14 de Febrero de 2019, 22:24
Atrás quedan en el tiempo las portadas internacionales con imágenes y crónicas sobre el horror en Homs, Aleppo o la expansión sin freno del grupo Estado Islámico. Después que las fuerzas leales a Bashar al-Assad recuperaran en abril 2018 el control sobre la periferia de Damasco y, con ello, asegurarse el control de más de la mitad del país y sus principales ciudades, la guerra en Siria pareció entrar en una nueva fase de des-escalada. No obstante, las dinámicas y acontecimientos del último año muestran un panorama a nivel local, nacional y regional mucho más convulso de lo que se esperaba.
En primer lugar, porque la lucha contra el Estado Islámico en territorio sirio no ha acabado. Aproximadamente 1.500 militantes del grupo yihadista todavía controlan unos 50 kilómetros cuadrados en el valle del río Eufrates, cerca de la frontera con Irak. Las Fuerzas Democráticas Sirias, con apoyo de la coalición internacional liderada por Estados Unidos, siguen librando batalla en los últimos vestigios del autoproclamado califato. Aunque Donald Trump se muestra confiado en dar por finalizada este mes la batalla contra Estado Islámico, los yihadistas están mostrando más resistencia de la esperada. De hecho, desde la decisión de Estados Unidos de retirar sus tropas de suelo sirio, Estado Islámico ha atentado al menos seis veces en estos últimos meses, por lo que se debe estar atento a la reconversión del grupo una vez pierda todo su territorio definitivamente y a cómo se desarrolla su capacidad de insurgencia.
Cabe destacar, en segundo lugar, que todavía existen territorios controlados por fuerzas no-gubernamentales en Siria. La provincia de Idlib ha sido recientemente escenario de una potente ofensiva del grupo Hayat Tahrir al-Sham, liderado por al-Qaeda, que ha desbancado a otros grupos rebeldes del control de dicha provincia.
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Por otro lado, la re-bautizada recientemente como Administración Autónoma del Norte y Este de Siria sigue bajo control de las fuerzas lideradas por las milicias y grupos kurdos. Este reciente cambio de nombre oficial de las regiones comúnmente conocidas como Rojava va en consonancia con la política de 'rapprochement' (acercamiento) que las fuerzas kurdas están protagonizando con el Gobierno de Bashar al-Assad. Éste y la Administración kurda aceptaron el pasado verano iniciar contactos para debatir una hoja de ruta hacia una Siria más "democrática y descentralizada". A pesar de que las diferencias entre ambos proyectos siguen siendo evidentes, parece inevitable un acuerdo entre Damasco y las autoridades kurdas en relación a cierto nivel de autogobierno y a la protección de los derechos de las minorías. Este acercamiento se ha visto intensificado con la decisión de la Administración Trump de retirar sus tropas del territorio controlado por las facciones kurdas, como pudo comprobarse con el despliegue de tropas del Ejército Árabe Sirio alrededor de la estratégica localidad de Manbij, clave para controlar el este del país.
Es importante resaltar que el futuro de ambas cuestiones, el control de la provincia de Idlib y el autogobierno en el noreste, está fuertemente ligado a las actuaciones de Turquía, una de las potencias regionales que más influencia ha tenido durante todos estos años de conflicto en Siria. En el caso de Idlib, Turquía y Rusia mantienen negociaciones sobre cuál debe ser la respuesta al dominio de Hayat Tahrir al-Sham. Mientras las fuerzas leales a Bashar al-Assad siguen atacando varios pueblos controlados por dicha milicia, la opción de una escalada militar a gran escala parece no estar de momento sobre la mesa de los brokers regionales debido a consideraciones estratégicas y a las terribles consecuencias humanitarias que sin duda provocaría.
Este frágil equilibrio, sustentado en parte por el acuerdo que Moscú y Ankara alcanzaron el pasado mes de septiembre para consolidar una zona desmilitarizada en la provincia, dependerá en gran parte de la capacidad de Turquía para lidiar con los grupos militantes. En este sentido, y a pesar que Hayat Tahrir al-Sham está intentando proyectarse como un actor eficaz en la gobernanza local, las organizaciones internacionales han empezado a retirar su ayuda humanitaria a los hospitales y escuelas de Idlib.
Por lo que respecta al autogobierno kurdo, Turquía viene mostrando una política mucho más hostil. A las ya conocidas operación Escudo del Eufrates (2016-17) y operación Rama de Olivo (2018), Turquía podría volver a intervenir en suelo sirio contra las milicias kurdas en la región del Jazira, una de las provincias bajo autogobierno kurdo en el extremo noreste del país.
El objetivo sería establecer una zona de seguridad con la colaboración de grupos rebeldes sirios con el triple objetivo de controlar toda la frontera entre ambos países, desmantelar el proyecto de autogobierno kurdo y abrir la posibilidad de un retorno a suelo sirio de parte de los casi cuatro millones de refugiados de esta nacionalidad que se encuentran actualmente en Turquía.
El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, ha amenazado también con una intervención en Manbij si, tras el anuncio de retirada de sus tropas, Estados Unidos no fuerza también la de las milicias kurdas de esa zona. El futuro de las relaciones entre Estados Unidos, Turquía y Rusia es, pues, clave para el desarrollo del conflicto en Siria.
Finalmente cabe estar muy pendientes de cómo se desarrolla la relación entre la política de reconstrucción material del país, la incipiente normalización diplomática del Gobierno sirio a nivel internacional y la gestión de los refugiados sirios, especialmente a nivel regional. Esta triple relación es uno de los elementos más relevantes actualmente sobre la agenda global en relación a Siria.
Países como Italia, Emiratos Árabes Unidos, Bahrein o Kuwait han anunciado que reabrirán sus embajadas en Damasco. La presión para que más países normalicen relaciones con el Gobierno sirio es cada día mayor y empieza a generar importantes debates en el seno de muchos gobiernos del ámbito europeo. Este factor está claramente relacionado con la política de reconstrucción del país, especialmente en áreas alrededor de Damasco y en Aleppo. El dilema para los países europeos es, pues, evidente: si participan en dicha reconstrucción, legitiman el Gobierno de Bashar al-Assad; si se mantienen al margen, ven menguada considerablemente su capacidad de influencia en Siria a todos los niveles.
Por último, y a pesar que Naciones Unidas y varios informes en Líbano y Jordania consideran que todavía existen obstáculos evidentes para el retorno seguro de los refugiados que lo deseen, se prevé que alrededor de 250.000 sirios vuelvan a su país de origen en 2019. Dicha tendencia, combinada con la aceleración de la reconstrucción material del país, podría convertirse en una mera herramienta de legitimación internacional del statu quo en Siria si no se garantiza la seguridad y sostenibilidad de ambos procesos.