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Cuatro estrategias hacia una economía baja en carbono

Víctor Viñuales Edo

12 de Enero de 2019, 22:04

La  COP24 de Katowice acabó con división de opiniones. Unos ponían el acento, con una mirada positiva, en que, a pesar de todo, se había aprobado por consenso las reglas para la implementación del acuerdo de París. Otros, con una mirada más negativa, contraponían el último informe del IPPC, y las implicaciones para la acción que comporta, con  la falta de decisiones proporcionadas a la extrema gravedad de la situación  climática. Las dos miradas están cargadas de razón. En las cumbres climáticas, me comentaba un histórico participante en ellas, la mitad de las delegaciones trabajan, discurren y se esfuerzan para… frenar  los compromisos climáticos ambiciosos. Algunas veces esas resistencias trascienden a la opinión pública, como ocurrió en esta última COP24 con el caso de la alianza  de EEUU, Rusia y Arabia Saudí, y en otras ocasiones las resistencias son más elegantes, más soterradas. En la metodología de acuerdos por consenso,  que es como se funciona en las cumbres climáticas, las minorías tienen un  poder enorme. Van poco a poco diluyendo, paréntesis a paréntesis, los objetivos numéricos concretos, los hitos temporales, las palabras molestas y los  tiempos verbales,  de  mas asertivos  a otros más nebulosos.

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Es un proceso en el que el chantaje es permanente: "si queréis mi voto, reducir el objetivo, alargar el plazo, cambiar el adjetivo…". Al fin, tras sucesivas diluciones, se obtiene un acuerdo por unanimidad que no responde a lo que la gravedad del cambio climático necesita. En esta cumbre de Polonia, además, "los frenadores climáticos" eran muy poderosos. En USA gobierna Trump, que afirma sin ruborizarse que el cambio climático de origen antrópico no existe. Y la economía de Rusia, la de Arabia Saudí  o la de otros países dependen mucho, muchísimo, del petróleo. En ese contexto, tienen razón los de la mirada positiva, lo conseguido casi es un milagro. Y hay que agradecer también lo conseguido a esa legión de negociadores tercos y decentes, que trabajan al servicio de países conscientes de la extrema gravedad que vive el planeta y al servicio de su propia conciencia climática. Además, en muchas ocasiones,  los gobernantes de las naciones están  condicionados por  cortoplacismos electorales múltiples: elecciones nacionales, regionales o  municipales. En otras ocasiones  están condicionados por la defensa  de los intereses particulares de su  nación, desentendiéndose de la defensa de los bienes comunes de la humanidad, como la atmósfera,  los océanos o los polos. En suma,  tenemos un grave problema porque la "soluciones globales de consenso que emanan de las cumbres " arrastran los pies", mientras los problemas climáticos vuelan. Por eso, desde mi punto de vista, necesitamos complementar el camino lento de los acuerdos de gobiernos nacionales por unanimidad con cuatro estrategias complementarias que aceleren la transición hacia una economía baja en carbono.  Veámoslas. Promover ciudadanía global Los intereses particulares de las personas, de las empresas, de las organizaciones y de las naciones, como regla general, están bien defendidos por ellas mismas. Donde tenemos un gravísimo problema es en la defensa del patrimonio común de la humanidad.  Naciones Unidas debería asumir esa posición, y con frecuencia sus organismos y las personas que los forman lo hacen, pero sus decisiones claves son tomadas por las naciones, que suelen defender sus intereses particulares y cortoplacistas y no tanto los bienes comunes de la humanidad. Es muy necesario y urgente que la emergente ciudadanía global crezca y se persone como un nuevo actor que defiende sin ambigüedades los bienes comunes del planeta. Casi todas las personas del planeta tenemos documentos oficiales que nos identifican  con  tal o cual nacionalidad, con tal o cual bandera. Muchas veces el énfasis en la pertenencia a tal o cual nacionalidad se construye alentando las diferencias con la ciudadanía de otros países. En la hora actual del mundo, sin embargo, tenemos que reconocer que como habitantes de este planeta tenemos un enorme problema común, el cambio climático, que solo podemos resolver implementado con ambición el acuerdo de París. Cada vez hay más personas en el mundo que, a la vez que nos sentimos pertenecientes e influidos por la cultura del país en el que hemos nacido, nos vemos formando parte de una gran comunidad que formamos los habitantes del planeta que nos acoge,  nuestra casa común. La atmosfera es común, la capa de ozono que nos protege es común, los océanos son comunes, el agua es común, la Antártida y el Ártico son comunes. Las islas de plástico del océano Pacifico las hemos generado entre todos, son una obra colectiva. Sin embargo, en los últimos años están proliferando los discursos dirigidos a ensalzar la propia bandera, la propia religión, la propia identidad, a negar lo común, lo que nos hace semejantes y a excitar el miedo a los otrosEn suma: nos proponen más tribu y menos fraternidad planetaria. Si esos discursos, cargados de xenofobia, se hacen hegemónicos, si nos enfrascamos en una creciente ola de enfrentamientos de unos contra otros, la imprescindible suma de fuerzas para implementar con ambición el acuerdo de París se hará muy difícil, casi imposible. Construir  ciudadanía global que frene los procesos de tribalización y afirme la urgencia de la tarea común es imprescindible. Promover innovación rápida de los pioneros Todo el creciente ecosistema de los constructores de la transición a una  economía baja en carbono no debe  reducir su actividad para acompasar su caminar al ritmo de los más lentos. Los gobiernos más innovadores deben acordar compromisos voluntarios con otros gobiernos afines, las empresas más comprometidas con la acción climática  deben articular energías y esfuerzos con otras empresas cómplices, las entidades financieras, las universidades… De la crisis civilizatoria en la que nos encontramos solo saldremos con más y más innovación. Que nadie se pare. La innovación,  y tiene que haber una lluvia fuerte de innovación, no surge del consenso, surge de la ambición y de la pasión, que no anidan en el corazón de los renuentes o de los rezagados. Los pioneros deben cooperar entre sí, y mucho. La cooperación para buenos fines no es fácil pero es fundamental para construir alianzas en la que estén representados los sectores claves de la sociedad. En estos momentos desarrollar una nueva cultura colaborativa  se ha convertido en una tarea prioritaria. Cooperar con los pioneros de otros países,  de otros sectores, cooperar con grandes "ballenas económicas" y cooperar con "pequeños salmones disruptivos"es la tarea de nuestro tiempo. Muchos de los problemas que debemos afrontar exigen  a la vez cambios legislativos, tecnológicos y culturales. Por eso las alianzas multisectoriales son imprescindibles. El homo sapiens se impuso por su capacidad para cooperar, el homo sapiens saldrá de esta encrucijada climática si es capaz de lograr una cooperación mucho más difícil, una cooperación global. Empujemos el cambio lento de los acuerdos por consenso, pero no retrasemos el cambio de los pioneros que cooperan entre sí. El cambio social funciona por imitación y es muy relevante que los pioneros avancen más deprisa, señalando así el camino para las mayorías. Diplomacia cívica global La clásica diplomacia de las naciones  está diseñada para defender los intereses particulares de los países, y no está bien preparada para defender los intereses de la humanidad, para proteger los bienes comunes del planeta. Necesitamos una  nueva diplomacia cívica global que movilice  y articule las voluntades de quienes están comprometidos con la implementación ambiciosa del acuerdo de París, para que la temperatura no suba más de 1,5 grados sobre los niveles pre-industriales. Vivan donde vivan. Esa diplomacia cívica global debe estar protagonizada por un amplio ecosistema en el que participan ONGs, iglesias, empresas, entidades financieras, municipios, regiones, escuelas… Allí donde se frenen las naciones, como ha ocurrido en EEUU con Trump, ese ecosistema del cambio climático, anclado localmente pero desarrollando iniciativas globales, debe avanzar. Utilizar el mercado como palanca de cambio Trump bendice los combustibles fósiles, pero las entidades financieras no financian las nuevas instalaciones de centrales de carbón. Bolsonaro puede alentar la desforestación de la Amazonía a manos de las grandes empresas agro-exportadoras, pero los consumidores europeos podrían convencer a las multinacionales agroalimentarias  para que no compren a estas empresas brasileñas. O los planes de pensiones de California podrían decidir que, mientras sigan las políticas anti-climáticas de Bolsonaro, no van a comprar deuda pública de Brasil. Si la puerta de los cambios climáticos la cierran algunos gobiernos, se debe abrir la ventana de la acción por el clima utilizando las palancas del mercado. En  conclusión, las Cumbres Climáticas protagonizadas por los gobiernos nacionales, por si solas, no van a resolver el enorme desafío climático. Necesitamos la movilización de la sociedad civil mundial.
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