En 2017, las Naciones Unidas declararon 2019 el año de la moderación , "como valor que contrarresta el extremismo y promueve el diálogo, el respeto mutuo y la comprensión". Podría decirse que el discurso del PSOE en esta campaña electoral busca especialmente ese espacio discursivo, centrándose en la política y eludiendo esas zonas más excéntricas del discurso político en que se han situado preferentemente otros partidos.
Éste sería el primer rasgo del discurso del PSOE esta campaña. Por tanto, en línea con esa voluntad de discurso tranquilo, se explica que su líder haya dosificado sus apariciones mediáticas, y haya asumido en ellas un tono de presidente más que de candidato. Este discurso moderado en las formas, sin embargo, no debe interpretarse como moderación ideológica, sino como respeto a las convenciones del discurso político genuino, evitando la pseudopolítica que frivoliza o degrada el discurso sobre el bien común.
El riesgo de esta falta de énfasis es que dificulta poner en la agenda temas del programa que podrían marcar la diferencia, ya que logran más atención los discursos que alimentan marcos de conflicto y radicalidad; de ahí, también, que la prensa haya hablado de un "candidato encapsulado" o "campañas planas".
Los politólogos señalan que esta opción discreta es explicable porque las encuestas dan al partido como ganador; sería una estrategia de 'que me quede como estoy'. Pero discursivamente esta posición tiene implicaciones que van más allá, porque permite al PSOE activar el marco (frame) interpretativo básico de su mensaje: el de ofrecer estabilidad a una ciudadanía cansada del ruido y la agitación. Una estabilidad que en estos meses les ha permitido avanzar y desarrollar políticas, y que se opone a los bloqueos, al discurso catastrofista y a la involución representados por la derecha. Una derecha que se presenta aglutinada en torno a la ultraderecha, lo que explicaría la sorprendente torpeza de aceptar el debate de cinco participantes y declinar el de la cadena pública, para desdecirse luego cuando el debate de Atresmedia descartó la participación de Vox.
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En los temas, la moderación discursiva se manifiesta en el intento de que los asuntos políticos sean el núcleo del mensaje. Y para ello, como decimos, se da valor a los meses de gobierno y a las medidas impulsadas desde la moción de censura y en los viernes sociales, con dos ejes temáticos fundamentales: el feminismo ("cuando una mujer no dice sí, es no", "el vientre de una mujer no es un taxi, y no se alquila", escuchamos en el primer debate), y el progreso social ("que España mire al futuro: en justicia social, en convivencia, y en limpieza política", oímos en el segundo).
A cuenta de este marco asistimos a un intento de re-encuadre de los asuntos más explotados por la derecha: en el conflicto territorial se incluye la infra-financiación valenciana (mencionada primero por Iglesias), en la gestión económica se habla del cambio climático... También es importante, tras la experiencia de Andalucía, la insistencia en huir de triunfalismos y en la necesaria movilización electoral ("Nada está hecho").
Al servicio de estos temas predomina un léxico referencial, directo, poco dependiente de connotaciones y sobreentendidos; hay menos concesiones a los registros coloquiales que sirven de coartada a otras formaciones para la expresividad negativa; y se busca, por el contrario, fomentar una expresividad positiva en torno a los mismos conceptos que la derecha agita 'a la contra', como la Constitución o el orgullo de ser español (Sánchez en el primer debate: "Me siento muy orgulloso de ser español; creo que España, durante estos últimos 40 años, ha hecho cosas magníficas, extraordinarias; somos, según todos los organismos internacionales, el mejor país para nacer, el más sociable para vivir y crecer"; "me siento muy orgulloso de nuestra diversidad lingüística y cultural").
Pero además, esta dimensión retórica en la que el PSOE es sujeto emisor del discurso y despliega su intención comunicativa, se ve constantemente condicionada por otra dimensión que lo convierte en objeto del discurso. Este segundo gran rasgo del del PSOE tiene que ver con el hecho de que el discurso público, especialmente en elecciones, es siempre polifónico y competitivo. El mensaje no puede decidirse en solitario, y la que hemos descrito como estrategia de moderación expresiva se desarrolla en un contexto de acoso total desde otros partidos, un acoso notoriamente personalizado en la figura de Sánchez. Esta posición limita la respuesta a un discurso de defensa y contraataque. Y en la medida en que los ataques, según hemos visto durante toda la campaña, se realizan desde una fuerte visceralidad, que no duda en llegar al insulto y la descalificación, y que utiliza constantemente hipérboles, mentiras y tergiversaciones, el discurso del PSOE y sus líderes se ve arrastrado a una actitud de 'resistencia'. Porque si bien es obvio que todo gobernante ha de estar preparado para recibir reproches y críticas por su gestión o sus incoherencias, también es cierto que los insultos dejan pocas salidas dialécticas.
Cabría decir, en suma, que el elemento más destacado de la campaña del PSOE en términos discursivos es la tensión entre estos dos factores: por un lado, buscar un discurso sin estridencias que refuerce el marco de estabilidad y progreso, centrado en el feminismo y las políticas sociales; y, por otro lado, gestionar el ataque hiperbólico que le llega de los discursos ajenos. Una dualidad discursiva que fue perfectamente visible en ambos debates.