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Podemos, el riesgo de las segundas partes

Beatriz Gallardo Paúls

23 de Abril de 2019, 20:08

La de Unidas Podemos es, sin duda, la candidatura más afectada por el contraste respecto al discurso de campañas anteriores. Y no sólo su discurso, también la atención mediática marca un notable contraste, sobre todo por parte de las televisiones que le sirvieron de magnífica caja de resonancia en 2014 y 2016, cuando era el suyo la novedad para medios y redes. Se diría que ahí reside el mayor riesgo discursivo al que se enfrenta el partido morado: dosificar el equilibrio entre lo que debe mantenerse y lo que debe ser nuevo para recuperar la credibilidad de sus votantes.

Uno de los rasgos más característicos de ese discurso previo es el uso de las 'retóricas de la peculiaridad', que segmentan el mensaje de forma correlativa a la fragmentación del electorado, apuntando a las minorías. En esta ocasión, sin embargo, estas retóricas encuentran dos obstáculos: la competencia (desinhibida) de las retóricas reaccionarias a ese mismo discurso de la peculiaridad, y la disgregación de las confluencias unidas en las que desembocaban y se neutralizaban todas las diferencias.

Se mantiene, no obstante, otro de los rasgos más repetidos de este discurso: el personalismo exacerbado, definitorio de las retóricas populistas. Aunque el propio Iglesias ha insinuado esporádicamente alguna disculpa por este protagonismo, lo cierto es que los hábitos comunicativos que despliega el partido siguen colocándolo en el centro, hasta el punto de que su baja por paternidad tuvo una indudable consecuencia en la visibilidad de Podemos. ¿Afectaría igual a otros partidos una baja de sus secretarios generales o presidentes? La desaparición de los líderes que antes aparecían en los mítines como escuadrón de retaguardia (Bescansa, Errejón, Espinar) no se ha compensado permitiendo nuevos liderazgos, algo a lo que también contribuye el mecanismo de selección de candidatos. Así pues, el personalismo sigue ahí: su regreso en marzo fue torpemente anunciado por un cartel mesiánico de anunciación ("VUELVE. Pablo Iglesias se reencuentra con la gente"), y se daba casi valor de proeza a la baja de paternidad (reducida prácticamente a cambiar pañales), en lugar de naturalizarla según las posiciones feministas del partido.

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Sin embargo, junto a estos excesos retóricos, esa especie de mitin de resurrección mostraba ya algunas estrategias en el discurso de Unidas Podemos. En primer lugar, se recupera el discurso dedicado a construir el enemigo; un enemigo que sigue encontrándose en la 'casta' (socio-económica), pero que incluye también a los medios de comunicación, menos dispuestos ahora a actuar como altavoces acríticos; son los poderosos, algunos con nombres y apellidos.

A cuenta de esta estrategia reaparecen, como en campañas anteriores, propuestas que intentan abrir nuevos marcos de discusión política y un discurso que, por primera vez, permite hablar de logros obtenidos en la experiencia de gobierno. Junto al tono que intenta recuperar la iniciativa en las políticas, se aprecian también notas sueltas, de tanteo, que identifican al PSOE con el enemigo (#PeroTampocoTeConformes) o que aventuran posibles repartos en un futuro Gobierno, con ecos inevitables de 2015.

La segunda estrategia viene facilitada por la actualidad política, con el goteo de las impactantes revelaciones que emergen del caso Villarejo, sobre la trama de espionaje a Podemos y guerra sucia durante el Gobierno de Rajoy. Esta estrategia difiere del habitual victimismo de las retóricas populistas en dos rasgos: la víctima no es el pueblo ni la gente, sino el propio partido y su líder; los ataques no son difusos y generalistas, sino muy específicos y, además, de enorme gravedad en la historia de nuestra democracia. No es, pues, estrictamente, una victimización, sino que responde a una posición real, reforzada con otros detalles narrativos, como la aparición de una noticia de hace 20 años según la cual uno de los actuales asesores de Vox fue condenado por un ataque violento a Iglesias y otros compañeros universitarios. En el mensaje, esta circunstancia resulta positiva para implantar un esquema, que les incluye directa y personalmente, de poderosos frente a víctimas.

Por último, en el discurso de Iglesias destacó una tercera estrategia que, como hemos señalado, no es nueva: la disculpa, en nombre propio y del partido, por la gestión realizada del enorme capital político conseguido entre 2014 y 2016, más centrada en los problemas de funcionamiento interno del partido que en los de la gente. Este mecanismo retórico, claramente sentimental, es arriesgado porque la disculpa es un tipo de acción discursiva que presupone una acción previa. Tales significados, las presuposiciones, funcionan como adherencias incorporadas al discurso y tienen siempre valor veritativo; es decir, introducen verdades en el discurso. Ocurre lo mismo con los desmentidos: como decía Umberto Eco, "un desmentido es una noticia que se divulga dos veces". Disculparse excesivamente por algo trae ese algo al discurso una y otra vez.

Todos estos elementos parecen responder a la premisa de que todavía es posible rentabilizar electoralmente la indignación (#NoQueremosQueVuelvan) y, por tanto, conviene rescatar las esencias de los años iniciales. Sin embargo, este discurso de recuperación se puede volver en contra si acaba asumiendo una naturaleza manierista, de segunda parte; es decir, de eco de sí mismos, que remita constantemente a lo que pudo ser pero no fue.

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