24 de Enero de 2019, 17:00
[Recibe diariamente los análisis de más actualidad en tu correo electrónico o en tu teléfono a través de nuestro canal de Telegram]
La importancia de Davos como escaparate del poder mundial es difícil de soslayar si bien se trata, sobre todo, de una importancia simbólica. Para ser alguien en el panorama internacional, hay que acudir a Davos. Tan es así que Samuel Huntington acuñó, con fortuna, una expresión que define bien cuál es la antropología del evento: el 'hombre de Davos', como esa persona cosmopolita, rica, progresista, familiarizada con los avances tecnológicos, en buena forma y con buena salud. La élite mundial. El hombre de Davos es poderoso: ha contribuido a marcar la agenda de la economía internacional durante décadas, fomentando la liberalización, la economía de mercado y el ascenso de las grandes multinacionales. Su competidor, el hombre de Portoalegre, que se reunía casi en paralelo en el Foro Social Mundial, apenas le hizo algo de sombra durante unos años. Hoy parte de la agenda de Portoalegre se debate en Davos. Y ésa es la victoria y la derrota de unos y otros. Pero el 'hombre de Davos' está en peligro de extinción, y con él su afamado encuentro. Donde antes se celebraba el triunfo de la globalización, hoy se mira con preocupación el auge del nacionalismo económico. Este año, Davos ha escuchado a Bolsonaro defender su programa nacionalista y excluyente, o ha seguido con ojos atónitos al secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, atacar el multilateralismo en nombre de su jefe, que este año ha decidido no acudir a la cita. Davos sigue con consternación la salida del Reino Unido de la Unión Europea, el auge de las noticias falsas y el crecimiento del populismo nacionalista. Davos señala los riesgos que supone la desaceleración económica internacional y el alto nivel de deuda global, y plantea la necesidad de acometer un plan de acción decidido y audaz para atajar los efectos que tendrá la automatización sobre el empleo. En Davos se ha discutido sobre la situación venezolana, y en Davos el japonés Shinzo Abe ha pedido reconstruir la confianza sobre el comercio internacional. La necesidad de una mejor gobernanza de la economía digital, tras los escándalos sobre el robo de datos y la desinformación, ha generado también un importante foco de discusión durante este año. Por su parte, Angela Merkel llenó el plenario para ofrecer su defensa del orden internacional, Tim Cook acudió por primera vez al evento -quizá preocupado por los malos resultados de Apple- y el propio Pedro Sánchez ofreció su programa para una globalización inclusiva. Los principios sobre los que Davos basa su influencia internacional están retrocediendo a marchas forzadas, y con el cierre de las fronteras, el retorno del nacionalismo económico, la erosión de las democracias liberales y la ausencia de líderes que no encuentran este espacio lo suficientemente cómodo para sus discursos, su recorrido comenzará, tarde o temprano, a ser limitado. Los mensajes pesimistas y de preocupación casan mal con el discurso de confianza en la capacidad de la globalización económica de resolver los problemas del ser humano. El hombre de Davos está perdiendo pie: en el entorno internacional, cada vez más complejo y más fragmentado; pero sobre todo en sus países de origen, donde una parte de la población se ha levantado contra el cosmopolitismo elitista que exhiben. Robert Reich, antiguo secretario de empleo de Bill Clinton, advierte sobre la caída del 'hombre de Davos' y señala que, si quiere sobrevivir, debe promover vías para una prosperidad compartida. El reto es cómo desarrollar esta prosperidad en un entorno de creciente desigualdad, de bajo crecimiento económico y de erosión del multilateralismo y de la cooperación internacional. En Davos no parecen tener la respuesta.(¿De qué se está hablando realmente en Davos? En #Agenda Exterior)