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La vía sueca

Alberto Fernández Gibaja

18 de Enero de 2019, 22:26

El nudo gordiano que las últimas elecciones en Suecia habían creado parece resolverse. El Partido Socialdemócrata, eje central y dominador absoluto de la política sueca desde 1945, ha conseguido formar una amplia coalición de partidos que mantenga en el poder a Stefan Löfven, el actual primer ministro socialdemócrata. Esta coalición, además, priva de influencia política a los Demócratas Suecos, el partido de extrema derecha que ha copado titulares internacionales (y en menor medida nacionales). Sin embargo, puede darse por roto el cordón sanitario que se creó en 2010 a raíz de la entrada de la extrema derecha en el Parlamento. Dos de los partidos principales, que suman un 26% de los votos, han dado a entender de manera sibilina que ha llegado el momento de normalizar a la extrema derecha. Sumado a ello, se ha roto la alianza de partidos conservadores que lideraba su gran rival, los Moderados. Todos estos movimientos han desmontando el actual sistema de partidos, obligando prácticamente a todos sus integrantes a re-posicionarse en un nuevo tablero político. Este re-alineamiento forma parte de una lógica que se está repitiendo en casi todos los países europeos, con elecciones que arrojan parlamentos que sólo son gobernables con complejas y novedosas alianzas. El caso sueco es sólo uno de los primeros casos, pero deja varias lecciones imprescindibles para casi toda Europa. El ascenso de los Demócratas Suecos (Sverigedemokraterna o SD, por sus siglas en sueco) comenzó en 2010 con su entrada en el Parlamento nacional (5,7% de votos y 20 escaños). Desde un primer momento, todos los partidos, desde los más alejados hasta los más cercanos, acordaron aislarlo, negándole su participación en cualquier alianza de gobierno o negociación clave. Mientras la aritmética parlamentaria funcionó (es decir, mientras uno de los dos bloques políticos era capaz de alcanzar los 175 votos necesarios para formar gobierno), la política sueca ha conseguido dar la espalda a la extrema derecha; al menos de forma oficial.

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Sin embargo, no se puede ignorar cómo, si bien SD era arrojado al ostracismo, su discurso e ideas han calado significativamente en el discurso político sueco. Muchas de sus ideas han sido 'adoptadas' por los demás partidos. Esto fue especialmente relevante tras la crisis europea de los refugiados (2015), a partir de la cual las posiciones sobre inmigración de todos los partidos (incluida la izquierda) se endurecieron significativamente. En la memoria colectiva sueca quedará para siempre grabada la imagen del primer ministro Löfven anunciando ese año que Suecia "no puede aceptar refugiados al nivel actual" y las lágrimas de la vice-primera ministra, la verde Åsa Romson, al enumerar las medidas que ponían fin a décadas de una de las políticas de acogida más generosas de Europa. Fue precisamente la crisis de refugiados de 2015 la que catapultó en las encuestas a SD, al poner su tema principal, la inmigración, en el centro del tablero político. A medida que se agudizaba la crisis de los refugiados y que los medios de comunicación del país dedicaban más y más espacio a la misma, SD subía en las encuestas. Algunas incluso empezaron a pronosticar un 'sorpasso' de SD a los Moderados, partido liberal-conservador que había gobernado de 2006 al 2014, e incluso que pasara a ser el partido más votado, rompiendo décadas de dominación socialdemócrata. La realidad fue bastante diferente. Aunque SD mejoró en 2018 sus resultados respecto a los obtenidos en 2014, sólo lo hizo con un incremento del 5%. Sin embargo, este pequeño ascenso fue suficiente para romper la aritmética tradicional, con un Parlamento en el que ninguno de los dos bloques era capaz de formar Gobierno. Ni el bloque rojo-verde (formado por la izquierda, los socialdemócratas y los verdes) ni la alianza (moderados, centristas, liberales y democristianos) podían formar gobierno sin transgredir las líneas tradicionales o sin pactar con la extrema derecha. Sin un reajuste político de todos los partidos, Suecia era ingobernable. Y es precisamente este reajuste el que ha hecho posible el pacto entre socialistas, liberales y centristas. El re-posicionamiento sueco de los espacios políticos deja, sin embargo, una serie de lecciones que se pueden aplicar en mayor o menor medida a muchos países europeos, incluyendo España: La primera víctima del reajuste ha sido la derecha tradicional sueca. La alianza que formaban los cuatro partidos de esta ideología se ha roto al tener que enfrentarse a la disyuntiva que toda la derecha europea tiene enfrente: pactar con o aislar a sus radicales. La derecha en Europa está sufriendo un declive exponencial, como ya ha sucedido con la socialdemocracia. Países como Italia o Francia han visto prácticamente desaparecer a sus derechas tradicionales, fagocitadas por las extremas, y este mismo fenómeno podría reproducirse en Suecia, o incluso en España. Los partidos de ultraderecha ofrecen al votante conservador un relato mucho más atractivo (más radical, más claro, más puroque el de sus colegas moderados, manchados además por años de mala reputación y, en muchos casos, por falta de claridad política. Incluso la adopción de posiciones más radicales por parte de la derecha tradicional (algo que ha sucedido en prácticamente todos los países) no parece capaz de contener el ascenso de la extrema derecha. Sin embargo, al mismo tiempo se ha demostrado que la extrema derecha puede tener un techo en cuanto el discurso político deja de tocar sus temas estrella.  Según descendía el ruido mediático sobre la crisis de los refugiados, SD iba perdiendo fuerza en las encuestas. Las elecciones llegaron en un momento en el que cada vez se hablaba más de otros temas, especialmente la economía y la desigualdad, por lo que lo que fue perdiendo fuerza el atractivo de este partido para sus potenciales votantes. Una lección clave del caso sueco es el efecto y efectividad de los cordones sanitarios. En el país escandinavo, ha otorgado a la extrema derecha la capacidad de proclamarse como la única oposición 'reala un grupo de partidos del establishment que, salvo pequeñas diferencias, son iguales. Aunque esta percepción es evidentemente incorrecta, el aislamiento político y la centralidad de sus temas estrella ha otorgado de una cierta aura de autenticidad a SD. Simultáneamente, la aplicación de un cordón sanitario pone a los partidos ante la disyuntiva de quién es el primero en romperlo, y cómo se tomarán sus votantes esta ruptura. En el caso sueco, tanto los moderados como los cristianodemócratas han roto de facto el cordón, y se muestran tímidamente favorables e integrar a SD en la política. Argumentan que, tras dos legislaturas en el Parlamento, este partido ha moderado sus posturas, aunque quizás lo  que ha ocurrido es que han sido las de ellos las que se han acercado a las de SD. Muchos analistas afirman que la extrema derecha perderá su capacidad de atraer votos cuando entre en el juego político mundano y se manche las manos en la política de todos los días, perdiendo su aura de pureza y de autenticidad. Aun así, prácticamente todos los parlamentos europeos, salvo contadas excepciones, se enfrentan o enfrentarán a complicadas aritméticas que obligarán a pactos complejos entre enemigos políticos. Esto se debe, principalmente, a la fragmentación y apertura del espacio político, que puede afectar notablemente a la gobernanza de los países. Las complejas alianzas son débiles, y muchas veces eligen dejar de lado reformas fundamentales para evitar enfrentar las posiciones de los diferentes partidos que las conforman. Es más fácil lograr acuerdos en asuntos que no generan fricciones (del tipo medidas anticorrupción o inversión en investigación) que en aspectos fundamentales para el futuro de los países europeos, como puede ser la fiscalidad, la reforma del sistema de pensiones o el carácter público de servicios básicos como la educación y la sanidad. Suecia es sólo un ejemplo más de el cambio sistémico que Europa está sufriendo. El espacio político ha cambiado, y el ascenso de la extrema derecha en casi todos los países es sólo parte de un cambio a largo plazo y más general. La política se ha fragmentado, con más partidos representados en los parlamentos, lo cual dificulta enormemente la gobernanza. Pero también han cambiado los bloques. La derecha se ha radicalizado, empujada (y a veces sobrepasada) por la extrema derecha, y viviendo en una difícil relación con los liberales y el centro. Basta con ver los mensajes cruzados que ha recibido Ciudadanos de parte de sus aliados europeos en relación con su no-pacto con Vox. Por su parte, la izquierda ha visto cómo la tradicional dominación de la socialdemocracia se ha visto sacudida por el ascenso de una izquierda más militante y un pujante movimiento ecologista, que podría ser el gran triunfador de las próximas elecciones europeas. El tablero político se ha redibujado, y sobre la mesa hay un lienzo en blanco donde nuevos y viejos actores tendrán que reclamar su sitio.
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