Los medios de comunicación constituyen el principal canal por el que los ciudadanos se informan. A menudo enfatizamos la necesidad de que éstos se interesen por e informen sobre la actualidad política para poder contrastar las acciones de los gobiernos. Por ello, una democracia de calidad necesita medios de comunicación fiables y serios que permitan a los ciudadanos informarse.
¿Hasta qué punto cumplen este cometido? Desde hace décadas, los académicos debaten sobre el asunto. En general, se ha mostrado que el efecto informativo de los medios depende en gran medida de la densidad, el volumen y el espacio que ocupen las noticias en dichos medios. La conclusión es clara: las noticias elaboradas y serias contribuyen a informar a las audiencias, mientras que las superficiales y sensacionalistas no.
Sabemos que la televisión es el medio más accesible, mientras que la prensa escrita o las plataformas online las suelen leer en mayor medida ciudadanos de edad media, hombres y de nivel educativo medio/alto. La prensa suele contener noticias elaboradas y su lectura requiere una audiencia más activa. En cambio, los formatos televisivos son más superficiales y sensacionalistas y las audiencias los escuchan de forma más pasiva. Por ello, se ha llegado a la conclusión de que, en general, la mayoría de programas televisivos no contribuye a informar a sus audiencias.
Sin embargo, no todos los programas e informativos televisivos son iguales. Por ejemplo, los expertos han mostrado que los telediarios de cadenas públicas promueven información y noticias de mayor calidad en comparación con los de las cadenas comerciales. Las televisiones públicas buscan difundir programas que eduquen y no sólo entretengan a sus audiencias, y por ello los emiten en franjas horarias de mayor audiencia. En cambio, las cadenas privadas tienen mayores incentivos para popularizar los contenidos de sus programas, enfatizando temas como escándalos políticos, corrupción, cotilleo, etc. Esas diferencias hacen que las primeras contribuyan a informar a sus audiencias, mientras que las segundas no (ver aquí).
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Además, en contextos ricos en información como, por ejemplo, las campañas electorales, o algún evento masivo, la televisión puede contribuir a que las noticias lleguen a gente que normalmente no está pendiente de o interesada en las mismas. El debate fundamental es si, en este tipo de contextos, los ciudadanos que menos saben de política aprovechan la información adicional que encuentran (incluso sin buscarla) para aprender, reduciéndose así la brecha de conocimiento entre los ciudadanos.
En un estudio reciente que he publicado junto a Gema García-Albacete y Mónica Ferrín, mostramos con una encuesta panel que en España, durante la campaña electoral de diciembre de 2015, los electores aprendieron sobre el funcionamiento del sistema político, la situación económica, la posición ideológica y, sobre todo, la identidad de algunas/os candidatas/os. Además, el artículo aporta evidencia a favor de la idea de que las campañas electorales contribuyen a disminuir las diferencias de conocimiento político entre los ciudadanos, proporcionando mayores oportunidades de aprender a quienes menos sabían de política al inicio de la campaña. En concreto, La Figura 1 muestra que la probabilidad de aprender durante la campaña electoral fue mayor para las mujeres, los ciudadanos con estudios primarios, y quienes declararon no tener interés alguno por los asuntos políticos.
¿Contribuyeron los medios, mediante la información difundida, a que los más desaventajados aprendieran durante la campaña? En el mencionado artículo mostramos que quienes lo hicieron declararon un nivel de exposición a programas de entretenimiento con información política mayor que quienes no aprendieron. Se trata de un formato televisivo muy utilizado en EE.UU. desde finales de los años 80 (el más famoso y arquetípico fue el 'show' de Oprah Winfrey, que se emitió durante 25 años). Este tipo de programas combina información sobre temas políticos tratados de forma accesible para todos los ciudadanos, utilizando el humor, la sátira y las discusiones cara a cara con figuras políticas, con un formato de entretenimiento.
La presencia de candidatos en este tipo de programas supuso una novedad en la campaña electoral de 2015. Probablemente, la estrategia de los líderes de Podemos de participar en el máximo número de debates y programas de mayor audiencia televisiva para darse a conocer durante el año 2014 marcó una pauta que siguieron los candidatos del resto de partidos apenas comenzó la campaña de diciembre 2015. De esta forma, las audiencias de programas como Al rojo vivo, El intermedio, El objetivo, La Sexta Noche, Los desayunos de TVE, Salvados, etc., e incluso programas de entretenimiento que ocasionalmente invitaron a candidatos (como El hormiguero) tuvieron la oportunidad de identificar a los candidatos y alguna de las propuestas de sus respectivos partidos.
En un contexto en el que dos partidos nuevos consiguieron por primera vez un porcentaje sustancial de representación parlamentaria, esta oportunidad fue aún más decisiva para que los ciudadanos aprendieran sobre ellos. Es verdad que este tipo de programas se critican por contribuir a banalizar la política y vaciarla de contenido, por la superficialidad con la que a menudo se tratan algunos temas políticos. Sin embargo, en este artículo mostramos que precisamente ese formato más accesible puede promover el acercamiento al mundo de la política de los ciudadanos más desinteresados, al menos en el contexto de la celebración de elecciones. No es casualidad que los líderes políticos actuales estén dando tanta importancia a su presencia en el plató en los programas que se emiten en las horas de mayor audiencia televisiva. Como lo leen: en la era de Internet y los 'social media', la televisión renace.