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¿El enemigo de mi enemigo…? Las relaciones militares entre Venezuela y Rusia

Alberto Bueno, José Carlos Hernández Gutiérrez

6 mins - 6 de Febrero de 2019, 22:21

El 10 de diciembre de 2018, dos bombarderos estratégicos Tupolev Tu-160 de la Fuerza Aérea rusa aterrizaron en el aeropuerto internacional Simón Bolívar de Venezuela como parte de un ejercicio militar entre ambos países. Aunque los Tupolev ya habían pisado suelo venezolano en 2008 y 2013, y la alianza militar entre ambos países se remonta a la década pasada, las maniobras alertaron a estados occidentales y latinoamericanos. Por supuesto, el interés internacional debido a la agudización de la crisis política, económica y social que atraviesa el país contribuyó a avivar el abierto recelo por estas maniobras conjuntas. De lo que no cabe duda es que fue un gesto de apoyo de Putin a Nicolás Maduro ante la creciente presión internacional. Dados los acontecimientos de enero y el riesgo de escalada (también de carácter militar), cabe preguntarse por el estado de las relaciones militares entre los dos regímenes, con objeto de contextualizar la historia reciente de esta alianza estratégica ante eventuales escenarios de conflicto futuros.

El primer acuerdo de cooperación técnico-militar firmado entre Rusia y Venezuela se firmó en mayo de 2001, durante una visita del presidente Hugo Chávez a Moscú. Sin embargo, los primeros contratos para la adquisición de armamento ruso no se materializarían hasta finales de 2004. A partir de entonces, especialmente desde el 1 de octubre de 2006, fecha en la que Estados Unidos formalizó la prohibición a la venta y transferencia de armamento y tecnología militar norteamericana a Venezuela, Rusia se convirtió en el primer proveedor del país sudamericano, al menos hasta 2013.
 

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Así, entre 2004 y 2012 se estima que Venezuela gastó entre 12.000 y más de 14.000 millones de dólares en la compra de armamento y material militar ruso, entre el que se encontraban vehículos blindados, armamento ligero, artillería, sistemas de defensa antiaérea, aeronaves, armamento de aviación y vehículos. A ello hay que sumar la construcción de centros de mantenimiento e instrucción para helicópteros y aviones de combate y de plantas industriales para la fabricación de armamento y munición. Los datos sobre acuerdos de cooperación militar del periodo 2005-2016 y adquisiciones de sistemas de armas y material militar del periodo 2005-2012 y 2013-2016 provienen principalmente de la ONG venezolana Control Ciudadano.

Hay que advertir que la cantidad, el modelo y el coste de los equipos adquiridos por Venezuela no se conocen con exactitud, ya que hace años se decretó la confidencialidad de los acuerdos militares suscritos con Rusia, así como con Bielorrusia. A pesar del hermetismo y la opacidad de los contratos, se sabe que Rusia fue el principal proveedor del país sudamericano durante los gobiernos de Hugo Chávez. Sin embargo, en el último lustro el país euroasiático ha perdido posiciones en favor de China, quien ha registrado un mayor número de contratos de venta de equipos militares a Venezuela en el período 2013-2016. Por lo que respecta a 2017, según el Stockholm International Peace Research Institut (Sipri), no se registró ningún contrato de adquisición de armamento y tecnología militar por parte de Venezuela; sobre 2018 aún no hay datos disponibles.

No obstante, en los últimos años, y a causa la grave crisis social, económica, política y humanitaria que ha venido atravesando Venezuela, es de suponer que se haya visto afectado el desarrollo de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB). Una presunción que, sin embargo, choca con la afirmación del cuestionado presidente Maduro de estar recibiendo regularmente "el equipamiento más moderno del mundo", principalmente de Rusia.

Aunque las relaciones comerciales militares ruso-venezolanas han sido especialmente significativas durante casi toda la era chavista, éstas no han estado exentas de problemas. Rusia se ha demorado en varias ocasiones en la entrega de armamento y también ha incumplido los plazos para la instalación en el país sudamericano de plantas de producción de fusiles y municiones, y de centros de mantenimiento aeronáutico y de entrenamiento. La causa, en algunos casos, ha sido la corrupción en las altas esferas rusas. Asimismo, es de suponer que la penuria económica del país haya ido en detrimento del mantenimiento de todo este material e instalaciones.

Más allá de las relaciones comerciales, las maniobras militares rusas en el país sudamericano tienen un inequívoco significado geopolítico. Por un lado, Venezuela adquirió especial importancia para el Kremlin a partir de las sanciones económicas que Estados Unidos y la Unión Europea impusieron a Rusia después de la anexión de Crimea en 2014. Por otro, Putin pretende enviar dos mensajes con su alianza militar con Venezuela: en primer lugar, quiere hacer ver para consumo interno que, pese a las sanciones, Moscú tiene países amigos alrededor del mundo. En segundo, y como proyección exterior, pretende mostrar que Rusia no está aislada. Objetivos compartidos por Maduro con idénticos fines.

Así, y pese a que Putin y Maduro lideren propuestas políticas con significativas diferencias (aunque con una clara agenda autoritaria y estatista), hay una apreciable convergencia de intereses, sobre todo como contrapeso al entendido imperialismo estadounidense. Éstas son las coordenadas que enmarcaron las maniobras militares conjuntas de diciembre, como manifiesto desafío a la Administración norteamericana. El Kremlin ha criticado reiteradamente la interferencia de Estados Unidos en Ucrania y el despliegue de fuerzas militares estadounidenses en el Báltico y el mar Negro en el marco de los operativos de la OTAN. Por tanto, el envío de los bombarderos rusos a Venezuela se puede leer como un gesto por parte de Moscú para incordiar a Estados Unidos, lanzar el mensaje de que Rusia tiene un alcance militar global y desincentivar a terceros países de realizar una intervención militar en Venezuela.

Sin embargo, parece poco probable que Putin esté dispuesto a involucrarse más profundamente para apuntalar a Maduro en caso de intervención externa, más allá de sostener las mencionadas relaciones militares; no al menos directamente: hay suficientes lecciones aprendidas que extraer de las guerras libradas en el este de Europa y Oriente Próximo. Aunque el enemigo de mi enemigo sea mi amigo, Venezuela no es un elemento esencial de la seguridad de la Federación Rusa, sino un aliado (a miles de kilómetros de distancia) conveniente para agitar el llamado patio trasero de EE.UU.. Además, la élite política y empresarial rusa con intereses económicos en Venezuela comienza a dudar de la capacidad del régimen de Maduro para hacer frente a los compromisos contraídos. Por todo ello, no es esperable que la oposición rusa al cambio de régimen continúe a cualquier precio.
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