días después de conocer su victoria, Putin le echó el primer pulso: pasaportes rusos gratis para los ucranianos que viven bajo el control de los separatistas sublevados. Esta decisión, que constituye una violación flagrante de los Acuerdos de Minsk y es reflejo de la política de usurpación a largo plazo que siguió el Kremlin con Georgia, plantea enormes riesgos. Está diseñada para justificar más agresiones a Ucrania en el futuro con la falsa excusa de que
lo hacemos para proteger a nuestros ciudadanos rusos. Una vez asuma los poderes presidenciales, la respuesta de Zelensky (que por ahora se ha limitado a un mensaje un tanto irónico en la que compara las libertades que
da un pasaporte ucraniano con las que
quita uno ruso), deberá ser lo suficientemente firme como para evitar que cuaje la iniciativa, pero a la vez lo bastante versátil como para no dar pie a una nueva escalada militar.
El Kremlin decía no querer, bajo ningún concepto, un nuevo mandato de Poroshenko, blanco primordial de su estrategia de confrontación. Ahora se encuentra con un líder rusófono y ducho en comunicación virtual, que encima ha salido de unas elecciones democráticas con las que la sociedad civil rusa sólo puede soñar; así lo dejó entrever el opositor Alexéi Navalny en su felicitación. Como apuntó un parlamentario ucraniano: ¿se imaginan a Zelensky contándole por Instagram a los usuarios rusos, en su idioma, que
todo es posible? En la noche electoral, el presidente electo ya adelantó que eso era precisamente lo que significaba su victoria, para Ucrania y para todo el espacio post-soviético. Al fin y al cabo, quizás
el primero en ponerse nervioso haya sido Putin.