Hace ya un lustro, Cas Mudde, uno de los referentes mundiales en materia de partidos populistas de derecha radical, publicó un estudio en el que afirmaba que, pese al supuesto auge de estas formaciones, la mayoría de los sistemas de partidos europeos habían permanecido sustancialmente inalterados. Examinando distintas dimensiones del sistema de partidos (numérica, competitiva y de polarización), Mudde llegaba a esa conclusión, tal y como por otra parte era esperable, dado que la mayoría de esos partidos apenas habían tenido el apoyo electoral suficiente como para poder ser considerados "relevantes". Apuntaba, además, que este escaso impacto había sido posible gracias al cordón sanitario al que los partidos populistas radicales de derecha habían sido sometidos en la mayoría de países europeos (por ejemplo, en Francia o Suecia). Así, como si se tratase de una barrera puesta para evitar la expansión de una enfermedad infecciosa, la estrategia de muchas de las formaciones tradicionales había sido la de impedir que tales partidos entrasen en el gobierno. Sin embargo, a día de hoy, partidos populistas de derecha radical son socios minoritarios en Grecia, Austria o Noruega y mayoritarios en Italia, lo que nos puede llevar a pensar que, dado que el cordón sanitario ha dejado de ser una solución, las formaciones populistas estarían modificando la pautas de competición partidista del viejo continente.
[Recibe diariamente los análisis de más actualidad en tu correo electrónico o en tu teléfono a través de nuestro canal de Telegram]
Un rápido examen comparativo de nuestro entorno nos demuestra que el auge de partidos populistas, ya sea de derecha o izquierda radical, no sólo ha modificado la estructura de competición inter-partidista en muchos países (por ejemplo en Italia, Grecia, Polonia, Bélgica, Chequia, San Marino), sino que también ha afectado al proceso de adopción de las políticas públicas (sobre todo en materia de inmigración y Europeización, pero también las relacionadas con cuestiones socio-económicas). Y no sólo en aquellos países donde han llegado a gobernar, sino también, y muy especialmente, a través de influir en el discurso de los propios partidos tradicionales. Hasta el punto que muchas posiciones y discursos otrora marginales, excluidos por lo general del debate público, se han venido incorporando en el día a día de la política nacional. Cuestiones hasta no hace mucho consideradas como temas transversales, es decir, aquellas sobre las que los votantes comparten una posición común, han pasado a ser tratadas como temas posicionales, esto es, aquellos que dividen al electorado.
Sartori, uno de los politólogos más influyentes, afirmaba en su trabajo seminal que la presencia de partidos anti-sistema relevantes podría tener consecuencias negativas para el sistema democrático, dado que generaba un tipo de competición centrífuga en la que la mayoría de partidos importantes rehuían el centro buscando competir por los extremos del espectro ideológico donde los electores adoptan las posiciones ideológicas más radicales. Aunque los partidos populistas y anti-establishment de hoy están lejos de parecerse a los partidos anti-sistema Sartorianos esto es, fascistas y comunistas , la deriva iliberal de algunos países de nuestro entorno, caso de Hungría, Serbia o, en menor medida, Polonia, ha hecho saltar la alarma hasta el punto de empezar a hablarse de un "efecto contagio".
Los españoles están llamados a una nueva cita electoral el próximo 28 de abril. Teniendo todavía vivos en nuestra memoria los resultados de las recientes elecciones andaluzas, en las que por primera vez Vox obtuvo representación parlamentaria (12 escaños), lo previsible es que el próximo 28 de abril asistamos a uno de los escenarios más inestables y fragmentados desde la transición. Así, tal y como apuntamos en la Figura 1 en la que empleamos estimaciones de voto para los próximos comicios siguiendo las encuestas más recientes, el número efectivo de partidos podría llegar a 6, el más alto desde las elecciones de 1936; mientras que los niveles de transferencia de voto a nivel agregado (volatilidad electoral) podrían estar en torno al 20 por ciento, provocando un terremoto electoral mucho más grande que el de hace poco más de tres años.
Figura 1. Niveles de volatilidad electoral y fragmentación de partidos
Fuente: José Ramón Montero y José Rama, El nuevo sistema de partidos, manuscrito.
El resultado será una vez mas una legislatura compleja, con un gobierno endeble que, por primera vez desde 1977 será de coalición. Además, la presencia de partidos radicales, tanto a izquierda (Podemos) y derecha (Vox) nos hace recordar escenarios ya olvidados como el de Italia durante la denominada "Primera República", Francia durante la "Cuarta República" o los mucho menos halagüeños de la República de Weimar o la Segunda República española. Que los niveles de polarización en la política española se han incrementado en los últimos meses es evidente. Si, como predicen muchas encuestas, las formaciones políticas radicales logran obtener un número relevante de escaños en los próximos comicios, el estancamiento político y la parálisis institucional, fruto de la inestabilidad gubernamental, están garantizados.
La política que Sartori llamó "de sobrepuja" (outbidding) ya ha comenzado. Por un lado, problemas que habrían de generar una solución consensuada, como la violencia de género o inmigración, dividen al electorado. Por el otro, muchos de los partidos tradicionales han entrado ya en el juego de las formaciones radicales que, impulsadas por los medios, monopolizan el debate público. Así, y salvando las distancias, dado el clima político actual, pero sobre todo nuestro precedente histórico más cercano (la Segunda República), no estaría de mas recordar las palabras del gran sabio florentino:
[l] la política inmoderada e ideológica lleva a la parálisis pura y simple o a una secuencia desordenada de reformas mal calculadas que acaban en el fracaso. Esto no implica forzosamente que las comunidades políticas polarizadas estén condenadas ( ) a la autodestrucción. Pero sí que difícilmente pueden enfrentarse con crisis exógenas o explosivas. (Sartori, [1976] 2009: 184)